La Noria

Desde el puerto,ya de noche, las luces de la ciudad dibujan un cuadro hermoso.

       Caminamos despacio, cogidos de la mano, bebiendo el momento mientras la brisa marina
acaricia nuestros rostros.

        Habíamos disfrutado de un bonito día en aquella ciudad maravillosa. Día que había culminado
en un restaurante  con una cena de las de antes, tranquila, acompañada con música de piano y copitas de vino tinto.

        Empieza a llover, una lluvia fina. Me gusta la lluvia, le da un toque, si cabe, más romántico. En el muelle hay una noria grande, que se ilumina con luces de distintos colores. Nos dirigimos hacia ella. Compro dos tickets y esperamos unos minutos junto a una pareja que, a tenor de las carantoñas que se dedican, parece muy unida.

       Nos toca y entro dentro de la cabina después de ella, tomando asiento. La puerta se cierra
y quedamos cara a cara. Comenzamos a ascender, miro el paisaje y la miro a ella, todo lo que
veo es hermoso.

       La noria se detiene en el punto más alto y las mariposas comienzan a revolotear en mi
estómago. Estoy un poquito nervioso. Siempre he querido subir a una noria en compañía de
una mujer, como en las películas. Me arrimo a ella, me siento su lado, muslo con muslo. Huelo su perfume. Sujeto con delicadeza su rostro entre mis manos, lo acerco al mío y la beso. Su boca sabe a vino
y a mucho más. Sonríe cuando paramos para observarnos y crear recuerdos.

         Le acaricio el pelo y repito beso. La sensación es increíble. El tiempo se detiene y
el mundo a mi alrededor desaparece. No hay paisaje, solo existe ella, su perfume,
sus labios y el sabor embriagador de su boca.