El borracho de mi vecindario

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El otro día estaba de pie mirando por la ventana cuando ví de pronto a alguien que nunca había visto, pero que yo ya conocía. Mi barrio es antiguo, lleno de ancianos que vieron alguna vez un esplendor más vivo de otros tiempos. No canso de imaginarme las grandes estructuras abandonadas como recién inauguradas, denotando la riqueza de un país en vías de desarrollo. 

Es inevitable pensar en el pasado como un tiempo mejor y más fácil, siendo mi barrio tan antiguo y deteriorado como lo es ahora. Nunca llegó sangre joven con intenciones de mantener lo que sus abuelos algún día construyeron, y los edificios se fueron pudriendo poco a poco con sus habitantes.

Yo soy una de las pocas personas de sangre joven que aquí habitan. Llegué por cosas del destino y he sido testigo de los peores años de este lugar. He caminado por muchos lugares de paseo y siempre veo ancianos comprando víveres o alimentando palomas, y más de una vez me ha llegado la noticia de que uno de ellos que tan normal se me hacía ver ir a tomar el autobús, ya no estará nunca más junto a mí por las mañanas.

Algunos de los lugares donde el tiempo se hace evidente es la iglesia o los parques. Todos bien construidos, pero oxidados y tristes. Ya no van niños a jugar, y solo de vez en cuando se puede ver por ahí algún drogadicto sentado o extraños paseando a sus mascotas. Muchas veces los ancianos que viven en este conjunto de edificios ya no son capaces de salir, pues no disponemos de ascensores ni sillas eléctricas que compensen el daño de sus rodillas. Muchos viven solos y expuestos a cualquier desgracia, como hace pocos días que golpearon a mi vecina para asaltarla, y desde entonces pegaron un papel en la entrada pidiendo por favor mantener el portón cerrado. Tampoco sirve de mucho puesto que entrar por la reja no es tan complicado, pero supongo que es todo lo que un edificio sin mucho apoyo monetario puede hacer.

Del lado contrario del edificio hay un pequeño terreno donde da la ventana de mi habitación. Supuestamente es de todos los vecinos, pero después de vivir aquí durante cinco años aún no sé bien cómo conseguir la llave, por lo que para ingresar me deslizo bajo la reja en un agujero que cavó algún perro hace mucho tiempo, en una esquina donde nadie ve. ahí, hay un par de bancas debajo de un árbol apenas vivo, y el césped seco que cubre la tierra infértil no te da muchas ganas de ir a tener un picnic ni nada por el estilo.

Escondida en lo más bajo de una ladera se encuentra una cancha de basquetball. El piso de cemento está roto por los terremotos, y los arcos hace mucho tiempo que alguien se los llevó. Hay un bunker que alguna vez sirvió como vestidor, donde hace tiempo vivía una anciana con tres perros que hace mucho no ha vuelto a aparecer.

Cerca de ahí hay mucha vegetación, y en un espacio lleno de cañas alguien las enredó para hacerse un techo, y llevó un colchón viejo para hacerse una cama. Hay una silla y muchas latas y botellas que hacen evidente la razón por la que, quien sea que viva ahí, no vive como cualquier miembro de la sociedad. He ido algunas veces allí ya sea para hacer algo de deporte o simplemente para pasear, y siempre paso a ver el hogar de aquella persona que existe sin molestar a nadie.

El otro día lo ví caminando bajo mi ventana. Lo ví.

Hace poco una vecina había dejado un plato de sopa añeja para los gatos del vecindario, y el tipo se acercó al plato. Pensé que se lo llevaría, quizás para calentarlo en alguna lata en su casa antes de comérselo, pero no fue así. Lo dejó del otro lado de la reja y siguió caminando con una bolsa llena de cosas nuevas para añadir a su morada.

Me extrañó su acto, y no lo entendí hasta que ví a dos perros seguirlo fielmente, como suelen hacer entre callejeros. Claro, si el tipo no hubiese hecho lo que hizo, los perros se hubiesen comido la sopa que inicialmente pertenecía a los gatos, y del otro lado de la reja ya los perros no podrían pasar. 

Los perros se veían bien cuidados, y pensé que el anciano alcohólico les solía compartir algo de su comida.

Fue un acto tan desinteresado y tan conectado con los animales como si fueran de los suyos, que sentí como aquel acto tan simple le otorgaba más humanidad que la que pudiese encontrar en cualquier otra persona que viva por aquí. 

No sé su nombre ni he escuchado su voz, pero ya hace muchos años que lo conozco y la verdad, siento que es una buena persona.


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