¡Reencarné en un elfo! Cap. 8.1

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Capítulo 8.1 La reunión de los 66.

 

Unos minutos atrás.

 

Un castillo de enormes magnitudes flotaba más allá de las nubes del cielo. Sus muros de oro puro brillaban como el sol, mientras que sus torres parecían alcanzar las estrellas. En una de sus infinitas habitaciones, un grupo numeroso se congregaba para discutir un tema candente, elevando sus voces a todo pulmón para hacerse escuchar sobre los demás. Sus diversos rostros daban a entender una sola emoción predominante: indignación.

 

“¡ESTO ES INDIGNO!” Gritaba con todas sus fuerzas un ser similar a un elefante con dos trompas y colmillos de diamantes. Su nombre era Hataryy, era un dios mayor, favorecía la guerra y el asesinato entre los mortales. Su voz profunda, emitida desde sus dos narices, destacó sobre los otros dioses, quienes pasaron de gritarse a solo murmurar, conteniendo la ira. “¡LOS DIOSES MENORES DEBEN CALLAR Y OBEDECER!” En su arranque de furia, tomó del cuello a una deidad, con forma de un pato cíclope, y la estrelló contra el duro suelo de oro astral. Con su enorme pata lo pisó con fuerza y lo mantuvo inmovilizado, generando una grieta que se extendió a lo largo del salón.

 

Llevaban 20 días y 20 noches discutiendo sin descanso. En sus mentes el tiempo era algo subjetivo, 20 días, 20 años, 20 siglos, todo era como un pestañeo en comparación a la edad que tenían. Sin embargo, los mismos dioses que suelen mantener una actitud indiferente ante los asuntos de los mortales, defendieron con entusiasmo su derecho a intervenir sobre una persona en específica. Esto ya no daba más, debía tener una solución definitiva en este preciso momento, de lo contrario, la ambición de los 66 dioses se convertiría en una guerra de proporciones intergalácticas.

 

El caso era el siguiente. En un planeta pequeño, uno más entre las infinitas estrellas, una pareja de jóvenes elfos rogaba al cielo por la oportunidad de ser padres. La mujer, de nombre Hellim, llamó particularmente la atención de algunos dioses menores. Ella dedicaba más de la mitad de todos los días a orar y a dar ofrendas a los dioses, sin descanso, desesperada por encontrar respuesta a las súplicas por un bebé. 

 

En realidad, estaba demasiado cegada buscando una señal divina, tanto así, que estaba totalmente ignorante a la nueva vida que ya se estaba gestando en su propio cuerpo. La naturaleza había hecho su tarea habitual sin ninguna intervención astral. Al fin sería mamá.

 

Pero las ofrendas no dejaban de llegar. Vinos, frutos, sangre, huesos, hongos, cortezas y decenas de diferentes artículos eran entregados todos los días, sin variación. Los dioses, ansiosos por alimentarse de la fe de las personas, comenzaron a mirar con celos a todas las demás deidades que recibían las mismas cantidades de ofrendas. Eso elevó al máximo la atmósfera de tensión entre todos. Para evitar las disputas internas, se convocó una reunión de urgencia en el palacio divino del planeta de la elfa en cuestión. Cada planeta tiene su propio palacio divino, donde el tiempo corre para los dioses de la misma manera que para los mortales.

 

Al comienzo todo fue tranquilo, pero, el evento que hizo explotar los ánimos apareció sin previo aviso. Apenas pasaron unos pocos días de debate, súbitamente, todos los dioses tuvieron la misma sensación dentro de sí al mismo tiempo. El alma del feto en gestación no era nueva ni reciclada, sino que era del tipo más extraño de todos... era un alma reencarnada. Para una persona común, esto tal vez no signifique mucho, pero, para un dios hambriento, era como estar frente al postre de sus sueños, lleno de propiedades nutritivas y de un sabor supremo creado únicamente para delicados paladares. Nadie dejaría que otro robara su preciado panqueque bañado en elixir divino.

 

Los fuertes deseos de todos estaban bien ocultos a las miradas, sin embargo, una vez comenzaron a exigir derechos de exclusividad sobre la deliciosa alma, no hubo nada que pudiera saciar la ambición de todos los presentes. Esto ya no se trataba solo de un alimento de lujo, sino que era una cuestión de honor y dignidad. El dios que ganara la reclamación sobre su alma, podrá mirar hacia abajo a los otros dioses por los siglos de los siglos hasta que, tal vez, lo olviden. 

 

De esa manera, pasaron los días discutiendo, ignorantes a todo lo que pasara fuera de ese salón, con los ojos inyectados en sangre y emanando energía divina con intenciones asesinas, chocando entre ellas sin ceder ni un poco de terreno.

 

Tanta fue su ignorancia, que no pudieron notar que el bebé elfo ya había nacido.

 

Hataryy, el dios elefante de dos trompas de la guerra, era el más indignado con toda la situación. Durante millones de años, los únicos que le ofrendaban tributo eran los mortales que iban a una guerra o querían matar a un enemigo. Sin embargo, por primera vez en toda su vida, alguien tan pacífico como una elfa granjera, le había rogado con todas sus fuerzas cada día, sin menguar ni un poco su devoción hacia él. ¿Cómo podría ignorar tal súplica inocente? ¿Cómo podría negarse a comer, por primera vez, de un alma con un sabor diferente al de la muerte y la destrucción? Su ira era tanta como su apetito y estaba totalmente dispuesto a matar a todos los presentes por lograr su objetivo. 

 

“¡ESA ALMA ME PERTENECE A MÍ Y SOLO A MÍ! ¡QUIEN SE OPONGA, LO DESTRUIRÉ AQUÍ Y AHORA!” Bramó con todas sus fuerzas, emanado su sed de sangre.

 

Tras el grito desproporcionado del dios, todos los presentes decidieron contener su ira hasta el momento adecuado, dejando el salón al fin en silencio tras 20 días. En ese momento, un ligero gruñido se escuchó desde el suelo de oro. Pisoteado por una enorme pata de elefante, Grartuack, el dios pato-cíclope, se zafó de Hataryy, levantándose sin prisas al tiempo que ordenaba su impecable traje de smoking negro. Se alejó varios pasos del lugar y se acomodó encima de una de las mesas del salón. 

 

( no más comentarios por límites de palabras TT__TT )


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