Chantaje a mi madrastra promiscua 5/6

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Bajé en busca de Florencia, embriagado de poder. Estaba saliendo de la pileta. Su cuerpo mojado parecía una obra de arte bajo el sol de febrero.

– Hace dos años no tenías el pelo rubio. – le dije.

– ¿Qué?

– No te hagas la tonta. Escuchaste lo que dije. Me habías dicho que el video era de hace dos años. Pero en el video estabas rubia, y hace dos años usabas el pelo de un color castaño, parecido al que tenés ahora, pero más oscuro. Incluso eso se ve en los videos que subiste cuando fuiste al programa de Marley.

– Bueno Gasti, habrá sido hace tres años. Qué se yo. – Dijo, fingiendo indiferencia, aunque yo sabía que se daba cuenta de que la estaba poniendo entre la espada y la pared. Agarró una toalla, se inclinó y comenzó a secar sus piernas. Su cabelló mojado le cubrió el rostro.

– Hace tres años usabas el pelo con las puntas rubias. Solo las puntas.

– ¿y para qué me decís todo esto? Si estás seguro que traicioné a tu papá, decíselo. Mostrale el video. Sabés muy bien que no va a aguantar mirarlo. ¿Querés que se mate?

– Sos una cínica manipuladora.

– Y vos sos un hipócrita. No dejás de mirarme, ni siquiera ahora. ¿Quién es peor, la mujer que engaña a su pareja, o el hijo que desea a la mujer de su padre? A ver, anímate a mandarle el video. No tenés lo huevos para hacer eso, ni para hacerme nada a mí.

– Ya me cansé de tus jueguitos. ¬– dije, agarrándola de la muñeca. – Venía para acá.

La llevé a rastras hasta el living. La tumbé en el sofá.

– Ya te voy a mostrar cómo domino mis impulsos. – dije, acariciando su culo mojado.

– ¡Gastón, no! ¡Qué hacés!

Le arranqué la pieza inferior del bikini de un tirón. El culo pomposo y duro quedó, por fin, desnudo ante mis ojos.

– Por favor no me cojas. – dijo ella. Sin embargo, sólo susurraba. No oponía resistencia física, ni siquiera cuando separé sus piernas. – Por favor no me cojas. – repitió, con la respiración entrecortada, mirándome a los ojos.

Le di una nalgada que habrán escuchado hasta los vecinos. Me bajé el short. Mi pija, como siempre, se había empinado sin previo aviso. Agarré con ambas manos sus nalgas monumentales. Acerqué mi rostro y le olí el culo mientras estrujaba los glúteos. Me acomodé en el sofá. Ella se puso en pose de perrita, sin dejar de repetir que por favor no la coja. Me ayudé con una mano, sin dejar de magrearla con la otra. Apunté hacia el destino obvio. Florencia recibió mi pija, que se enterró por completo en el primer movimiento pélvico, con un gemido que contradecía sus palabras. Su espalda se arqueó ante la penetración. Su sexo se sentía mojado. Mi miembro comenzó a entrar y salir frenéticamente. Florencia gemía, y cada tanto giraba su cabeza, para mirarme, mientras mordía su labio inferior. Yo le daba nalgadas, y seguía entrando en ella una y otra vez.

– Este es el precio de mi silencio, pedazo de puta – le grité.

Cuando estuve a punto de acabar, retiré mi sexo de esa cueva inundada de fluidos. Le dije que se diera vuelta, y acabé en sus tetas.

– Ahora tomate hasta la última gota – ordené.

Florencia juntó el semen, impregnado en sus mamas, con un dedo, y sin chistar, se lo llevó a la boca. Succionó su dedo hasta que no quedó nada de semen en él. Luego repitió la tarea. y finalmente, agarró sus enormes tetas, y lamió, ahí donde había recibido mi eyaculación.

– ¿Satisfecho? – dijo.

– A partir de ahora vas a hacer lo que yo te ordene. – dije. Ella sonrió con ironía.

– Si Querés creer que sos el que tiene el poder, créelo. – Dijo. – ¿Ya me puedo ir a duchar?

Por toda respuesta le desabroché el corpiño, y chupé con desesperación, ahí donde ella misma había lamido. Su piel suave tenía sabor a semen y a saliva. Estrujé sus pezones, observando el cambio que operaba en su rostro, debido a la excitación. Acaricié sus piernas torneadas y musculosas, luego sus muslos, y finalmente perdí mis manos adentro suyo.

Mi pija se endureció enseguida de nuevo. Le ordené que sea ella quien ahora me montara. Me recosté baca arriba. Mi cuerpo apenas cabía en el sofá. Florencia metió mi sexo en el suyo. Mientras se hamacaba adelante atrás, yo no paraba de manosear sus tetas, y aunque era más difícil, también su culo. Ella acabó primero. Dejando mi sexo, y mis vellos pubianos empapados de su fluido. Su cuerpo se estremeció deliciosamente sobre mí. Cuando llegó mi turno, me di el lujo de enchastrar su cara con mi semen, y, una vez más, la obligué a tragárselo todo.

Continuará


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