Situación insospechada.

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Como cada mañana, Julio Ortigosa se dirige al trabajo con paso decidido y la mente ocupada en muchas cosas a la vez. Al llegar a uno de los pasos de peatones, levanta la vista y comprueba cómo un vehículo lo ocupa de pronto y sigue con descaro sin respetarlo. Molesto hace un gesto rápido de intentar avanzar interponiéndose, poniendo en evidencia al conductor quién reacciona y frena de forma sorpresiva parando un metro más adelante. Saca éste luego la cabeza por la ventanilla de forma airada al que responde con un gesto simpático de ir en broma, es una forma de quitar hierro al asunto. El otro no está, al parecer, para bromas y sale del vehículo. Es un malencarado que le dobla en fuerza y estatura y da claras muestras de pretender castigar su osadía. Julio considera su actitud y muestra un gesto conciliador quitándole importancia e incluso de hacerse perdonar. El otro fuera de sí, se le acerca y sin mediar explicaciones le suelta un puñetazo que de alcanzarle le habría tirado al suelo. Julio, advirtiendo el riesgo se mueve con agilidad esquiva el golpe y se posiciona convenientemente, a su segundo intento de golpearle ya está en otra, con decisión suelta la rodilla y golpea con precisión en su vértice púbico. En un instante, la posición de ambos cambia, mientras uno se encoge dolorido el otro toma el dominio. Ahora Julio, que no entiende la dura reacción agresiva del otro, siente sorpresa e indignación y de pronto le puede el miedo, se sube en el coche y arranca.  

Ya en marcha mira atrás por el espejo retrovisor y le impresiona el aspecto enorme y el gesto iracundo y colérico del malencarado, que viendo como se lleva su coche levanta los brazos amenazante. 

En el trayecto va recomponiendo cosas, no deja de pensar en el riesgo corrido. Si ese energúmeno le hubiera alcanzado con uno de sus golpes ahora estaría con la mandíbula rota o algo peor. Esto le hace pensar en castigarle y con maldad acaba planteándose que no recuperará fácilmente su coche. 

El aparcamiento público en el que deja el coche su amigo Javier, tiene tres plantas de uso ordinario y una cuarta que se utiliza como almacén de vehículos abandonados o aprehendidos. Se dirige hacia él directamente y baja hasta la última planta y lo deja aparcado en un hueco perdido, pone la llave y el ticket de entrada sujetos en el parasol del techo del conductor y después sube en el ascensor y antes de desaparecer masculla entre dientes,

  • Cuando lo encuentres no te va a salir gratis, cabrón. 

Tres meses después, cuando ya tenía olvidada esta odisea lee en el periódico local que han localizado un vehículo cargado de droga en el citado aparcamiento, se interesa y lee al completo la noticia, ésta no puede ser más contundente y clara. Efectivamente, el coche al que hacen referencia es el que él aparcó y ahora está en manos de la policía. 

Una semana más tarde un policía de paisano se presenta en el bar donde trabaja y le pide que le acompañe hasta la comisaría mas próxima donde le esperan otros dos policías también de paisano. Tras un interrogatorio informal, con bromas incluidas, acaba declarándolo todo, no le resulta complicado hacerse creer a pesar de lo rocambolesco de su relato. Al final le dejan marchar tras hacer una descripción completa del dueño del vehículo. 

La policía no ha entrado en explicaciones del porqué, menos en los detalles, aunque en el expediente les constan diversas grabaciones. En una, al inicio del incidente frente a una sucursal bancaria donde se aprecia en la distancia como se produjo la agresión, en las otras su presencia en el aparcamiento, así como informes con detalle de infinidad de huellas dactilares suyas detectadas en el vehículo.

Se siente protagonista porque gracias a su intervención han localizado la droga y a los posibles implicados, los datos periodísticos hacen pensar en una red bien organizada. Él, sin embargo, duda que sea así, un individuo de la calaña de su agresor no tiene, a su entender, apariencia de pertenecer a ningún grupo importante.

Se inicia un proceso judicial con varios frentes, con implicados de diferentes nacionalidades y, según consta, el grupo se divide en ramificaciones complejas y resulta difícil desmadejar un ovillo tan cerrado y con desconexiones perfectamente estructuradas.

La fiscalía considerando las circunstancias recogidas en los informes policiales, en los que resulta la intervención de Julio puramente casual y carente de malicia delictiva (a pesar de la sustracción), considera innecesaria su intervención en el proceso judicial. Entendiendo, que de no ser así podrían provocar daños colaterales innecesarios e imprevisibles. Existen además pruebas suficientes para no resultar necesaria su asistencia. Así lo considera y asume también el juez que lo instruye. A pesar de todo ello queda constancia en el procedimiento iniciado y la defensa tiene acceso a las mismas.

En el hampa la debilidad constituye el peor enemigo, la determinación es imprescindible y la eliminación de cualquier vestigio de duda necesaria, por ello se cuestiona la intervención de Julio en todo este proceso. 

Un día, de forma inopinada, aparecen en el bar dos individuos inhabituales que levantan la sospecha de Julio, hablan entre si de manera cautelosa y están pendiente y observan sus reacciones en el trato con los clientes, es manifiesto que no están allí porque sí. Percibe más tarde que alguien le sigue de forma sigilosa y durante días le consta que es observado. No tiene claro de dónde proceden las actuaciones y quienes están detrás, pero es consciente de la advertencia implícita que lleva todo esto, esperan que muestre sus flaquezas y evidencie a otros. 

Por las noches le cuesta conciliar el sueño, sabe lo fácil que es acceder a su piso y se siente tremendamente vulnerable. Piensa en los acontecimientos y se culpa de actuar siempre de forma espontánea sin prever reacciones. Después, se defiende con vigor dando por descontado que fue la actitud imprevisible y carente de sentido del malencarado la que evidenció la situación y puso en marcha a la policía.

En Barcelona, un personaje de gesto inexpresivo escucha con atención las explicaciones de alguien que a su vez recibió información encriptada del asunto “bestia” para poner en marcha el procedimiento corrector. Más tarde esas mismas explicaciones las expone en petit comité con sus dos asociados y por último deciden que el único implicado y causante es el propio “bestia” como se conoce al individuo imputado y preso en el sur, causante de la pérdida y por consiguiente de la destrucción de un núcleo de distribución que hasta ahora había procedido con solvencia y eficacia. 

Por tanto, cualquier actuación contra Julio Ortigosa, resultaría contraproducente, así como cualquier ayuda a favor de los imputados, siendo manifiesto que en nada pueden implicarles le retiran cualquier ayuda letrada. 

  • ¡Qué se pudra en la cárcel el muy imbécil y todos los de su calaña!, exclama por último quien tiene la voz cantante. 

Julio Ortigosa, a pesar del tiempo transcurrido y de no sentir la proximidad extraña de antes sigue preocupado y algunas noches  se despierta sobresaltado al oír algún ruido extraño. No sabe, sin embargo, el riesgo innecesario realmente corrido.


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