Ella.

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Cae la tarde, fuera el calor en este soleado atardecer es agobiante, aunque aquí bajo los castaños corre un fresco sanador. A lo lejos, en una pequeña cala se divisa el velero, que cabecea ligeramente al compás de las olas que parecen mecerlo para que duerma, como un niño. Tiene nombre de mujer, un nombre hermoso que evoca amistad y un espíritu luchador frente a las bravas tormentas y paciente ante las interminables calmas. Ante mí se yergue majestuoso el faro sobre un pequeño promontorio, ahora en silencio, aunque vigilante por si fuese preciso alzar la voz y avisar a los navegantes despistados. Sus paredes son negras, imponentes, infranqueables y en su cima la brillante linterna observa el horizonte impasible y serena. Un poco más cerca Leo juega con los mamuts, intenta atemorizarlos con sus rugidos de cachorro, quiere meterlos en el vallado, y ellos por no contrariarlo divertidos obedecen.

A mi lado descansa tranquilamente mi compañera de isla, su bonito cuerpo bronceado se mueve case inapreciablemente cada vez que respira. Duerme luego de una mañana atareada, de estudio en la biblioteca y de poda de los rosales de la puerta del faro, eses que ahora una leve brisa mueve. Hoy es un día muy especial, aunque en la isla todos los días son buenos, es su cumpleaños. No celebramos las cifras sino el acontecimiento en sí; el de que tal día como hoy naciera una persona tan inteligente, sensible y cariñosa, alguien con quien se puede pasar de unas conversaciones a otras hablando de cualquier tema con naturalidad y confianza, alguien que me descubrió que necesitaba una isla y que fue tan generosa como para soñarla conmigo, alguien que irradia creatividad y buenos sentimientos, que es feliz siendo farera en un archipiélago lejano o cultivadora de girasoles. Inagotable buscadora de respuestas y de sentimientos, mente inconformista y crítica, espíritu libre y solidario, todo ello en una misma persona: ella.

Cuando despierte, cogidos de la mano recorreremos la playa dejando que las olas mojen nuestros pies, hasta que, al caer la noche, nos sentemos en la arena para contemplar con calma las estrellas viendo pasar los cometas sin pedirles deseos, pues para mi ya se tiene cumplido el mejor de ellos, estar en tan increíble paraje con alguien tan especial.


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