Picazón en el rio

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Camino por avenida Providencia, el sol me da por detrás, estreno unos pantalones azules. Es hora pico: Hora del torrente de cuerpos hechos a mi semejanza, pares de piernas y de brazos, zancadas ansiosas, flujo de ojos observadores sin ser vistos, cuerpos perpetuamente lubricados, condenados al ir y venir, al hacer para deshacer, jugando a saber adónde van, soñando saber a qué juegan.

Veo un impar al margen, pobre tipo, no creo que haya vendido muchas vendas. Imposible integrarse con una pierna, el rio es solo para pares, sobre todo en hora pico, lo mejor es quedarse al margen. Me apena el impar, apenas se esfuerza en ofrecer su mercancía. El río le pasa por el lado sin siquiera notarlo, de vez en cuando recibe breves excusas desde el flujo, estas son las corrientes más empáticas, pasa que estoy muy ocupado, no tengo nada de efectivo, mi hija está enferma en casa.

Sigo el ritmo del par que tengo delante y el que tengo atrás sigue el mío, solo así puede existir el flujo. Pierna derecha, tenso, avanzo, alterno el peso, pierna izquierda, tenso, avanzo, pierna derecha, algo perturba mi ritmo, tenso, molesta dentro de los pantalones, avanzo, por detrás, alterno el peso, a la altura de las caderas, pierna izquierda, será la etiqueta que ahora las hacen muy gruesas, tenso, carajo, avanzo, no puedo arriesgar obstruir el flujo, pierna derecha. Me aparto un momento de los rápidos (suerte que iba por un costado que sino de ahí no salgo) y me pego al muro, apoyándome casualmente como quien se acomoda para esperar a alguien, aunque claro no espero a nadie y solo quiero disimular mi picazón para que no piensen que soy un cerdo: comprenderán, si lo llegan a pensar voy a terminar siéndolo, ya me veo reprochándomelo entre sueños esta noche, es muy importante cuidar su imagen, sino uno se convierte en un cerdo, y eso hay que evitarlo porque a uno le gusta su taza de café por la mañana, su almohada perfectamente adaptada a su cabeza, su ventana y la mariposa blanca entre la vegetación que se dibujan a través de ella, y eso son cosas de personas, no de cerdos. Entonces comienzo, rápida y precisamente, con la palma hacia afuera para contar con la oportuna colaboración de la uña, deslizo el dedo escogido, el medio, por ser el más largo, entre el pantalón y mi piel, a la altura de las caderas, por la espalda, justo antes de que empiece (o justo después de que termine, dependiendo cómo lo veamos, comprenderán que es todo una cuestión de perspectivas) la hendidura intergluteal, y utilizo el termino por cuidar un poco mi imagen, estamos de acuerdo que una corriente respetable dirá hendidura intergluteal, no dirá raja del culo, eso es para cerdos, e insisto, no quiero convertirme en cerdo.

  Alivio, torrente de placer, no me rasco por más de un segundo y ya estoy satisfecho, nadie parece haberlo notado, espero que el muro no ande contando lo que hice. Vuelvo a fijarme en el impar de los juguetes, no parece haberme visto, y de verme no creo que le importe. Desde aquí apoyado en el muro está a no más de dos metros, lo veo ver, ausente, lo veo ver el rio, y veo el rio yo también, absorto en su flujo que trasciende la vista y llega a los oídos, ritmo reconfortante, flujo infinito, retorno seguro, repiqueteo sutil, agua y piedras, brazos y piernas, origen del fin, perpetuo regreso.

El flujo me espera pero estoy tan bien aquí, al margen de su fluir eterno, viendo sin ser visto, aquí se puede respirar y pensar tranquilo. Sin saberlo realmente me quedo un segundo, un minuto, una hora ahí, aquí, al margen, sentado en el piso, piernas cruzadas, espalda y muro. En esta posición el pantalón se dobla en el punto justo y la etiqueta no molesta. El sol me acaricia por la izquierda, un tibio abrazo, y desde aquí, sin quererlo, comienzo a deconstruir el flujo, identificar sus componentes: me esfuerzo por verlos a todos, reconocer a cada uno de ellos, esta señora y las tres arrugas alrededor de su ojo izquierdo son únicas, ese joven, el ángulo en el que cae su cabello y la sombra que producen son vertiginosamente únicos. Pienso que todo lo veo por primera y última vez, pienso que dentro de su igualdad son todos únicos, todos endemoniadamente únicos, y no solo todos sino todo, no volvería a sentarme en el piso a unos metros de un impar mientras los pares fluían ininterrumpidamente y gozaba de la tibia caricia del sol y la ausencia del picor entre mi pantalón.

  Sentí amor, auténtica empatía, estabilidad versátil, o quizás versatilidad estable: No por la idea de que todos seamos únicos y la sensibilidad que esta supone, no por empatizar con el impar por su mala suerte ni por la nostalgia del momento por ser único e irrepetible, ya que todo esto no es más que un juego de perspectivas, sino por mí, por mi ser objetivo, por la incontable cadena de acciones y actores, reacciones y pasiones que hubieron de sucederse para culminar en mí. Me di cuenta, sin formularlo porque eso solo nos aleja de lo que creemos saber, pero intuí, realmente sentí en ese momento que yo era el flujo, yo era cada punto danzando, yo era todas y cada una de esas piernas y esos brazos, los que observan y los observados, yo era el vendedor de juguetes, las piedras y las corrientes, soy el calor en la cara, yo soy el que piensa, traduce, formula y escribe, yo seré el que duerma mañana, se despierte pasado y en el proceso sueñe que no soñó, yo somos, y yo soy, y eso es irrefutable. Así lo entendí, solo por un momento me permití entender, lo sentí, y lo dejé ir. Me levanté y volví a integrarme al flujo, dejé volar la unidad, no hay que hacer trampa en el juego porque se vuelve aburrido, sé muy bien que la mejor forma de vivir es con mi par de brazos y mi par de piernas, mi café por las mañanas, las estrellas y mis palabras, la sonrisa sincera del amor y la humilde


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