Gimnasio - La hija.

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Al gimnasio viene una mujer joven, hermosa, de unos cuarenta años y con algún sobrepeso que mantiene a raya a base de ejercicios. Es fija en las clases de cardio (“body pump”, “body combat”, “zumba”, “spinning”, etc) y desde hace algún tiempo trae a su hija, una joven delgada, guapa, de unos diecisiete años, que le acompaña en sus ejercicios y viene adquiriendo por día un aspecto consistente y bien proporcionado. A la joven la he puesto en mi punto de mira porque es una gozada verla pasar con su candidez y aire de niña presumida por sus, más que manifiestos dones personales.

Me hago el encontradizo con la madre en la sauna (en la que dura poco la hija) y entramos en conversaciones triviales y de tono simpático. Le hablo del saber de algunas culturas, en las que a los jóvenes les enseñan las artes amatorias las personas mayores, encontrando así el trato adecuado. Apunto, que así aprenden con la delicadeza y prudencia correspondiente y ella me sigue con interés. En siguientes charlas le comento la falta de tacto de los jóvenes actuales y de que éstos cada vez son más precoces, que se inician en edades muy tempranas sin entender aún la importancia, valor y repercusiones. Pierden la virginidad sin entenderlo como un bien a preservar. Le digo en confidencia, que hay personas de una edad, que valoran la desfloración como un bien tangible negociable y a un alto precio. Le recuerdo entonces, aspectos muy importantes ya hablados, el trato delicado, la experiencia y la compensación crematística. Está muy curiosa, me pregunta si no provocan malos rollos a las jóvenes. A partir de decirle, que pueden pagar por ello hasta tres mil euros, pasa de la curiosidad a un claro interés. Es más directa, empieza a creer que le hablo de mí y me ve educado, de buen porte, incluso apetecible para ella. El primer paso está dado, he introducido una socia peculiar (incitación) en su cabecita y ésta empezará a elaborar como buena obrera a mi favor. Es ella la que propicia los encuentros posteriores y en cada uno de ellos va poniendo las cimientes en los huecos que yo le he ido abriendo previamente. Sabe que no habrá nada hasta los dieciocho años, que debe ser virgen y el dinero lo recibirá en efectivo. Le hablo que con ese monto económico se podrá apoyar cuando lleguen los estudios fuera o le vengan determinados caprichos. Me dice que a su niña le faltan aún tres meses y que ahora está muy solicitada, que deberá ser muy precavida con ella. Yo le insisto que nunca se arrepentirá y ya asiente en la confianza de qué así será. 

Llevamos preparándolo durante el tiempo siguiente, primero ha mantenido a raya a los moscones a la vez de ir preparado a la joven con las debidas cautelas.  

Ha sido un recorrido largo y bien estructurado, todo está según lo convenido. La joven está dispuesta y la madre muy nerviosa, no sé si más por los billetes o por la desfloración pactada.

Llega el día previsto y recibo a ambas en mi apartamento donde mantenemos una conversación inicial de buenas formas que las tranquiliza y pone a la muchacha en predisposición.

Cuando se marcha la madre la acompaño hasta la puerta, le entrego el sobre y ella se despide dándome un beso en la boca, presumo, que le hubiera gustado ser ella la protagonista. Vuelvo despacio y encuentro a la joven relajada, luego con  gracejo y picardía la llevo a unas risas y buen talante.

Viene preciosa como una princesa de cuento y le hablo con un afecto próximo que la va soltando. Nos asomamos al amplio ventanal del salón, me pongo detrás y acaricio sus hombros. Le sujeto la mano, le beso la zona más delicada de su espalda (cerca del cuello) y siento como se abandona en mí. Me he vestido con prendas cómodas pero vistosas, huelo a gel francés y un tono muy suave de perfume cálido. Le doy infinitos besos antes de darle la vuelta, cuando lo hace está azorada y deseosa, busco sus labios entreabiertos y disfruto con su lengua cálida que se abre a mis giros sensuales y ardorosos. 

La acompaño luego hasta el sofá y nos sentamos juntos y abrazados, le expreso admiración por su belleza, halagándola también en lo personal, le digo que es una mujer muy madura y adorable. Cuando retorno a los besos está totalmente receptiva, le acaricio los brazos y rozo sus pezones y estos responden de inmediato. Mientras nos besamos sigo ampliando mis caricias con una suavidad expresa, se excita cuando siente el contacto en su ombliguito. Su reacción no se hace esperar y me encanta, abre sus brazos e inicia también ella sus caricias, me pasa los dedos por el cuello y me va presionando pendiente de mis gestos, intenta estar a mi altura. 

Acaricio sus pechos con mayor dedicación, están turgentes y requieren de un mimo especial, introduzco los dedos por los huecos de su camisa y la acaricio al natural, su piel es sedosa y al tacto consistente. En este instante tomo conciencia de su fragancia, de la frescura de su cuerpo joven, me enamora todo el encanto que transmite, sólo su naturalidad me da alas y me recreo en la aureola mágica y cómo sus botones oscuros se ponen altivos. Mi caricia es tenue, pero le provoca una excitación manifiesta, ronronea breve, con miedo aún a dejarse ir, está pasando la raya del control y lo sabe. 

Introduzco mis dedos entre sus piernas y noto como su cuerpo se yergue al completo en un acto reflejo, las sensaciones le pueden y toma conciencia de su vulnerabilidad emocional. Disfruto tanto cada instante que me gustaría eternizarlos, guardarlos con todo su realismo para siempre. Son momentos transcendentes ¡qué bella es!, cuánto encanto tiene descubrir paso a paso tanta hermosura. Sus preciosos ojos me observan seducidos, tiene asumido que será mía en unos instantes y lo espera gozosa. Coloco su mano sobre mi virilidad cubierta, pero bien manifiesta, y no tarda en recorrerla y valorar su consistencia. Se le escapa un gemido corto, exhala así de forma expresa su deseo. Los besos son eternos, profundos e intensos, me emociona su entrega, su ansia de más. Estoy potencialmente dispuesto y ella lo aprecia y valora, sus dedos recorren mi miembro preso con manifiesto ensimismamiento. Me gustaría estar grabando todo cuanto acontece para poder revivirlo mil veces después, pero me ha podido el respeto a su intimidad. Debo gravarlo en mi interior como un tesoro inigualable. Es mi primera experiencia, con ninguna mujer anterior fui el primero. Ella no sabe que ambos nos iniciarnos en este punto maravilloso de plenitud. Mis dedos avanzan con anhelo y al contacto directo percibo su humedad cálida y prometedora, presiono y gime, le acaricio su hueco encantado y se le corta la respiración, está encogida por las nuevas sensaciones. Abre sus muslos en una muestra de descontrol y deseo, que me lleva a adentrarme y seguir su rajita de abajo hacia arriba con una intención maliciosa, su fina braguita está impregnada de sus esencias más íntimas. La alcoba nos espera y estamos preparado para iniciarnos.


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