Luna, mi hermana desconocida, Cap 1

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Siempre guardé un profundo resentimiento hacia mi padre. Había abandonado a mamá cuando ella estaba embarazada de mí, y nunca quiso hacerse cargo.

Pasé mi niñez y adolescencia sin una figura paterna. Mi madre se mataba trabajando limpiando casas y oficinas por hora, mientras yo me educaba solo en la calle, y viendo televisión.

Había ciertas ventajas en mi vida solitaria, debo admitirlo. Siempre fui mucho más precoz que la mayoría de mis compañeros de escuela. Tenía la casa sola para mí, y podía ver el programa de televisión que quisiese. La importancia de esto último ha de ser difícil de comprender para quienes se hayan criado en la era digital, pero los más grandes sabrán a qué me refiero. De adolescente, Me pasaba las tardes viendo videos porno, y tomando cualquier tipo de bebidas alcohólicas. Invitaba a tres o cuatro compañeros de escuela, y la pasábamos excelente tomando, pajeándonos, y jugando a la playstation que alguno de ellos traía de su casa, ya que yo no tenía porque mi madre ganaba muy poco.

Al poco tiempo las películas me empezaron a aburrir. Ya me sentía grande y tenía ganas de experimentar. Como trabajaba un par de veces por semana repartiendo volantes para una panadería, tenía unos mangos ahorrados, así que un día, compré el diario y busqué en el rubro cincuenta y nueve a la puta más cercana a mi barrio.

Elegí pasar con una chica de veintitrés años (toda una veterana para mí). Tenía unos quilos de más, pero era la que mejor cuerpo tenía. Entramos a un cuarto oscuro. Ella se desvistió rápido. A pesar de su leve sobrepeso, tenía el culo bien firme. La abracé y apreté mi torso con sus tetas. Ella me dio besitos tiernos en el cuello y la oreja. Yo exploré sus cavidades y la descubrí repleta de gel lubricante.

Me le chupó unos minutos, y cuando se dispuso a ayudarme a ponerme el preservativo, yo le rogué que la siguiera chupado sin el forro, pero ella sólo dio un par de lengüetazos al glande, y me colocó el profiláctico con una velocidad asombrosa.

Me la chupó un rato con el preservativo puesto, pero, si bien la mamada era agradable, no se comparaba con el tacto de la lengua babosa en la pija desnuda. Así que le dije que la quería penetrar.

Ella se acostó boca arriba. Abrió y flexionó las piernas. Yo me desnudé por completo y fui a la cama con ella (no recuerdo su nombre). Mi pija, la cual me enorgullecía de ser la más grande entre los chicos de mi edad, entró como si nada en semejante agujero lubricado. Apenas sentía la fricción de nuestros sexos durante la penetración. Pero aun así lo disfruté mucho. La puta me daba besos eróticos en todas partes, y se dejaba meter mano por todos lados (cosa que luego descubriría que no hacen todas las putas). Tenía la piel muy suave, y despedía una fragancia dulce y agradable.

Acabé pronto, y de hecho ni siquiera me di cuenta de haberlo hecho. Sólo dejé de embestir cuando sentí la pija fláccida. Luego la puta, previa verificación, me confirmó que ya había eyaculado.

A pesar de no haber tenido una gran performance, me gustó mucho mi primera vez, y siendo muy joven me convertí en un putañero profesional, que se conocía los tugurios de toda capital y provincia, y que se había acostado con más mujeres de las que mis amigos soñaban con tener.

Pero, en fin, me fui de tema. Estaba hablando de mi viejo. Al tipo solo lo vi dos o tres veces en mi vida. Y la ausencia de un mayor que me vigile me convirtió en un adolescente dado a la bebida, y a las putas. Pensándolo bien, tuve una suerte inmensa de no haber caído en la droga o en otras cosas turbias.

Pero cuando mi mamá empezó a tener problemas de salud y a no poder trabajar todos los días para mantenernos, tuve que ponerme las pilas y conseguir un trabajo fijo.

A mis veintiún años ya era todo un señor, que ya había vivido todo tipo de aventuras, y había adquirido experiencia, por lo que los vicios ya no me tentaban en lo más mínimo. Sólo iba de putas, cada tanto, porque me gustaba estar con mujeres que luego no me estaban molestando con exigencias ni celos.

Nunca me enamoré. Alguna que otra vez creí estarlo, pero cuando la chica de turno mostraba su verdadera cara (casi todas eran unas putas), enseguida me desencantaba del hechizo en que había caído. Muchos de mis amigos me envidian la capacidad que tengo de dejar las cosas malas atrás, y no entienden cómo puedo hacerlo. En el caso de las mujeres es fácil. Cuando descubro que a la chica con la que salgo no le alcanza sólo con mi pija, o resulta ser una obsesiva, o tiene cualquier tipo de hábitos que van en contra de mi filosofía de vida, simplemente dejo de quererla, porque la persona que me había gustado en principio ya no existía, o quizá nunca existió.

En todo caso, no es para dar lástima ni mucho menos, pero para las personas que sufrimos pérdidas como la muerte o el abandono de un padre (que es casi lo mismo), estamos mucho más curtidos, y los desengaños no nos afectan igual que a otros.
La otra cara de la misma moneda es el hecho de ser un tanto insensible con los otros. Pero, en fin, nadie es perfecto.

A pesar de esto, el tema con mi padre me cuesta superarlo, y cada vez que veía a mi vieja cansada de tanto trabajar, y cada vez que pienso en cómo perdió su juventud por cuidar de mí, me viene una ira asesina hacia ese tipo que nunca en la puta vida se dignó a pasarnos unos mangos para comer.

Así y todo, nunca me decidí de hacerle ningún reclamo. Y, aunque más de una vez, en mi mente elucubré alguna maldad hacia él, jamás la concreté. No me parecía justo tener que gastar energías con alguien como él.

Continuará


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