CARTA DE RECOMENDACION parte 1

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CARTA DE RECOMENDACIÓN

 

Aquella mañana, Emilio se levantó más temprano de lo habitual, pero con el cuerpo muy descansado. Se afeitó,se lavó los dientes y se duchó, como hacía habitualmente, pero esta vez lo hizo silbando una melodía pegadiza.

Desayunó con apetito y cuando Luisa, su mujer, bajó por las escaleras, él estaba leyendo el periódico, haciendo tiempo para marcharse al trabajo. Luisa, iba muy bien arreglada, acorde con el puesto que estrenaba ese día: directora de marketing, de su empresa alimentaria.

La noche anterior habían salido a cenar para celebrar el nombramiento, a un restaurante de muchos tenedores y la factura, incluyendo el champán, fue acorde con el status del establecimiento.Al salir, volvieron a casa directamente, porque al día siguiente tenían que trabajar.

Se dieron un beso en la mejilla y cada uno se dirigió a su coche para comenzar la jornada laboral. Una vez al volante, Emilio, empezó a tatarear una canción de moda.. El plan que tenía urdido desde que Lucía le anunció que había bastantes posibilidades de que le ascendiesen a directora de marketing, doblándole el sueldo, iba a ponerlo en marcha esa mismo día, en cuanto se le presentase la oportunidad. Recorrió los 64 kilómetros que le separaban de la fábrica, a una velocidad moderada, pues el tráfico a aquellas horas era muy denso.

Él ya se había encargado,mientras tanto,de poner a Lucía en antecedentes, diciéndole que la empresa (en la que él llevaba trabajando 18 años), atravesaba por un mal momento y que se rumoreaba que podían hacer un expediente de regulación de empleo.

Aparcó el coche en su plaza reservada y se dirigió con paso firme a las oficinas de la fábrica de aluminio, donde era adjunto al director de administración. Saludó a los que ya habían llegado y se sentó en la silla de su escritorio, con la mirada abstraída. Acto seguido, encendió su ordenador y comenzó a escribir una carta. Cuando terminó, consultó su reloj de pulsera y vio que ya habían pasado de las 9, hora oficial del comienzo de la jornada. Atendió a varias llamadas telefónicas que le pasaron desde la centralita y a su vez devolvió un par de llamadas pendientes del día anterior. A las 10, hora en la que casi todos se tomaban un café o un té, se levantó y se dirigió al ascensor y pulsó el botón de la cuarta planta. En la recepción de esa planta, estaban sentadas las secretarias de dirección. Las conocía a todas por el largo tiempo que llevaba en la empresa y por eso las llamaba por su nombre de pila. Tras saludarlas jovialmente, le preguntó a Laura la secretaria del director general, si éste se encontraba libre en esos momentos. Laura le dijo que sí, pero que en diez minutos se marchaba al aeropuerto para tomar un vuelo transoceánico con destino Tokio. Él le dijo que le urgía mucho hablar con él, por un asunto particular y  que le hiciese el favor de anunciarle. Laura, se fue y al cabo de un minuto volvió y le dijo que podía pasar.

Cuando entró, el director general estaba ya preparándose para el viaje, recogiendo papeles y memorándums, que metía en una gran cartera de cuero. Saludó a Emilio cordialmente y le preguntó que en qué podía ayudarle. Emilio le tendió la carta que había escrito una hora antes y el director general, sacándola del sobre, la leyó incrédulo. A continuación tomó asiento y le dijo a Emilio que hiciese lo propio.

Con la voz alterada el director general le preguntó a Emilio, que cual era la razón por la que quería marcharse. Emilio le dijo que, en primer lugar pensaba en tomarse un año sabático, pero que además su futuro en la empresa estaba taponado por el jefe de administración (que era sobrino del presidente de la Compañía) y que además pensaba que había llegado el momento de enfrentarse a nuevos retos y proyectos.  El director general ,perfecto conocedor de que el sobrino del presidente era un inútil total y que el eje del departamento era Emilio, le dijo que si lo podían arreglar con dinero, estaba dispuesto a subirle el sueldo, pero con un sobre mensual , para que el sobrino no se enterase. Emilio le dijo que él no utilizaría nunca, ese sistema para conseguir un aumento, que su decisión era irrevocable y que lo único que le pedía era una carta de recomendación, a lo que el director general accedió, después de pensárselo dos veces. Emilio aceptó quedarse un mes más, para dar margen a la empresa para buscarle un sustituto y sin querer entretener al director general, que ya iba muy retrasado por su culpa, se despidieron finalmente.

Cuando llegó a casa esa tarde, se cambió el traje por ropa cómoda  y se sirvió un whisky doble con hielo, que se sentó a saborear en su butaca preferida. Al llegar Luisa, una hora más tarde, ya había ensayado todas las formas de contárselo, hasta encontrar la que le pareció más convincente. Se saludaron y él le preguntó que como le había ido en su estreno como jefa, a lo que ella le dijo que mejor de lo que esperaba, porque tenía mucho miedo de que las envidias, tratasen de ponerle la zancadilla desde el primer día.

A la hora de cenar, mientras estaban sentados a la mesa, Emilio dejó caer, como quien no quiere la cosa, que su empresa había decidido presentar un expediente de regulación de empleo y que habían comenzado a negociar con el sindicato, el número de afectados. Luisa le dijo que no se preocupase, que era imposible que el recorte de personal le afectase a él, sabedora de que  (según le había dicho Emilio en multitud de ocasiones), el sobrino del presidente era un cero a la izquierda. Emilio le contestó que eso estaba por ver, ya que al que no iban a echar de ningún modo era al sobrino, por lo que no las tenía todas consigo.

Emilio dejo pasar a Luisa tres semanas de suspense,  hasta que llegó el día en que decidió  tirar los dados. Nada más entrar ella por la puerta, Emilio le soltó a bocajarro que lo habían incluido en la lista de bajas y que, por supuesto, el sobrino se había salvado de la quema. Luisa se quedó trastornada, por cuanto no había considerado esa posibilidad en ningún momento, y pensó en lo afectado que se sentiría su marido, ante esa inesperada mala noticia.

Decidió que al mal tiempo, buena cara, así que le propuso salir a cenar para “celebrarlo”, ya que si se quedaban en casa, estarían toda la velada con caras de ajo. El aceptó, con cara de resignación y de este modo reservaron en su restaurante favorito una mesa tranquila. Cenaron con un buen vino de Borgoña y no hablaron en absoluto del asunto que les había traído allí.

Al cumplirse los 30 días exactos de la fecha de su carta, Emilio tomó el ascensor a la cuarta planta y tras saludar a las secretarias, le pidió a Laura que le dijese al director general que deseaba despedirse de él. Laura le indicó enseguida que pasase a su despacho. 


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