Justicia

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Tras infinidad de caminos andados, aventuras vividas y combates librados, allí nos encontrábamos, en la sala más recóndita del castillo más oscuro que la Tierra Negra albergaba en sus entrañas. El imperio levantado sobre la sangre de millones de inocentes estaba a punto de llegar a su fin. Cuanta rabia acumulada y cuanto dolor. La libertad que anhelábamos para los nuestros nos hizo esclavos de la ira, del desprecio al aliento de vida de quienes osaban interponerse en nuestro camino hacia el Gran Líder.

Privilegiados estos ojos que ven a mis hermanos de armas abrir las puertas de la sala imperial. Es un espacio enorme de techos que se pierden en la bruma, cristaleras de colores fríos y grandes columnas que ascienden en espiral. Al fondo, rodeado de la única guardia personal que le queda (sin duda los mejores) tiembla de miedo un rey déspota que recibirá una herida mortal por cada ser querido perdido en el camino. Se sabe que hemos llegado, pues multitud de  campanas repican por todo el reino anunciando el inminente magnicidio. Sus soldados se abalanzan contra nosotros sin apenas resultado. Nada pueden sus técnicas milenarias contra el fuego de nuestro odio. Algunos compañeros caen en este último esfuerzo pero no serán olvidados.

La estancia queda plagada de cuerpos sin vida sobre un manto rojo. Y con la muerte, una vez más el silencio y la calma, rota únicamente por el rey que chilla desesperado mientras dos le cogen por los brazos. Me lo entregan. Es mi regalo. Quieren que a partir de ahora sea yo quien guíe al pueblo. El primer monarca granjero en una nueva y fulgurante época. Desean que sea yo quien le aseste el golpe de gracia. Saben del inmundo día en el que el rey y algunos oficiales arrasaron mis campos... matando y violando a mi mujer y mis tres hijas. Vi hacerlo al rey en persona. Ahora sus ojos me miraban inyectados en sangre sabedores de la inevitable muerte. Hundo lo más lentamente que puedo la espada en su pecho y nada impide que entre, ni sus caros ropajes, ni su piel, ni sus huesos. Empieza a mover los labios, pero su voz es un gruñido inaudible. Parece que me quiere decir algo y me acerco a él. Algunos de los mios me insisten en no atenderle. Pero necesito escucharle. Coge aire y me susurra al oído.

—Sentís... dolor por la pérdida y deseáis venganza. Pero... cuando mi alma salga de mi por motivo de su espada... descubrirá que ello no calma el dolor. Ya ha pensado en cuantos ha asesinado para llegar hasta mi.. y si lo merecían... y en los que seguirá matando después de mi. Buscará a mi familia, violara con desprecio... a mis hijas.  Entonces, y sólo entonces, sentirá que ha alcanzado la verdadera justicia... solo que el odio... y el dolor ya se habrán arraigado en su corazón. Usará su nuevo poder... con firmeza. Muchos... desearan terminar con su vida. Es...

Me aparté de su boca bruscamente, sintiéndome embaucado y perdido. Saqué sin miramientos la espada de su pecho y lo clavé en el mio antes de que exhalara el último aliento. Lanzó un alarido, escupió coagulos de sangre por la boca y se desplomó para siempre. Yo morí algunos minutos después arropado por mis hombres. Mis leales hombres.

Cuenta la leyenda que el malvado Gran Líder logró embrujarme y asesinarme aun en su lecho de muerte, pero dudo que tuviera algún poder mágico en su boca más allá de la razón. El nuevo reino fue instaurado bajo la guia de mis últimos y fieles compañeros. Se dice que el pueblo se sintió seguro y feliz de nuevo. Nadie siguió buscando venganza desde el intempestivo día en que dos reyes murieron a la vez bajo el mismo techo mientras todas las campanas del reino repicaban al unísono. El día que se hizo justicia.


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