Sometida por el bully de mi hijo (3)

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No entendí el comentario inmediatamente. Pero cuando reparé en lo que significaba, el alma se me cayó al piso.

-No te acordás de todos tus clientes ¿no? -dijo, acercándose a mí -Bueno, es entendible, habrán sido muchos -Me agarró de la cintura y me atrajo hacia él.

-Me estás confundiendo con otra persona. -dije, forcejeando para separarme de él.
-No creo, es imposible olvidarse de vos. Además, no sabés mentir.

Sus manos se metieron por debajo de la pollera. Los dedos se cerraron en mi nalga.

-Qué hacés, soltame - exigí yo. Pero no me animé a gritar. Aunque ahora me parezca ridículo, no quería armar un escándalo. sólo quería que me suelte y largarme de ahí.

Pero no me soltó. Su mano masajeaba con locura mi trasero. Su cuerpo se apretaba al mío, y mis pechos se frotaban involuntariamente con su torso.

-¿Cuánto cobrás ahora, putita? - dijo, jadeante.

-No, ya no hago más eso - respondí.

Una sonrisa odiosa se dibujó en sus labios.

-Entonces sí sos vos. Vanesa. Nunca conocí una putita tan hábil y maleable como vos.

-No, ya no trabajo. No, por favor - supliqué.

En ese momento, más que nunca, comprendí la impotencia que sentía mi hijo al verse amedrentado por alguien que se creía con el derecho de someterte. De repente me convertí en una chica tan frágil como lo era Leandro. Tenía ganas de llorar. No terminaba de digerir la terrible casualidad en la que había caído. Pierini empezó a bajarme la ropa interior.

-Las putas siempre van a ser putas - dijo.

Me agarró de las caderas, y con un movimiento brusco me hizo girar. Sentí que iba a caer al piso, así que sostuve del escritorio.

-Así. Quedate así -dijo él.

Estaba temblando. Él me abrazó por detrás.

-No te preocupes, ya nadie va a molestar a tu hijo. -Me dijo al oído.

Empezó a levantarme la pollera, despacio, muy despacio. La bombacha ya había quedado a la altura de los muslos. De un tirón la terminó de bajar. Sentí su fría mano mojada en mi entrepierna. Escuché el sonido del cierre del pantalón. Luego un largo suspiro. Apoyé mi torso sobre el escritorio, y separé mis piernas, ya totalmente resignada.

-Muy bien - me felicitó él -Las putas siempre serán putas. No lo olvides. - Y luego de pronunciar esas humillantes palabras, sentí el miembro duro entrando en mi sexo.

Lo metió con brusquedad. Me hizo doler. No tenía la menor intención de hacer otra cosa que satisfacer sus necesidades. Me agarró de las caderas y empezó el cadencioso baile del sexo, el cual consistía en incontables movimientos posbélicos, cada vez más intensos, acompañado de un insistente estribillo que decía "Siempre vas a ser una puta".

Acabó en mis nalgas. Iba a limpiarme el semen, pero él me hizo ponerme de rodillas, y empezó a golpear mi cara con su pene ya fláccido. Las gotas de semen que todavía salía de su sexo, se impregnaban en mi rostro, mientras sentía en mis nalgas desnudas cómo el líquido viscoso se deslizaba lentamente.

-Quedate tranquila, que lo que te dije es cierto. Voy a hablar con mi chico. No es justo que maltrate así al tuyo.

Me paré. Me di cuenta de que mis piernas temblaban. Me limpié. Me tomé unos minutos para recuperar mi compostura. Lo logré apenas. Tuve que hacer una gran actuación para no salir llorando del local. 

Continuará…


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