Luna, mi hermana desconocida, Cap 2

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Ahora tengo treinta años. Tengo un buen negocio y una casa propia. Y lo mejor de todo, ahora soy yo el que cuida de mi vieja. No somos ricos, pero no nos falta nada.

Desde hace días que pienso en mi viejo con más regularidad que de costumbre. No sé por qué, pero así es.

A pesar de vivir en una época de hiperconexión, donde se puede conversar con personas de otros continentes sin ningún problema, nunca me tomé el tiempo de buscarlo en ninguna red social, y si alguna vez se me pasaba por la cabeza hacerlo, me deshacía de la idea enseguida.

Sin embargo, ayer los busqué. Y lo encontré.

Para mi sorpresa, casi me pongo a llorar cuando revisé su Facebook. Tenía poca información, se ve que no es muy dado a la tecnología, pero su foto de perfil era demasiado parecida al hombre que vi un par de veces, hace veinte años.

Es abogado. Vive en Barrio Norte, por lo que se deduce que no le va nada mal al desgraciado. No hay muchas fotos. Sólo algunas de las navidades del dos mil doce, y de unas vacaciones en punta del este (cheto) del mismo año.

En aquellas imágenes aparecía con un montón de familiares alrededor de una mesa bellamente decorada, repleta de comida navideña. Él se sentaba a la cabecera. Tenía barba, y su pelo era rubio, aunque tirando a castaño. Vi que tenía ojos azules. De eso no me acordaba. Yo por suerte salí a mamá, y tengo los ojos marrones.

A su lado. En medio del montón de parientes (y quizá amigos) había una mujer bastante bella con un vestido elegante y sexy a la vez. Supuse que era su mujer actual, porque salían en todas las fotos juntos, y en una se tomaban de las manos. Era una veterana que estaba bastante buena. Me pregunté si llevaba puesta una bombacha rosada, como acostumbran a hacer algunas mujeres en navidad.

La mina me estaba calentando. Me imaginaba agregándola a Facebook, para luego, mediante muchas charlas, invitarla a salir. ¡Qué bueno sería cogerme a la mujer del viejo! Se lo merecía.

Pero claro, sólo eran fantasías. Nunca gastaría tantas energías en una mujer. Además, ya pasaron cinco años de aquello. Y en una mujer que ya rondaba los cuarenta, ese tiempo es mucho.

Luego noté que había otra persona que se mantenía cerca de mi padre en muchas fotos. Era una chica de doce años más o menos. Me pregunté si era la hija de la pareja. Y apenas pensé en eso me emocioné.

No solía pensar en la posible existencia de hermanos. Aunque, de hecho, era obvio que era muy probable que existan. Pero me convencía de que no importaba, de que si no se criaron conmigo no eran hermanos reales. Me decía que, si el tipo que me abandonó tenía otra familia, no tenían nada que ver conmigo, ya que mi familia solo éramos mamá y yo.

Pero me había mentido toda la vida, porque cuando vi la foto de esa nena, una emoción incontrolable se apoderó de mí.

Seguí pasando las fotos, y cuando llegué al álbum de las vacaciones, comprobé que la nena estaba con ellos todo el tiempo. Leí los comentarios, y más de uno no me dejaron duda alguna. Era mi hermana.

La nena estaba etiquetada en todas las fotos. Así que hice clic, y abrí su perfil.
Y eso fue lo que desencadenó toda la locura en la que estoy metido ahora.

Continuará


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