Cuidando a mi sobrina huérfana 3

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Me preguntaba hasta qué punto mis fantasías me convertían en un pervertido. Después de todo, no eran más que eso: fantasías. En el trato cotidiano con Micaela, yo actuaba normalmente. Como un tío, como un adulto que cuidaba de la hija de su hermano fallecido. Al menos eso me gustaba creer.

Solía llegar muy tarde, cuando ella ya estaba durmiendo. Y por la mañana la escuchaba levantarse y ducharse, para luego prepararse el desayuno, o ir a la casa de adelante a desayunar con mi mamá. Realmente no representaba ninguna molestia, salvo por el hecho de que a veces dejaba las cosas un poco desordenadas. Solía dejar una tanga blanca, mojada, colgando en el baño, después de bañarse, y también dejaba desprolijos los almohadones de los sillones, pero más allá de eso, era casi como si estuviese viviendo sólo, salvo los fines de semana, y los días en que yo tenía franco, donde nos veíamos más seguido.

Una vez llegó al mediodía, con el uniforme y la mochila colgada del hombro. Se la veía abatida.

— ¿Sabés matemáticas tío? — me preguntó.

— Algo me acuerdo. — le contesté. — ¿con qué tenés problemas?

— Estamos viendo funciones, y no entiendo nada.

— Bueno, si querés después de que comas te explico.

— Ya le dije a la abuela que no tengo hambre. ¿Me explicás ahora?

Abrió la carpeta con hojas cuadriculadas. Estuve mirando un rato los ejercicios y observé algunos errores.

— Ves acá está mal. El cuatro es la ordenada al origen. Vos tomaste otro valor.

— A ver. — dijo Micaela. — se levantó y se fue hasta el otro lado de la mesa, donde yo estaba. Se sentó en mi regazo. — Mostrame cómo se hace. — me dijo.

— Mirá esta es la ordenada al origen. — le dije. Sentía las nalgas duras en mis piernas. — Después es cuestión de hacer una tabla de valores.

— ¿sólo eso tenía que hacer? — se removió, frotándose conmigo. Sus nalgas se acercaban peligrosamente a mi sexo, que ya se estaba hinchando,

Me pregunté si no era correcto pedirle que se siente en la silla. Ya estaba bastante grandecita como para sentarse en el regazo del tío. Pero si no lo hice desde un principio, no tenía sentido hacerlo ahora.

— ¿Así está bien Gaby? — preguntó, mientras se inclinaba para escribir, hundiendo más sus nalgas en mi rodilla.

— Si, Mica, así está perfecto. — dije. — me voy a comprar unas cosas y después vuelvo. Vos terminá los ejercicios.

Me fui, huyendo como un cobarde. Confundido. ¿Mi sobrina estaba intentando seducirme, o sólo me tenía la suficiente confianza como para hacer esas cosas sin malas intenciones? Y, en todo caso, si pudiese responder a la primera pregunta, luego debería decidir qué actitud tomaría al respecto. ¿Estaba bien acostarse con una sobrina?

Llegué a la conclusión de que cualquier dilema ético, carecía de importancia. La carne era débil, y la atracción no discriminaba. Nunca me había sentido atraído por una chica de dieciocho años, pero había que reconocer que tenía un cuerpo increíble, y tenerla tan cerca, me hacía imposible refrenar la calentura que sentía por esa pendeja. Pero no, no podía aprovecharme de ella. Debía recordar que todavía estaba muy frágil por la muerte de su padre, y lo último que necesitaba era que un tío en quien confiaba se aproveche de ella.

Me perdí toda la tarde, yendo de acá para allá. No quería cruzármela de nuevo, no sabía qué actitud tomaría si se sentaba de nuevo encima de mí, apoyando ese culo escultural sobre mis piernas.

Visité a un amigo, que se mostró sorprendido por mi repentina aparición. Le conté todo sobre mi sobrina, y le pedí que me aconseje, necesitaba saber cuál era la actitud correcta para evitarme un enorme problema en el futuro.

— Cogela. — me contestó mi amigo.

— ¡Pero es mi sobrina!

— Gaby, no seas boludo, cogela.

Volví a casa a la noche. Cenamos con mis padres. Micaela ya estaba más verborrágica, cosa que me alegró. A pesar de que su rostro se ensombrecía cada vez que recordaba a su papá, de a poco lo iba superando.

Fui a dormir temprano. La escuché llegar a la medianoche. Seguramente se había quedado a ver una película con mamá. Me golpeó la puerta.

— ¿Estás despierto tío?

— Sí. — respondí extrañado.

— Sólo quería darte el beso de las buenas noches. — me estampo un beso tierno en la frente. — que duermas lindo. — me dijo.

— Vos también, princesa. — le dije.

— Me gusta que me digas así. Chau.

Ahí me di cuenta que no iba a poder reprimir mis deseos por ella.


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