LA FÁBULA TOMADA COMO REALIDAD

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Julio Gómez era un joven padre de familia procedente de un pequeño pueblo de la señorial ciudad de Burgos perteneciente a Castilla la Vieja, pero residente en Barcelona que se ganaba la vida haciendo de chófer del hermano del director de un periódico cuyo editorial se distingía por su tendencía ultaderechista.

El joven chófer sentía por su jefe una singular admiración no tanto por haberle proporcionado un trabajo fijo y sobre todo muy bien pagado, como por la confianza que le tenía al revelarle de vez en cuando durante los largos viajes que hacían a diferentes lugares de la Península Ibérica una serie de informaciones  sobre lo que se cocía en las altas esferas del poder político, pero siempre tamizadas por los oscuros cristales de las gafas ideológicas del partido extremista al que el hermano del periodista pertenecía.

Por tanto a Julio Gómez que carecía de un robusto juicio crítico de cuánto sucedía a su alrededor jamás se le ocurrió custionarse las distorsionadas opiniones de su superior muchas de las cuales estaban contaminadas por infundados prejuícios ultraconservadores hacia sus adverdarios, y envueltas a su vez por exageradas fabulaciones imposibles de probar.

Sin embargo el joven chófer en las reuniones familiares que se celebraban en muchas festividades solía erigirse como un experimentado orador dando toda suerte de explicaciones sobre los secretos entresijos del Gobierno de la nación que no salían en los medios de comunicación, y en los que mezclaba de un modo más o menos inconsciente un poco de realidad con mucha de su propia fantasía, siempre con un tono muy grandilocuente a imitando así el talante de su patrón. Es decir, que en sus disertaciones si las hemos de comparar con un bocadillo, ponía más pan que queso; la sustancia. Y ésto lo hacía con el propósito de deslumbrar a sus allegados y de paso darse a sí mismo una importancia que no tenía.

-¡Oh, tú sí que sabes cosas, cariño! - le decía  su guapa mujer Beatriz que tenía unos cabellos largos y negros como la noche en un arrebato amoroso besándole apasionadamente en la boca.

Pues estaba claro que en aquella familia quien creaba un estado de opinión general era el ausente hermano del director de aquel periódico a través de su empleado, que por eso era el que le pagaba sus servicios dando lugar a una estabilidad económica a la hija de la familia.

Entonces Julio lleno de satisfacción le devolvía cariñosamente el beso a su espléndida mujer Beatriz.

Como también el joven chófer se consideraba un hombre muy actual, en sus ratos de ocio no cesaba de manipular a su ordenador, a sus otros aparatos tecnológicos que cumplián la misma función como si de mágicos juguetes se tratara, por lo que se había aficionado a consultar a las Redes Sociales fijando especialmente su atención en los contundentes y disparatados contenidos de los mensajes difundidos muchos de ellos por visionarios de todo el mundo en los que volcaban su enfermiza emotividad, pero cuyos encendidos énfasis Julio los asociaba con el modo de hablar de su jefe, y por eso él daba más credibilidad a dichas falsas informaciónes que a lo que se publicase en los medios oficiales.

De manera que cuando un fatídico día en casi todo el mundo se expandió una terrible pandemia de una  extraña neumonía que al parecer venía de China y que causó innumetables muertes de personas en muchos países, Julio Gómez prefirió agarrarse a un fantástico relato que había leído en Internet antes que hacer caso a su parecer de las pobres explicaciones que ofrecían las fuentes oficiales; según las cuales la causa de la propagación de aquel virus se debía por un lado a la globalización; al intercambio de personas orientales de un continente a otro que ingerían toda clase de animales exóticos portadores de enfermedades contagiosas como por ejemplo el murciélago.

- Te voy a explicar la verdad de lo que ha sucedido, que no tiene nada que ver con lo que cuenta la televisión - le dijo un día Julio a su mujer en su casa estando confinados para no colpasar a los hospitales de enfermos-. El Gobierno nos engaña. Hay una perversa conspiración de las autoridades chinas. Resulta que el planeta está superpoblado, y no hay suficientes recursos para tanta gente. Lo estamos agotando. Así que se ha puesto en marcha un plan de exterminio de una gran parte de la población mundial para equilibrar la demografía, por medio de un laboratorio químico del paìs asiático que ha fabricado este virus y lo ha expandido por todas partes. Es algo más limpio que una guerra convencional. Pero esta información es un secreto, que no se puede revelar porque entonces sí que vendría una gran revolución social.

- ¿Tú crees? - expresó su guapa mujer con cierta incredulidad-. No puede ser. Esto suena a un mito.

-¿Y no sabes que los mitos siempre tienen una base real?

Su mujer Betriz guardó silencio porque no sabía qué responder ante aquella tajante observación.

Era evidente que Julio al igual que mucha gente se sentía más cómodo, más atraído por el mito, por la fábula que por la racional explicación que los científicos pudieran dar, que siempre era mucho más sencilla y prosáica que novelesca.

Ciertamente, los relatos míticos se sustentan en una realidad, como decía Julio, basada en las enseñanzas sobre la Naturaleza, en la manera de ser de un pueblo desde tiempos inmemoriales en función de una cultura rural en la que la gente se desenvolvía. Mas en la actualidad el mito está lejos de desaparcer ya que ha cambiado sus pueriles narraciones sobre la madre Naturaleza (bosques encantados, altas montañas en las que viven los dioses, el Jardín del Edén, El Diluvio Universal) por los relatos de Ciencia Ficción en los que entran en juego complicadas maquinaciones tecnológicas, o la misterioa política que nos maneja a todos como a títeres. En suma la Ciencia en todas sus facetas elevada a categoría divina.

Pero si el mito encierra algo de verdad, a éste no se le debe de tomar literalmente; no hay que mezclar lo poético, lo novelesco con lo real porque es lo que siembra la confusión en nuestro aprendizaje en la vida. Y peor aún alimenta la atrevida ignorancia en todos los órdenes. 

Por mucho que a Julio le dijesen sus amigos que se desenganchara de las fábulas de las Redes Sociales para que fuese más libre y más clarividente, éste se enfurecía en grado sumo e insistía en sus trece con aquellos mensajes fantásticos en las Redes, porque así se creía que a era más sabio y espabilado que su incauta familia.


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