No hay cuchara

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Es septiembre, estoy en La Rioja, es mi mes favorito para estar aquí. Disfruto del sol acariciando mi piel cálida y suavemente, sin quemar. Los dias se acortan, y la euforia y la rapidez del verano son cosa del pasado, lo que me apetece son dias tranquilos, disfrutando de paseos y viendo como las uvas, y la naturaleza en general, evolucionan. Vivo en un pueblo pequeño, donde todos nos conocemos, y confiamos y en parte dependemos de las buenas intenciones del resto. Las puertas de las casas, durante el dia están abiertas, y es normal tener vecinos visitando. Todo esto es relativamente nuevo para mi, después de muchos años viajando, he venido por que necesitaba un nido, y lo he encontrado. Disfruto paseando por los campos y hablando con los vecinos, sobre la vendimia, y otros temas, que a veces levantan pasiones, a los amantes de la tierra.

 

Esta mañana, como otras mañanas, me he despertado con el trinar de los pájaros, les he escuchado sus historias, como habían pasado la noche y como esperaban que fuera el dia. Están muy sensibles al próximo cambio de estación y me recomiendan que me prepare un nido lo mas caliente posible, hablan de fríos inviernos y sobre la importancia de estar preparados. Yo les sonrío, pensando si no seran como los mayores del pueblo, hablando de tiempos pasados y de como entonces el invierno era más invierno y la vida más real.

 

He salido a correr, ahora ya lo hago con la camiseta térmica, lo quiera yo admitir o no, el tiempo esta pasando y en este caso, a las mañanas hace más fresco, lo que me recuerda no solo al futuro cambio de estación, sino, al devenir del tiempo, en noviembre cumpliré 40 años. Corro los diez kilómetros como estoy acostumbrada, voy a ese trote que me resulta cómodo, dejo mis pensamientos vagar, y hablo con los árboles. Les cuento como me estoy dando cuenta de que el tiempo pasa, como hay ciertas cosas que daba por supuesto que tendría ya cuando tuviera mi edad, y como no me siento ni cerca ni preparada para ello. Ellos me contestan, como siempre, cuánto me quieren, me dicen que somos iguales y que puesto que yo soy una persona-árbol, la edad no es tan importante en mi caso. Me dicen que disfrute del momento y que grandes cosas están por devenir. Yo sacudo la cabeza pensando, primero hablo con los pájaros y luego con los árboles y acudo a ellos buscando consejo.

 

Vuelvo a casa, y saludo a mis gatas, sigo sonriendo, tengo una sensación de que va a ser un dia estupendo, y no termino de saber por que, parece que toda la naturaleza esta expectante por algo. Me doy una ducha con agua fresca, para quitarme el sudor y el polvo del camino, y oliendo fresca y sintiendo todo el cuerpo fibroso, y los músculos contentos por el ejercicio matutino. Bajo a la cocina y ahí, doy primero de desayunar a mis gatas, cuido de que tengan los cuencos limpios y entonces me pongo a cocinar para mi. Pongo algo de música suave en mi teléfono, esa música de hacer el amor despacio, con un amante conocido, recorriendo nuestros cuerpos sin prisas, prestando atención al efecto del uno al otro, y disfrutando de la compañía mutua.

 

Mientras cocino, dejo mi cuerpo mecerse al ritmo de la música y dejo mi mente vagar, miro por la ventana y veo el árbol laurel y me acuerdo de mi abuela Carmen, y de lo gran cocinera que era, y cuanto nos nutria su comida y su presencia cuerpo y espíritu; me acuerdo de mi abuelo Iñaki, su marido, que era todo risas y bromas. Sigo pensando en la suerte que he tenido y en como mis otros abuelos, Alberto y Gloria, a los que aun que nunca conocí, siempre han estado muy presentes en mi vida, y sonrío al pensar en ellos y cuanto se amaron, a ellos, a la familia y a la vida. Mi mente sigue bailando con la música, y ahora celebro la vida de mis abuelos adoptivos, el Tío y Blanqui, y cuantos esfuerzos hicieron por cuidar de todos. Respiro agradecida, a todos ellos les debo el pertenecer a esta vida y a este momento.

 

Sigo cocinando y riéndome, hablando con todos y conmigo, escuchando a todos y a mi, hablando de cuando yo era pequeña, y de como era la vida antes, antes incluso de que yo hubiera nacido, me encantan estos dias en los que estamos todos conectados los de dentro de la casa y los de fuera.

 

De repente me siento observada, ahí esta Jorge, en mitad de la cocina, me pregunto por cuanto tiempo me ha estado mirando, y me sonrojo, este hombre tiene ese mágico efecto en mi. Respiro profundo, y sonrío aceptando el burbujeo de mi estomago. Al final has venido, le digo afirmando apreciativamente con mi cabeza. Me mira con una sonrisa cálida y con una ceja levantada, nunca me había visto siendo tan yo misma, tan serena y divertida a la vez, tan centrada en lo que estaba haciendo, tan sin importar los limites del cuerpo y a la vez honrando mi cuerpo.  

 

Ahí sigue en medio de mi cocina, le invito a sentarse y mientras respiro, busco recuperar la compostura, como si pudiera, cuando estamos cerca. Miro por la ventana y veo a los arboles y a los pájaros con una sonrisa cómplice, ellos ya lo sabían, me doy cuenta. Miro al techo, buscando conectar con mis abuelos y les digo, bueno, por fin os puedo presentar a Jorge. Este es el hombre que me hace perder el aliento, y con el que quiero pasar toda mi vida, ¿le queréis conocer?

 

Ellos se ríen, ¡pero Maria! Nos has hablado tanto de él, si es como si ya le conociéramos. Yo me dejo acariciar por el momento y les escucho.

 

Mi abuelo Iñaki, dice, tendremos que ver si es bueno para llevar mi apellido.

Mi abuela Carmen dice, a mi ya me gusta, es un hombre muy atractivo.

Alberto y Gloria dicen, Maria, quereros tanto que sea extravagante.

El Tío y Blanqui dicen, Maria, cuidaros el uno al otro, sin limites.

 

Y yo lloro de alegría, por que en ese momento se que estoy donde tengo que estar, que ese momento es el momento perfecto y que todo lo que he ido pasando hasta este momento, ha sido para crear ese momento perfecto, como perfectamente humanos somos todos.

 

Le miro a Jorge, noto como nuestras almas conectan, nos sincronizaos perfectamente y veo en sus ojos que él ya estaba ahí, y me ha estado esperando para que yo llegara, él me ha estado allanando el camino, por que él estaba ahí esperándome.

 

Y, ¿como seguimos? Pregunto al universo. No hay un seguir, oigo, es todo un ser, no hay camino, todo lo que hay es el presente, por que el secreto es que no hay cuchara y no hay camino, somos energía y cuanto más nos damos, más tenemos. Al compartir nuestra humanidad, nuestra divinidad se hace presente, y el camino desaparece, la realidad se hace infinita.


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