JULIA

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JULIA

-Julia, estás ausente, con la mirada perdida y la mente desubicada. Te hallas despistada, con los ojos entreabiertos, y el costado apoyado en la pared, junto a la puerta de entrada.


¿En qué piensas, Julia?


Despreocupada, te sientas en la silla de oficina, donde arrojas tu chaqueta vaquera. Vas con pantalones blanquinegros, largos, finos cual mantel, un poco holgados; y el jersey de imitación, metido por la cintura, caído sobre el pecho. Cruzas las piernas (y qué piernas), bostezas y sacas los útiles de escuela.


Eres alta, altísima, y tu rostro, de rasgos centroeuropeos, muestra una piel suave, blanca, con lunares y granitos que la estilizan; estás medio dormida; tienes las orejas rosadas, las marcas de las sábanas y el pelo recién arreglado.


Vas a medio café.


Suspiras a cada rato, y bajo tus gafas de pasta escondes una desidia pasajera, que disuelves escribiendo. Misteriosa, zurda, lenta, tímida..., joven, natural, desmaquillada y preciosa.


El turno termina, y tú te levantas, con el pantalón pegadito y las nalgas crecientes..., culito pequeño, tierno y suave, pero tieso y enhiesto; trémulo y firme. Te miras ante el reflejo de la ventana acristalada, inocua por las persianas, y te admiras, seria y discreta, durante medio minuto.


Y después te vas.


Pero al salir por el pasillo, entras en otro, que está bajo otro debajo de uno idéntico: y así infinitamente. Me observas, tranquila, y te me entregas; me coges los hombros, acercas el rostro y esperas a que yo haga algo.


Yo te acaricio la cara caliente, pasando los dedos por tus labios, que ceden al tacto y se contraen. Estás bloqueada e inexpresiva como yo. Me coges de la mano y me dices que vamos, sobre una gravedad casi en cero y un fondo negro, con estrellas y estrellitas, y portales de luz.


Estás hecha toda una mujer, con la caderas anchas y los pechos esbeltos, altura curva, espalda recta; y estás echando culo. Me exploras todo el cuerpo, rozando el tacto con las uñas sobre mi piel. De arriba abajo, te ríes cuando me metes los dedillos en el miembro, que está excitado y en alto, rígido porque me exaltas la líbido de joven con las hormonas desperdigadas.


Nuestras bocas se prueban y su sonido se desparrama por la piel, en forma de cariño. Tu ropa se está cayendo y no lo puedes evitar, los astros están por encima tuya; pero tú te ríes porque ahora no eres de este mundo. Muerdes la sonrisa de tus labios y te pones el dedito entre los dientes, pilla y coqueta, pues estás en trance.


Pero ahora paseamos sobre el arco, multicolor y llamativo, cautivos pero en libertad porque no tenemos ninguna jurisdicción. Tampoco hay amor, porque en mi narrativa mando yo; y vamos caminando sin pisar, hacia un horizonte sin forma ni objetos que no tiene final.


Voy a llevarte de la mano allí (al final del horizonte), allá donde habiten todos los seres que habitan en ti, que no son pocos porque eres joven y fantasiosa. Y la desnudez lisa de tu piel te augura un intenso futuro, tal vez incluso prometedor si así lo deseas.


Vamos los dos desnuditos, ya sin complejo de atracción ni vergüenza, hacia la profundidad de nuestro sueño. Tengo que hacer algo contigo, porque ahora no existimos pero luego voy a tener que orientarme, y vas a pedirme explicaciones. Menos mal que ahora mismo no estamos en el mismo sitio.


Aparecemos, tú y yo mismos, sobre un campo verde de hierbas, con cerdos y cabras; y nubes, con un frío erizante. Sólo entonces copulamos, de forma grotesca y desinteresada; pero aliviante. Cuando suspiramos tensos y chillamos ahogados de placer, del sexo no sale esperma sino aire, viento, que da gustillo y me incita a quedarme dentro tuyo... pero hemos de volver.


Qué bello es el sexo con los ojos cerrados, con las pupilas inquietas, de lado a lado, en la fase más profunda. Acabamos y caminamos como tal cosa, hacia delante y de frente, que hemos de volver atrás (a donde empezamos).


Las ferias, los chavales, los carnavales... Pasamos por todos los estados, del mundo y de ánimo, hasta al fin llegar al principio. Dejo que me cojas la mano, porque tú lo decides. En este jardín del Bosco solo vamos por el medio, viendo a todo el mundo gozar e ignorando sus grotescas maneras. Qué poca vergüenza... qué rarunos.

 

No me preguntes pero todo está de rosa, incluso el paso del viento; y el tiempo no existe, que llevamos siglos aquí metidos y siempre es día abierto. Llevamos lustros sin hablarnos y décadas sin conocernos, nos hemos apalancao. En la zona de confort. Qué bien se está coño. Todo el mundo recurre al agua para lavarse y jugar, y verse en su reflejo. No íbamos a ser menos mi alma. Con la humedad del río nos venimos arriba.

 

Enhiestos y firmes, rectos sobre el césped, que nos hemos pegado un grande chapuzón. Hay que ser disciplinado y cauteloso; no es fácil ser el centro de un tríptico (aunque mola).

 

Vamos a ir al final, por la derecha, todo oscuro. Es el infierno. Estoy empezando a arrepentirme: no debimos llegar tan lejos. Ahora nos apuntan, colgados boca abajo, enganchados por los pies. Los pecados de los Hombres, que no nos sabemos contener. Me clavan entero, por todos lados, se me ríen esperpénticos como ni el Joker; me muerden. Sufro eternamente durante un rato. El fuego es inesquivable como la parca. Me están lloviendo hostias por todas partes. Asadito, rojo de sudor sangriento, violencia inclemente. Me han violado. Acorralado.

 

Lloras y lloras. A ti te llevan fuera, libre; y me miras vuelta, con pena e incertidumbre, anodada. Te han tirado como a un perro a los perros. Vas a morirte. El aliento del sabueso te maneja y te dirige hacia su boca. Lleno de dientes, sufres viendo cómo se separan las carnes de tus huesos... cómo esa piel tan fina se rasga y se araña fácilmente, dejando un rastro de sangre que desprendes en jadeos. Suspiras gritos, hundidos con el molar del perro que te hunde la cabeza. Abollada, con la cara aplastada. Estropeada. Deforme. Totalmente destrozada y en pedazos. El can te escupe por ser muy amarga, devolviendo en trocitos tus miembros amoratados, como canicas... pareces una polilla cazada por un gato. Entre tantos muñones nadando en tu mar rojo, me parece divisar tu corazón.

 

Todo se cae, al vacío. Todo flota sobre ese fondo oscuro, vacío sin rumbo, directo entero hacia el portal de luz. Estrellas, estrelllitas; culos. Tetas. Nunca llegaste a marcharte. Aún sigues donde empezó todo cuando te fuiste. Desconcertada, te levantas de la silla presidencial, completamente desnuda. No puedes pensar claro y te tapas la vagina, contemplando las puntas rígidas de tus pechos, por donde canaliza un cuerpo empapado en sudor. No has de temer porque no hay nadie. Mueves con pausa tu infiel trasero. Buscas tu ropa en los sueños, sobre un fondo negro, gravedad casi en cero, con estrellas y estrellitas y portales de luz. Sales, de la boca del infierno, completamente trajeada.

 

Y después te vas.

 


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