Nunca había esperado tanto

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Era un día normal, tan común y corriente que ya se me había hecho tarde para llegar al colegio. No se me olvidaba que ya me había amenazado el inspector: si se vuelve a repetir esta conducta señor Pittet lo vamos a mandar de vuelta a la casa. La locomoción pasaba y mi reacción era nula, no dejaba de ver una micro tras otra circular frente a mí. Por esos momentos mis pensamientos viajaban entre la posibilidad de ir a clases a pesar de todos los castigos y la ilusión de pasar esa tarde junto a la mujer que me llamaba la atención hace algunas semanas. Tenía una noción básica de dónde podría estudiar, al recordar la insignia de su uniforme, lo que no destruía completamente mi fantasía.

Finalmente me subí a la locomoción pública, en una micro que pasara por ambos destinos en los que no paraba de pensar. Cuando pasé por el paradero del establecimiento en el que estudiaba la micro no frenó. Pareciera que el destino estuviera de mi lado y no se dirigía por el camino de la culpabilidad.

Luego de unos minutos me observé sentado en un paradero desconocido, donde pasé un par de horas esperando que saliera de clases la mujer que robaba mis pensamientos. El sol a cada minuto golpeaba mi rostro con más fuerza pero eso no era motivo que cuestionara los actos que decidí realizar desde temprano. Lo único que quería era que pasara rápido el tiempo, lo más rápido posible para poder reunirme con la mujer que lograba fabricar sonrisas a diario en mi rostro de pensamientos grisáceos.

Durante la espera mi entretención fue la de dibujar, observando a los personajes que veía circular por las calles. Mientras pensaba o meditaba que tipo de vida llevaría cada persona que circulaba, los observaba fijamente: borrachos, trabajadores de la construcción, profesores, madres y un sin fin de personas con diferentes conflictos vivenciales. Mientras tanto yo estaba ahí, sin los conflictos mentales de los demás, haciendo la cimarra para darle una sorpresa a la mujer que me encantaba por esos días.

Comenzaron a salir los estudiantes del establecimiento y debía estar atento para que no haya sido una perdida de tiempo la espera de todo el día sentado en el paradero. Me llamó la atención que el uniforme de los alumnos no tuviera mucho que ver con el que recordaba. Me sentía observado y rodeado de personas que no quería ver. Me levanté velozmente y corrí un par de cuadras hasta que llegué a un colegio en el que había niños con el uniforme que siempre quise ver, pero ya era muy tarde para la sorpresa. Había pasado ocho horas sentado en un paradero para nada, había perdido mi oportunidad.

A pesar de lo estúpido que fui no había arrepentimiento en mis gestos y meditaba en reiterar el acto pero esta vez en el colegio correcto.


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