Cepillo dental

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Desde que vi a mi prima en el baño acariciándose el pubis con un pepino, mi lívido se desencadenó y empecé a masturbarme con todo lo que encontraba y era apropiado para acariciarme entre las piernas.

Un día lavándome los dientes con el cepillo eléctrico en vibración se me ocurrió pasármelo por el coño con las cerdas directamente sobre el clítoris. Tuve que reprimir un grito porque era como si me pasara un estropajo.

La idea de la vibración me caló hondo y no se me iba de la cabeza así que probé a pasármelo por la parte contraria de plástico y fue mucho mejor. Las cerdas me daban en los labios y tampoco era demasiado agradable, aunque me corrí dos veces.

Mi madre compró recambios nuevos y me dio los viejos para que los tirase a la basura pero los guarde porque la idea de hacer vibrar algo en el clítoris no se me iba de la cabeza, así que probé a quitarle las cerdas y la verdad es que mereció la pena.

Ahora me lo ponía directamente en el clítoris, cerraba las piernas y lo encendía. Las sensaciones eran una locura y me corría varias veces seguidas en cada sesión.

Se me ocurrió cortar la parte donde venían las cerdas y lo deje en punta redondeándolo con una lima de uñas. Ahora estaba perfecto, me ponía de punta sobre el centro del clítoris y cuando lo encendía la sensación era tan increíble que a veces llegaba a orinarme entre orgasmos.

Esa experiencia me llevó a explorar otras posibilidades. Probé a metérmelo un poco en el orificio de orinar y lo encendí. Me escoció, pero poco a poco le fui cogiendo el tranquillo y empecé a disfrutar. La estimulación me provocaba las ganas de orinar y aguantaba frotándome el clítoris para hacer coincidir el orgasmo con la meada.

Con el tiempo mi madre compró otro cepillo más moderno que en vez de vibrar las cerdas lo que hacían girar. Quiso tirar el viejo, pero me negué diciendo que lo prefería al nuevo.

Investigué con el nuevo poniéndomelo en el clítoris, pero al girar las cerdas me hacían daño. Empecé a darle vueltas al nuevo cepillo y se me ocurrió que si quitaba las cardas y en su lugar ponía algo suave podría funcionar.

La idea de que poner me vino a la cabeza pocos días después comprando en un chino. Vi unas pelotitas pequeñas del tamaño de una canica, pero de silicona y me compré un paquete de tres unidades por sesenta céntimos para investigar.

Corte una por la mitad y coincidía más o menos con la superficie del disco del cepillo y me pareció que podía valer. Apliqué “Supergloo” a la pelotita y la pegué donde antes estaban las cerdas a la punta del recambio. Por precaución la dejé secar toda la tarde, aunque el prospecto decía que el pegamento era instantáneo.

Por la noche me encerré en el baño y puse en práctica la idea. Apliqué un poco de crema corporal hidratante sobre la pelotita de silicona, me la puse sobre el clítoris y encendí el cepillo. Sentir la pelotita girando sobre el clítoris fue la sensación más placentera que había tenido hasta entonces.

Han pasado los años y hoy prefiero otros artículos más sofisticados existentes en el mercado, sin embargo, persisten en mí memoria aquellos gratos recuerdos de los cepillos de dientes.


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