EXTRAÑA TELEPATÍA/Relato parte1

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Cómo poder enfrentarse a aquella decisión que cambiaría sin duda alguna su monótona e insostenible forma de vivir…
La perplejidad que causaba aquel rostro desencajado a la vez que triste, y que Irene observaba desde hacía unos minutos, la obligó, a acercarse poco a poco.
Disimuló, sí, solo lo que ella estaba viviendo y sintiendo, le parecía que cualquiera, sin conocer nada, iba a compararlas.
Está bien, fue la expresión mental que Irene se hacía al leer en la ficha informativa del cuadro, que la mujer retratada ya había fallecido.
En muchas ocasiones mujeres con problemas y muchas necesidades, se prestan para esos servicios de modelos, por un módico precio. Y siempre para esos pintores a los que otra esfera de artistas no los consideraba como tal.
Determinar aquellos datos que identificaban a la dama triste, le aseguraban poder luego buscar sobre su pasado, sabía por la expresión de sus ojos, sobre todo, que la tristeza envolvía su historia, de igual modo resultaría de ella misma, si quisieran plasmar en aquellos instantes la agonía de su mal herido corazón.
Seguía mirando y fijándose, aquel rostro le hablaba: Celos, desconfianza, qué sería, quería averiguarlo, era notorio que Irene se veía en ella…
Toda vestida de blanco, un ejemplo calcado al de ella en la noche Ibicenca en la que conocer a Gus trastocó sus sentimientos.
Su motivación por la vida ya no era la misma. Creció como las olas en un mar revuelto, llegó hasta un universo desconocido.
Y después… después de enseñarme que era la vida y el amor, me enterró en un hoyo lleno del lodo de la indiferencia.
Del que ahora no puedo salir… Se decía Irene sin apartar los ojos de los de la dama de blanco del cuadro.
La mañana había sido interesante, Irene salió de su casa sin desayunar, en su rostro la añoranza de aquellas veladas en las que la princesa sonriente y feliz fue ella. No había ninguna duda, su idéntico semblante encontró en aquel lienzo, una tela pintada, absorbida de melancolía.
Parpadeó un par de veces antes de, con los ojos cerrados, darse la vuelta.
No te alejes, es necesario que sepas…
La misma acción y aún con los párpados ocultando la luz de la sala, Irene retrocedió…
Intentaba descifrar aquel mensaje que su mente le mostraba, era ilógico, no podía decir que el cuadro le hablase, pero la triste pintura le expresaba con una extraña telepatía su ya longeva soledad.
Miró fijamente, volvió a acercarse… ¡La tela sudaba!
Registrando la habitación, Irene comprobó que se encontraba sola en aquel preciso instante…
Fui sometida a una libertad limitada. Una cárcel que vi abrirse un día por casualidad.
En la cabeza de Irene, seguían resonando aquellas lamentaciones, ahora sabía que no las estaba imaginando, que eran una realidad predispuesta.
¿Me escuchas?
¡Sí! Gritó Irene, mirando a los ojos de aquella que un día posó para quien la estaba pintando.
¿Pero, no sé, qué estoy haciendo? Sin abandonar la idea de qué estaba perdiendo la cabeza, le contestaba.
¿Qué es necesario que sepa? Siempre que se dirigía al retrato lo hacía en silencio, visualizando el rostro triste y escuchando atentamente sus pensamientos.
Fui una niña feliz, una buena hija y una hermana comprensiva. Con pocos menos años que aquí donde me ves retratada. Mi novio, el hombre que me robó parte de mi juventud e ilusiones, tuvo que dejarme para unirse a mi hermana mayor. Ella cumplía con el rol de mujer más madura para casarse con él…
Me cuentas esto por algo ¿verdad? Preguntaba Irene, sin verbalizar palabra.
Claro, las conversaciones no tienen sentido si no responden a un motivo.
¿Estás triste? Te diré que es lo que puedes hacer para encontrar la felicidad.
¿De verdad? Es contradictorio que tú me digas eso, cuando no eres el vivo retrato de la alegría.
Delante de mí el apuesto pintor plasmaba la tristeza de mi desamor, con aquellos pinceles sin colorido alguno. Después de las primeras sesiones cada uno se iba por su parte, pero el destino quiso que una de aquellas tardes, nos conociéramos de forma muy interesante.
Nada de lo que piensas te pone en lo cierto de cuál era mi tristeza.
A partir de aquel instante quedé envuelta en una eterna soledad, había perdido a un hombre y ahora perdería el amor, sería feliz hasta que la enfermedad que él sufría me lo arrebatará.
Señorita, tiene que abandonar el recinto, vamos a cerrar.
Escuchaba Irene, que estaba embelesada con lo que su pensamiento le estaba diciendo.
Me tengo que ir, ya has visto que me echan, pero mañana volveré, por lo que estoy escuchando, tenemos mucho en común.
Tu tristeza no tendrá nada que ver con la mía, pero podré ayudarte.
El celador se entretenía mirándola extrañado e impaciente por cerrar el museo.
Fue muy interesante, salía diciendo Irene, era una lástima, se seguía diciendo, no haber aprovechado más tiempo escuchando a aquel retrato titulado “Dama triste”
¡No estaba triste, estaba feliz, solo que ya sabía que pronto me quedaría sola!
Sus pasos se detuvieron, cómo podía ser, ya no estaba en el recinto, ni tenía el cuadro delante. Qué insólito diálogo había mantenido…
Estaba cerca de su casa, pero sus pensamientos no la dejaban llegar, con quién habló en todo aquel tiempo…
Y volvió a escuchar dentro de su cabeza, para qué nadie escuchase o tal vez para no perder ninguna de aquellas frases, que le ayudarían para llegar a ser feliz…
“Todo hay que vivirlo, lo bueno, lo menos agradable, estás con vida, para que perderte nada. Todo enseña, todo hace feliz”
Irene se sentó en un banco del parque, desde allí veía a lo lejos el museo a su derecha, y enfrente de ella su casa. Recapacitó y se levantó de allí diciendo en voz alta: Tengo que rehacer mi vida, estás en lo cierto, se puede ser feliz y estar triste, pero nunca la tristeza podrá destronar una felicidad plena.
Así es, se feliz cada momento, cada instante, cada minuto vale la pena vivirlo, aférrate a él…
Imposible apartar aquella dulce voz que de sus pensamientos salía, evocando frases de ánimo y reflexiones de esperanza.
¿Quién eres preguntaba ahora Irene? su corazón se aceleraba, tenía que ver a Gustavo, no podía permitir que otro día se fuese al trabajo sin verlo.
¿Soy, qué quién soy, preguntas? La mujer del cuadro, a la que tú has querido parecerte. Una joven con problemas, pero que en uno de aquellos momentos de felicidad supieron transmitir la tristeza que sentía. Mi pintor al contrario estaba triste sintiéndose en ese momento feliz por su obra bien hecha.
Es cierto, se dijo Irene, he querido ser una copia tuya, alguien a quien creía infeliz, porque yo misma me sentía de ese modo…
No quiero, no volveré a pretender que la tristeza se apodere de mí. Eres una buena recomendación volveré a visitarte…
Subió hasta su puerta, sacó la llave, pero no la utilizó, llamó y Gustavo le abrió. Antes de que él al ver que era ella, volviese a adentrarse, lo cogió del hombro y se colgó de su cuello.
Te quiero, le decía…
Sus ojos mostraban la emoción...

Sigue...


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