Sometida por el bully de mi hijo (2)

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Mi hijo Leandro, es un chico tímido y apocado. Nada que ver con el descarado de su padre, ese infeliz que desapareció apenas se enteró de que me había dejado embarazada.  Leandro, en cambio, es un amor. Pero quizá por la ausencia de una figura paterna, nunca supo tener una personalidad lo suficientemente fuerte como para enfrentar la complicada edad de la adolescencia.

En el colegio, desde hacía años que sufría bullying. Varias veces había llegado a casa golpeado. Y muchas veces escuché, con mi corazón roto, cómo lloraba en su habitación.

El peor de sus acosadores era Robi. Un mocoso de ojos verdes, con un físico demasiado desarrollado para su edad. Me daba asco imaginar que un pendejo como ese, en el futuro, seguramente sería una persona exitosa. Al final, el mundo acogía a los tipos como él: arrogantes, violentos, bellos sólo en lo físico, y carentes de empatía para con los más desfavorecidos.

En los últimos tres años fui a hablar con el director, al menos diez veces. Robi, de vez en cuando, recibía alguna leve reprimenda. Durante algunas semanas Leandro me aseguraba que todo iba mejor en la escuela, pero enseguida aparecía con ese semblante apesadumbrado que me llenaba de angustia.

Pero en los últimos tiempos lo veía peor. Demasiado silencioso, incluso para alguien como él. Siempre andaba con la cabeza gacha, hasta estando dentro de casa. No tenía amigos. Quienes sean madres comprenderán lo terrible que es ver a su hijo así.

Hice lo posible por ayudarlo a sentirse mejor, pero se negaba a decirme con exactitud cuáles eran sus problemas. Le pedí a Matías, mi pareja, que hable con él de hombre a hombre. Pero le fue imposible entrar en confianza con mi hijo. No lo culpaba, ni siquiera yo lograba que Leandro se abra conmigo.

Yo sabía que Robi estaba detrás de todo eso. Él y sus patéticos secuaces acosaban a mi hijo. Se burlaban de su baja estatura, de su timidez, de su torpeza en los deportes, de su silencio, de su miedo a las chicas... Todo eso, repitiéndose todos los días durante años, era una tortura para mi Leandro. Por suerte, los pendejos ya no golpeaban a mi hijo, pero ahora no tenía un motivo suficiente como para quejarme nuevamente con el director. Si le decía que los compañeros de mi hijo se burlaban de él, como mucho les echaría una reprimenda, y luego todo volvería a la normalidad, o incluso empeoraría.

Decidí hablar con sus padres. Aún faltaban dos años más para que mi hijo termine la secundaria, y no podía permitir que sufra durante todo ese tiempo. Si los padres no entraban en razón, entonces lo cambiaría de escuela, o buscaría otra solución. Pero eso no era lo justo. Los padres deberían hacer cambiar de actitud a su hijo. Aunque claro, corría le riesgo de que sean igual de imbéciles que él.

Sabía que su papá tenía una enrome tienda de artículos de ferretería en el centro de la ciudad. No era rico, pero no estaba lejos de serlo. Otro motivo más que alimentaba el ego del pendejo de Robi.

Como la decisión fue repentina, no avisé a Matías de mis planes. Fui hasta la ferretería, no para hablar en ese momento, sino para que me de el teléfono o su dirección, y luego poder hablar con él y su mujer con tranquilidad.

Me presenté en la tienda.

-Quisiera hablar con el señor Pierini, -dije a uno de los empleados.

Se trataba de un muchacho apenas más grande que mi hijo, que se quedó embobado mirándome arriba abajo. No era mi intención verme sexy en esa reunión. Pero como hacía mucho calor, no me quise poner un pantalón. Me vestí con una pollera negra, de tela fina, y una remera color rosa, bastante suelta. Aun así, tanto el empleado como varios clientes me miraban como si fuera desnuda.

-Sí, ya se lo llamo. - balbuceó el chico.

Al rato salió el papá de Robi. Era un hombre alto, rubio y buen mozo. Aunque ya rozaba los cincuenta. Si yo había tenido a Leandro cuando aún era una adolescente, el señor Pierini había engendrado a Robi cuando ya había pasado los treinta.

Me miró, asombrado. Él tampoco se molestó en disimular que me desnudaba con la mirada, cosa que me fastidió.

-Nuestros hijos van a la escuela juntos -dije-. Quisiera hablar con usted sobre eso.

-Claro, pase - dijo, levantando la madera del mostrador.

Iba a decirle que mejor hablemos junto a su esposa en otro momento, más tranquilos. Pero no me dio ganas de dilatar el momento. Crucé al otro lado del mostrador y lo seguí hasta su oficina. Estaba algo nerviosa, por lo que fui demasiado brusca, sin intención.

-Necesito que su hijo deje de acosar al mío. -Le dije.

Él se mostró sorprendido. Luego, como si se hubiese omitido algo muy importante, me ofreció a tomar algo. A lo que yo rechacé.

-A ver, cuéntame todo, hablemos tranquilos. seguramente solucionaremos este problema juntos.

Esas palabras debieron calmarme, pero algo en su mirada me inquietaba. Además, no me gustaba que me tutee sin conocerme.

Le conté todo lo que sabía. Las palizas que a lo largo de los años le había propinado a mi hijo; las burlas constantes, de las que yo apenas me enteraba, sacándole a cuentagotas la información a mi hijo; le conté sobre el pésimo estado de ánimo de Leandro; y le pedí que por favor hablara con su hijo, para que lo deje en paz.

-Los chicos a veces son muy crueles -dijo-. Quédate tranquila que voy a hablar con Robi. No te prometo que cambie de un día para otro, pero le voy a decir que afloje, y que hable con tu hijo, seguro que tienen montón de cosas en común.

No me gustó la idea de que Leandro se hable con Robi, pero su sinceridad me alivió un poco.

-Me dijiste que te llamás Clara ¿Cierto? - me dijo el tipo cuando me puse de pie para irme.

-Sí, Clara - contesté.

-Que raro... Yo creía que te llamabas Vanesa - dijo.


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