Un culo del montón

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María era la directora de mi empresa. Una mujer que rondaba los 40 (solo un año mayor que yo) mediana estatura, pechos más pequeños que grandes, gafas de pasta y parafraseando a una compañera que no la tenía en alta estima "culo del montón".

Si tuviese que elegir una palabra para clasificarla sería la de borde, de esas que no dicen
los buenos días y te miran de arriba a abajo con desdén.

Sin embargo, a pesar de todo, o quizás por todo eso, la encontraba atractiva.

Mis colegas, hombres y mujeres, no opinaban lo mismo que yo. La encontraban "borde" y ya está, no veían o no querían ver más alla y la dedicaban lindezas del tipo "A esa no la tocaba ni con un palo", "Necesita una buena follada"

Un día, cuando entré en su despacho, la encontré más nerviosa de lo habitual. Su manera de hablarme seguía siendo altiva.

- ¿Tienes el informe?, ya era hora... déjalo ahí.

- Eh... ¿se encuentra bien? - me atreví a decirla.

- ¿y a ti que te importa? - Me espetó lanzándome una mirada que haría huir a cualquiera. Yo no me moví, es más, insistí, rompiendo la barrera jefe, empleado, tuteándola.

- ¿Estás bien, necesitas algo? -  Me miró sorprendida, dudo un poco y me dijo, con un tono suave, raro en ella.

- Cierra la puerta por favor. - Obedecí cerrando la puerta y sin que me dijera nada, tomé asiento dispuesto a escuchar.

Ella lanzó un suspiro de cansancio y empezó a hablar. Las palabras eran duras, pero el
tono suave, resignado, inusual en ella.

- ¡Me odiáis verdad! Soy antipática, no voy a la moda, no soy un bellezón... pero no soy tonta y me entero de las cosas, vaya si me entero, todo eso que dicen de mí... -  Y siguió hablándome contándome como en la anterior empresa había sido blanda, educada, había tratado de congeniar y al final se le habían subido a las barbas y sus jefes la habían despreciado, obviando su innegable capacidad para la organización y el mando.

La oí durante un par de minutos más y la corté.

- Yo no opino así.

-  ¿Crees que no soy borde? - me interrogó.

Era delicioso oírla hablar como las personas, su voz me parecía bonita.

- Eres una borde eso está claro... pero de fea nada. -

Ella esbozó una sonrisa, se mordió los labios y armándose de valor confesó, sincerándose.

- Antes me has preguntado porque estaba nerviosa, bien, tengo "reu" esta tarde y tenía una cita con el médico para ponerme una... una inyección, pero viene el CEO, el jefe de jefes para que me entiendas y tengo que ir... no me gusta... esto...

- ¿tú sabes poner inyecciones? - dijo ruborizándose violentamente.

Me acomodé en la silla, buscando unos segundos, no muchos, para responder y al mismo tiempo para acomodar el pene, algo crecido por aquel entonces bajo el pantalón.

- Sí, bueno no, nunca.... hice un curso.

- Me vale. - Se levantó abrió el cajón y extrajo una aguja en plástico, jeringa,
algodón y un bote de alcohol de 96 grados.

- Intramuscular. - dijo.

- En el culete. - Complete acomodando el miembro bajo el pantalón nuevamente.

Preparé la inyección ante su mirada. No estaba asustada, era valiente.

- Listo. –

Ella se levantó y se apoyó contra el escritorio y de alguna manera, la seguridad de la que
había hecho gala como la profesional que era, se vino un poco abajo.

- Me va a doler. –

Ven aquí la dije y la abracé acariciándole el pelo, luego nos miramos de frente.

- Estas muy guapa.- dije

- No seas tonto.- añadió.

En ese momento, apoyé la palma de mi mano sobre su nuca, acerqué su cara y la besé...
lejos de rechazarme puso los brazos alrededor de mi cuello y me beso con pasión, metiendo la lengua hasta el fondo.

- A ver ese culo. - dije cuando despegamos los labios.

Ella se volvió y me dejó hacer, descorrí la cremallera de sus pantalones de vestir, y tiré
de la tela hacia abajo descubriendo un culo mediano, prieto, con un pequeño lunar... no se si sería un culo del montón o no, pero el espectá-culo que tenía ante mis ojos era de primera.

La di un azote suave y girándola para encontrar su rostro, la acerque hacia mí y
la bese de nuevo, esta vez manoseándole el trasero.

Seguidamente la ordené que se recostase contra el escritorio, frote la nalga izquierda con el algodón empapado en alcohol.

- Relaja el glúteo, eso es. Buena chica. - y sin más miramientos clavé la aguja en la nalga. El líquido empezo a penetrar.

- ya está... buena chica... has sido muy valiente. – dije al acabar mientras frotaba el pompis con algodón allí donde había tenido lugar el pinchazo.

- Gracias. Te debo una. –

- Hasta luego. –

Abrí la puerta y salí rumbo al baño disimulando como pude el abultamiento de mi entrepierna.

Por el camino encontré a Paloma. Me miró, pero no dijo nada. ¿Sabría algo? Bueno, si lo sabía mejor. ¿Quién sabe? a lo mejor ese culo que paseaba por la oficina necesitaba un masaje especial.


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