¡QUIERO QUE ME AMEN!

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Carla Bosch era una mujer rubia, de cabello corto y rizado con unos bellos ojos azules, cuya  mirada evocaba las plácidas aguas de un lago en pleno verano.

Aquel día por la mañana como muchos otros a lo largo del año llevaba a su hijo pequeño de cinco primaveras al colegio de monjas que estaba situado en una calle cerrada del casco antiguo de un pueblo marítimo del litoral catalán en la que habían casas de planta baja frente a las cuales se encontraban sus correspondientes jardines para el recreo de sus moradores en los que se habían cultivado aromáticos limoneros, y toda suerte de plantas y flores ofreciendo al paseante un magnífico y sutil cromatismo que estimulaba su sesibilidad. 

Mas una vez que Carla hubo dejado a su hijo al cuidado de aquel centro docente y se quedó sola en la calle, se acercó a un ventanal de una de aquellas viejas casas que al parecer comunicaba con una amplia sala de estar y se quedó extasiada mirando disimuladamente a un hombre aproximadamente de mediana edad que en aquel momento se hallaba ante el escritorio de aquella estancia redactando algo en su ordenador.

En principio aquella mansión en la que habitaba aquel sujeto a Carla la intimidaba un poco. Le recordaba aquellos caserones que salían en muchas películas de terror puesto que ella que era una mujer sencilla vivía como muchas otras personas en un piso de un alto edificio que estaba en la zona montañosa de aquel pueblo. Y es que ella no sabía que aquel caserón que tenía dos plantas, en un lejano ayer había sido una escuela particular en la que acudían los hijos de los vecinos de la villa con su peculiar sistema de enseñanza; de ahí venía el dicho: " Cada maestrillo con su librillo", pero que con el paso de los años dicha escuela se había convertido en la propiedad domiciliaria de los familiares de aquel hombre.  

Sin embargo Carla Bosch ansiaba fervientemente contactar con el tipo de la ventana que estaba absorto en su quehacer sin enterarse de nada. ¿Por qué no se fijaba en ella de una maldita vez? - se preguntaba la mujer-. Pero por otra parte también pensaba: ¿ Y por qué diablos tendría que reparar en ella cuando ésta no dejaba de ser una madre más como las otras que llevaban a sus retoños al colegio de las monjas?

Pero no lo podía evitar, la mujer se sentía profundamente atraída por aquel tipo que parecía ser un intelectual. ¿Cómo sería? ¿Sería acaso atento, simpático; o antipático? Cuánto más vueltas le daba al asunto más deseaba conocerlo personalmente.

Por fin una tarde cualquiera Carla no lo pudo resisitir más y se desplazó a la calle del colegio de las monjas, y se puso a merodear por alli tratando de no llamar la atención de los vecinos con el propòsito de abordar al hombre de la ventana de aquella casa. Ella estaba segura que tarde o temprano él tenía que salir, y entonces sería su oportunidad.

Efectivamente aquel misterioso sujeto que regresaba de la Biblioteca Municipal con un libro bajo el brazo a su casa pasó frente a Carla distraídamente, mas ella con mucha decisisón le salió al paso.

-¡Hola! ¿Cómo estás? - le saudó ella con una amplia sonrisa como si le conociese desde siempre.

-¡Ah...! Hola... Yo estoy bien... - le devolvió él el saludo con galantería.

Acto seguido Carla se situó al lado de aquel hombre, le pasó el brazo por la cintura, y se lo llevó a un rincón junto a uno de los muchos jardines que habían en aquel sitio.

- Perdona. ¿Nos conocemos de algo? - quiso saber aquel hombre con perplejidad.

- No exactamente. Pero yo sí que te he visto varias veces entrar y salir de esta casa, y me gustas mucho - le respondió ella con admiración.

- ¿Ah si? Pues me alegro que te guste. Tú también eres muy guapa.

Carla de la cintura, pasó a tomarle de la mano como si de una dama enamorada se tratara. Él  amparándose en su sentido mundano, pero sin dejar de estar asombrado del atrevimiento, del desparpajo de aquella mujer, se dejó hacer.

En aquel instante salía al exterior de una casa vecina una mujer de edad avanzada que conocía desde hacía varios años a aquel galán, y lanzó una mirada significativa a aquella improvisada pareja en la que se mezclaba la extrañeza y la reprobación.

-¿Cómo has dicho que te llamas? - inquirió el hombre con una insinuante sonrisa.

- No, no te lo he dicho.

- Ah.

-Dime. ¿Estás casado?

- Te lo voy a dejar en el misterio.

- Entiendo. ¿Y qué vas a hacer ahora? ¿Ver un rato la televisión? - preguntó Carla por decir algo.

-No...

-Mejor. La televisión es una mierda. No vale nada.

- Sí, en éso estoy de acuerdo contigo. Oye, ¿por qué no vamos a tomar algo, y así me dices lo que quieres? - le propuso él con jovialidad.

Mas Carla no hizo ningún caso de sus palabras.

-Oye... que moreno estás. ¿Vas a menudo a la playa? - dijo ella.

- Claro...

Y a continuación Carla le desabrochó la camisa con destreza, y se solazó acariciando su pecho desnudo. Él creyó que lo iba a violar, mas no dijo nada. Pensó que aquella mujer era un hallazgo, una oportunidad que se presentaba una vez entre mil, y que borraba de un plumazo sus anteriores penas amorosas de otros tiempos.

Carla con el mismo arrojo con que lo abordó, le abrazó y le besó apasionadamente en la boca.

Como es de imaginar el hombre no se acobardó, y a su vez también la besó con el mismo frenesí.

Cuando se separaron, él le acarició suavemente la nuca y el rostro.

Pero enseguida Carla se puso la mano en la boca en un gesto de arrepentimiento como expresando: "¡Dios mío, que estoy haciendo, yo toda una madre de familia!"

Así que dio media vuelta y desapareció calle abajo.

Amigos lectores. Este sujeto que fue abordado un día de verano por esta mujer era el mismo autor de este relato. ¿Y qué podía hacer  yo en aquel momento de pasión? No me iba a enfadar; más bien al contrario. Si le seguí el juego a esta bella dama fue un acto digamos que de generosidad.

No obstante siempre hay que preguntarse por la causa de un acto. En una situación que nos sorprende suele haber un "algo" que está oculto. Esta es la base de la Filosofía. No hay que quedarse en la superficie de las cosas y hay que ir en busca de este qué.

Yo no soy ningún galán de cine; más bien soy un tipo corriente. Ni tampoco soy famoso. ¿Entonces qué le indujo a esta tal Carla a  tomarme como un amante improvisado?

Sé que hoy en día hay muchas parejas rotas, sea por problemas económicos, o por otras razones que mantienen una apariencia de unión familiar por los hijos pequeños o por un interés material como el piso en el que viven, pero que en realidad no se aguantan.

Esta podría ser la causa por la que Carla me abordara en plena calle, cuya actitud venía a decir:

"¡Quiero que me amen!"

 


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