La huida

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« ¡Te he dicho que vas a ir y punto!»

Mi madre no dejó el menor resquicio al diálogo. Todo mi colegio había decidido que yo fuera la que hablara en el salón de actos el día de la despedida del profesor que se jubilaba.

 No era por mi voz ni tampoco por mi facilidad de palabra. Mi larga melena rubia debió pesar más en la decisión. Luisita siempre leía sus escritos en clase y lo hacía muy bien, pero claro, llevaba gafas y aparato en los dientes. Me negaba a hablar en público. Me aterraba. Tenía que buscar una solución y con mis siete años la tomé.

Casi no había amanecido cuando me levanté. Metí  mi gato de peluche y un bocadillo de salchichón en la mochila y me fui de casa. ¡Se iban a enterar, hombre!

A penas había sobrepasado la Avenida de la Academia General Militar cuando un coche paro a mi lado. Una voz masculina me preguntó:

— ¿A dónde vas, pequeña?

Con todo aplomo le dije que me dirigía a Burgos. En realidad, contesté con la primera ciudad que me pasó por la cabeza. El hombre abrió la puerta del coche y se ofreció a llevarme argumentando que iba también a esa capital.

Hablaba tranquilo. Me agradó que no preguntara por el motivo de mi viaje ni tampoco por mis padres.

Paramos en una gasolinera e insistió en que me quedara en el coche mientras pagaba el combustible y me compraba un Donut. Reanudamos el viaje y acabamos parando frente a un precioso castillo que luego supe que era el de Loarre. Al ser un día laborable el lugar se encontraba solitario. Bajamos ambos del coche. El hombre cogió una manta y la tendió en el suelo. Me ofreció sentarme a su lado. Sacó del maletín que portaba un bloc y unos lápices y se puso a dibujar el castillo. Me miró y me puso en el regazo otro bloc y otros lápices.

Mientras dibujábamos fue cuando se interesó por la razón de mi huida. Hablamos y nos comimos a medias el bocadillo de salchichón tras lo cual me quedé dormida apoyada en  su brazo.

Desperté en mi casa. El hombre había llamado a la Guardia Civil desde la gasolinera aclarando que llevaría la niña al domicilio que ellos le habían facilitado. Siguiendo con su tranquilizadora voz, me previno de no volver a hacer de nuevo una huida semejante y que, al igual que en esta ocasión, echara mano de los lapiceros y el papel como ayuda para reflexionar. Y así lo sigo haciendo.

He expuesto mi obra pictórica por toda Europa.

Mañana lo hago en Nueva York.


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