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Estaba mirando por la ventana, esperándola. Día frío, era el tercer día nublado ya, imaginaba cómo el frío ya carcomía las primeras capas de resistencia y empezaba a abrirse paso, escurriéndose por grietas imperceptibles como el hueco de la llave en la puerta, los poros de tu piel, los silencios entre palabras, las heridas aún abiertas. Lo imaginaba y lo sentía, lo sentía inminente en mis pies y mis dedos, algunas veces en mi nariz: eso me alegraba porque el frío del invierno es siempre algo agradable cuando se tiene un lugar calido donde evadirlo. Todo esto pensaba esperándola, cuando reconocí algo de lirísmo en mi pensar, algo de retórica, un toque melódico, y entonces aprecié la tonalidad de mi diálogo interno, y solo entonces me di cuenta que había llegado. Entonces fui a escribir.

 

Nunca sabes cuando va a llegar, yo la espero sin mucha esperanza de que llegue pero siempre abierto a ella. Tomé esta decisión empíricamente, soy alguien de ciencias: he concluido por ahora que lo mejor es esperarla pasivamente, de esta forma si bien no llegará cuando la quieras te aseguras que lo hará tarde o temprano; en cambio, si la fuerzas solo arriesgas espantarla, si la buscas muy de cerca no la vas a ver (porque está en todos lados), si te desesperas probablemente no venga, en fin si caes en la duda, si divagas en la cuerda floja, te vas a terminar pasando días, semanas, meses, carajo, hay quienes se pasan la vida entera sin verla. Es por eso que lo mejor es esperarla, sobre todo sin presionar, como buscando estrellas fugaces en una noche estrellada, agradecido si las encuentras, sabiendo que vendrán más tarde si no se ven aún.

Cuando llega, gradualmente te abraza, te envuelve cariñosamente y si te entregas correctamente llega a tomar el control de ti, y es como volver a ser niño, comparable a ciertos viajes psicodélicos, donde un tercero, quizás un yo trascendental, toma las riendas y te lleva por caminos nunca antes visitados, o más increíble aún, te hace ver tus caminos frecentuados, conocidos, aburridos, de maneras nunca antes vistas: te habla y hace hablar de formas que nunca haz hablado ni imaginarías que hablarías, te abstrae, te deconstruye, te reconstruye de todas las formas posibles y quizás ahí te escupe exhausto, y entonces, solo entonces, intuyes, apenas intuyes, la relación intrínseca entre el árbol que siempre te ha gritado y recién sabes oir con el parpadear de los focos de la esquina, con la espuma del café, la poesía de Alejandra y contigo pensando todas esas cosas, jugando a entenderlas, intuyendo que solo las intuyes y que quizás no valga la pena aspirar a más de una intuición porque en terreno de lo abstracto lo concreto no funciona como estamos acostumbrados.

 

Entonces vuelves gradualmente a ti, quizás prendas una luz porque mientras tanto oscureció, quizás te veas los dedos, quizás creas verte en un espejo, ni te das cuenta y ya estás pensando en qué harás ahora, y en una hora más, y mañana, y si todo esto te lleva a donde quieres estar en veinte años más, y entonces tienes tanto que pensar que dejas ir todo lo intuído y lo sentido, y está bien porque intuyes que es solo un juego. La literatura se fue tal como llegó, un Cronopio estará tranquilo porque sabe que volverá, un Fama estará ansiosamente planeando como hacerla venir de nuevo.


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