PANTERA

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Huí de la aldea esa noche. Sabía que los elfos estaban a punto de venir a por mí. Fui la última persona que había visto a Drizzt y ellos pensaban atraparle a cualquier coste, incluso el coste de mi vida si era necesario. Era injusto que cuando ocurría una desgracia, en quien primero pensaran fuera en él. 

Puse en mi cinturón la pequeña cimitarra y envuelta en una oscura capa me encaminé entre la silenciosa noche hacia las montañas a través del oscuro bosque. 

La luna menguante iluminaba levemente el sendero que transcurría entre las rocas y el desfiladero, lo justo para evitar que cayera rodando hacia la profundidad del vacío. No sabía hasta dónde podría llegar antes de que la luz del sol me delatara como un punto móvil entre el gris de la Gran Roca.

Lo conseguí. Antes del alba, cuando el cielo perdía ya su oscuridad por el este, por fin llegué a la entrada de la cueva. Una estrecha fisura hacia la negrura más profunda. 

Y aquí estoy, en el interior, junto a la pared de roca, intentando recordar la dirección correcta del pasadizo. Hacia un lado, la red de pasillos, el laberinto. Hacia el otro, la gran sala del Abismo, donde me seria concedida una muerte rápida a cientos de metros montaña abajo.

Opto por deslizarme a la derecha, el instinto natural me dice que por ese lado llegaré al lugar en el que estuve hace ya más de un año. Claro que entonces seguía a Drizzt. Su visión infrarroja nos permitió llegar con facilidad a su refugio. Guiándome con las manos por la pared de piedra voy situando un pie tras otro, escuchando el goteo del agua que se filtra por cualquier rendija y que se magnifica en ese lugar. 

Pasan los minutos eternizando el camino hasta que un movimiento de rocas no muy atrás me deja sin respiración y con el corazón saltando dentro de mi pecho. Comienzo a acelerar el paso, a riesgo de caer o torcerme un tobillo, pero no tengo donde ocultarme. Unos roces contra la piedra, cada vez más cerca, ponen alas a mis pies. ¡Maldita negrura!

Casi puedo sentir la respiración detrás de mi cuello. En ese mundo, cualquier cosa puede ser letal. Por capricho o por hambre, da igual, voy a morir sin llegar a...

De repente, un golpe en mi espalda me tira al suelo y un gran peso me mantiene comprimida boca abajo. Intento mover mi brazo para coger la cimitarra pero un ronroneo me detiene.

—¿Gwenhwyvar? —pregunto con un hilo de voz, rogando para mis adentros que fuera la enorme pantera la que me tenía inmovilizada.

Unos metros más adelante, la conocida y cálida voz de un drow responde por mi atacante:

—¿Lizzie?

 

 

 

 

 

 

 


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