Ángel Negro

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No había nada más placentero para ella que escuchar los sollozos de aquel hombre. Las esposas le marcaban la piel cortándose cada vez que intentaba hacer algún movimiento inútil para liberarse.

Ella encendió un cigarrillo y se levantó acercándose al hombre y largó el humo sobre su rostro impregnándose en el sudor y las lágrimas, incluso en la venda de sus ojos. Le susurraba al oído usando distintos tonos de voz, apelaba a la dulzura de las atrocidades que decía iba a hacerle. Le respiraba en el cuello. Le puso una mano en el hombro como si fuera un gesto de apoyo, mientras sus palabras eran veneno. Ella quería venganza.

Y era para temerle, sus compañeros desaparecieron en los días anteriores de forma misteriosa. Uno de ellos apareció muerto y a los demás se los tragó la tierra.

Rodeo al hombre y volvió a sentarse en el banquito de madera. Se le ocurrió jugar un juego. SACÓ EL CUCHILLO y le explicó las reglas.

—Yo hago las preguntas y vos, las respuestas. Por cada respuesta errónea. Que yo considere errónea, vas a sentir el cuchillo.

En murmullos, el hombre pidió piedad, pero ¿Acaso el la tuvo cuando mató a su madre y a su hermana?

—¿Acaso tuvieron piedad tus amigos cuando me violaron?

Le Escupió la cara. Ella no estaba ahí para tener piedad. No esperó diecisiete años para vengarse y dejarlo escapar, dejarlo ir porque eso significaría que el monstruo que él creo, que ellos crearon, estaría domado.

La venganza, durante diecisiete años, fue su motor, su fuerza, su motivación.

—Cada noche rogaba para que la vida no se lleve la vida de ustedes. Rogaba para que no los mate las consecuencias de sus estupideces.

Todas las noches soñaba con aquel hombre. Recordaba a la perfección aquella mirada fría. Esos ojos oscuros, aquel cabello rojo. Hizo la primera pregunta mientras afilaba el cuchillo. El hombre se negó a responder, entonces, le clavó el cuchillo en la rótula. Sus quejidos, su dolor era fuente de placer de asa mujer. Retiró el cuchillo y le dio otra oportunidad. Le preguntó si recordaba quien era. Si recordaba a esa niña asustada que ellos violaron, si recordaba a esa mujer elegante, trabajadora, madre de dos niñas; si recordaba a una niña de 12 años, de cabello castaño y mirada dulce. El hombre negó recordar. La mujer se enfureció y le apuñalo el brazo. Esperó a que se disipara el grito de dolor.

—No te acordás de mí. ¿Verdad?

Le quitó la venda para que vea el rostro adulto de esa niña que maltrataron. Se acercó al oído y le susurró:

—Soy tu ángel… de la muerte…


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