LA APENDICITIS Y LA ORTOGRAFÍA

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                                       LA APENDICITIS Y LA ORTOGRAFÍA

 

 “Debería ser obligatorio aprobar un examen de ortografía para poder graduarse del debería colegio y de la universidad”

 

Ese escrito me lo hizo llegar un amigo y colega. A pesar de que le insistí, para que lo publicara, se negó rotundamente, arguyendo que no estaba interesado en hacer “proselitismo ortográfico”.

Yo tampoco —le dije—, y le eché tierra al asunto, pero; cada vez que prendía el computador aparecía ese meme titilando ante mis ojos. Hace quince días decidí enviarlo “yo mismo”, pero una calamidad doméstica lo impidió.

 

Sucedió que mi tía Concha (¿la recuerdan?), despertó en la madrugada con “calentura y dolor en la boca del estómago”

A regañadientes se dejó examinar y, empeoró su actitud cuando le dije que debía llevarla a un hospital porque probablemente tenía apendicitis.

Para no alargar el cuento, resultó que la presunción diagnóstica fue confirmada.

 

Todo iba bien hasta que, en la ronda médica, el cirujano de turno, un joven con cada cabello en su sitio, elegantemente vestido y con una sonrisa de propaganda de ortodoncista, se le acercó y la envolvió con su encanto.

—Buenos días, señora.

—Buenos días, doctor.

—Soy el cirujano que le extraerá ese molestoso apéndice—le dijo, mientras escribía una nota en la Historia Clínica.

La tía dio una rápida mirada a los garabatos escritos por <<Adonis>> y enseguida el desencanto se reflejó en su rostro.

 

Usted no me va a operar —dijo la tía cortante—, los participantes en la ronda se miraron desconcertados.

La Tía atacó con sevicia: no me dejaré operar de un médico que tiene tan mala ortografía—sentenció—, y puntillosa remató: Concepción se escribe con ce mayúscula y tilde en la última o.

 

Apartado, yo seguía el desarrollo de aquella escena irracional. Concepción de María Orozco Miranda, había plantado su bandera, tenía a aquel pobre doctor agarrado por el cogote y no lo iba a soltar. Todos me miraron inquisitivos.

No discutan con La Tía —les dije—, consíganle un cirujano que sepa escribir su nombre.

Fue difícil, pero cuarenta y ocho horas después, lo consiguieron; cuando ya la tripita aquella estaba amorcillada.

 

 Hoy, ya superado el corre-corre y con mi tía en franca recuperación, las cosas han vuelto a la normalidad, e incluso; como por arte de birlibirloque, el susodicho meme desapareció de la pantalla del computador.

  ¡Ah, se me olvidaba!, menos mal que ‘La Concha’ no leyó la descripción del acto quirúrgico, porque hubiera sido capaz de desbrozar su abdomen de los tallitos de sutura azul que brotaban de la piel y dibujaban un ciempiés en la línea media infraumbilical.


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