Luna, mi hermana desconocida, Cap 4

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En los días siguientes traté de no pensar en ella. No quería estimular esos sentimientos enfermizos. Trabajé duro toda la semana en mi local, y cuando estaba aburrido iba a lo de algún amigo a tomar una birra. Hasta que llegó el viernes y estando con Kevin, un amigo del barrio, se me cruzó por la cabeza una idea que no sabía de dónde vino:

— Vamos a un boliche a bailar. — le propuse.

— ¿y desde cuando te gustan a vos lo boliches? — Rió Kevin.

— No sé. Quiero hacer algo diferente. — le contesté.

— Bueno, vamos a pinar. A ver si nos levantamos a alguna.

— No. Vamos a Brooklin. — lo corté yo, sin esperar su opinión.

Nos empilchamos y perfumamos tardando casi tanto como las chicas con las que salíamos, y nos fuimos en mi auto hasta el boliche.

— Debe estar bueno Brooklin que preferís ir hasta allá antes que a Pinar que no tardaríamos ni la mitad. ¿Cuándo fuiste?

— Nunca, pero me dijeron que estaba bueno. — le contesté.

El boliche habría de estar bueno para los chicos de veinte años. Era el lugar de moda. Pero la música ridículamente fuerte y la multitud de personas reunidas en un solo lugar nunca me agradaron.

Me encontré buscando a alguien, aunque no estaba seguro de a quién. Miraba por todas partes para ver un rostro familiar, pero nada. Kevin ya estaba bailando con una chica que ojalá ya haya terminado la secundaria. Le susurraba algo al oído y ella reía histéricamente. Mi amigo no dormiría solo en la noche. Solo esperaba que al otro día no fuera preso. Esto me hizo percatarme del verdadero motivo por el que había decidido ir Brooklin. Uno de los organizadores que le dejaba un comentario en casi todas las fotos de mi hermana Luna, trabajaba ahí. El chico insistía con que los sábados “eran de Brooklin” y le ofrecía todo en cuanto estaba en sus manos para convencerla de que asista con sus amigas a ese lugar. Seguramente esos mensajes quedaron grabados en mi subconsciente y eso me llevó a decidir pasar la noche ahí. Una parte de mí (la más sensata) quería encontrarse con ella y hablar un rato, para saber cómo le iba en la vida a mi hermanita. Me consta que en las redes sociales es todo color de rosas, pero la realidad, en general, no es tan linda. Si tuviese algún problema, quizá yo, como hermano mayor, podría aconsejarla o ayudarla de alguna manera. Además, su padre no debería ser una buena imagen paterna, después de todo, tenía tendencia a abandonar a sus hijos, si lo sabré yo. Pero otra parte de mí (la más retorcida) fantaseaba con un juego más perverso. Un juego que no es necesario explicar en qué consiste.


De todas formas, era improbable encontrarla, ya que podría haber ido a cualquier otro boliche, o a ninguno. Me quedé en la barra un rato, tomando unos tragos. En un momento se acercó una chica y me saludó. No estaba nada mal, además con la oscuridad y el alcohol encima, me parecía mucho más linda de lo que realmente era. Se trataba de esas zorras que se acercaban a uno en busca de que le pagues los tragos. Yo la invité y luego la saqué a bailar. Tenía las tetas grandes y cuando nuestros cuerpos se arrimaban al ritmo de la música, los sentía presionándolo con mi tórax. Tenía lindo cuerpo. Puse la mano en su cintura, y cada tanto la bajaba un poco para sentir el inicio de sus generosas nalgas. Tenía una linda carita redonda, que me tentó a besarla. En el primer intento me esquivó, pero la siguiente vez la agarré con fuerza de la cintura y la atraje hacia mí, y le comí la boca. Tenía un fuerte aliento etílico que no me gustó mucho, así que para compensarlo aproveché para estrujarle el culo. Pero cuando le estaba metiendo la mano debajo de la pollera, se apartó de mí.

— ¡No te zarpes! — me recriminó.

Pero la zorra siguió bailando conmigo. Seguramente en la intimidad se dejaría meter mano sin problemas. Yo tenía una erección, y la chica, a la cual jamás le pregunté el nombre, frotaba su cadera en mi tronco cada vez que podía. Estaba más caliente que yo. Esa noche estaba de suerte, con solo estar un rato en Brooklin, ya tenía un polvo garantizado para más tarde.

Pero justo entonces creí ver a Luna. Era difícil estar seguro de que era ella. De hecho, solo divisaba una silueta borrosa mezclada con un montón de otras chicas. Pero sus facciones, las que veía muy borrosamente, me hicieron pensar que podría tratarse de mi hermanita.

Le dije a la chica con la que estaba bailando que iba al baño y ya volvía. Me acerqué a donde creía que estaba mi hermana. La chica vestía una remera negra muy ceñida, un short diminuto del mismo color, con un cinturón grueso. Los cabellos castaños estaban teñidos de rubio en las puntas. Estaba espléndida, bailando bajo los haces de luces multicolores rodeada de un grupo de amigas.

No me animé a acercarme. En cambio, me puse a bailar muy cerca de ella, con una gordita escandalosa que se sabía todos los pasos de las canciones. Cada tanto la miraba de reojo, y cada tanto mi mirada se cruzaba con la hermosa mirada azul de Luna. No cabía duda, era ella. Mi hermana.

Unos chicos quisieron sacarla a bailar. Ella no aceptó ni rechazó, sólo se limitó a seguir moviéndose al lado de sus amigas, mientras los pibes se movían como monos a su alrededor. Alguno quiso robarle un beso, ganándose a cambio un cachetazo. Me gustó su actitud. Se hacía respetar. No era cuestión de que por vestirse de tal manera tenga que aguantarse los arrebatos de cualquier pajero.

Yo seguí bailando con la gordita, y más de una vez sentí la mirada de Luna clavada en mi nuca. Pero cuando me daba vuelta a mirarla, ella desviaba la mirada, y fingía decirle algo a su amiga.

Me dio mucha ternura estar tan cerca de mi hermanita. ¿Ella sabría de mi existencia? Quizá también me conocía de las redes sociales y por eso me miraba con la misma insistencia con que yo la miraba.

O quizá sólo me miraba porque le parecía un tipo interesante… Y en ese punto mi parte más perversa desplazó a la más sensata. Cada movimiento que hacía era exquisito. Su sonrisa me encandilaba, sus ojos me fascinaban, su cuerpo, esbelto, elástico, ágil, y sensual, me maravillaban. En un momento me encontré bailando solo, muy cerca de ella. Había dejado a la gordita bailando con otro tipo. Me sentía un poco ridículo, pero el alcohol que había consumido se encargó de sofocar esos sentimientos negativos.
De repente Luna se me acerca.

Continuará


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