Elige bien antes de entrar a robar en una casa (1/2)

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En casa siempre hemos pasado hambre, mi familia no ha sido de esas que ha tenido toda clase de oportunidades en la vida, más bien lo contrario. Mi padre ha sido el típico borracho que llegaba a casa y solo sabía pegarnos a mí y a mis hermanos o follarse a mi madre y había noches que hasta ocurrían las dos cosas.

Mi madre por otro lado siempre había cuidado de nosotros, pero la enfermedad degenerativa que le diagnosticaron cuando yo nací le impedía trabajar por lo que la mayor parte del tiempo se la pasaba en la cama. Desde bien pequeño me sentía culpable, me decía a mí mismo que yo era el causante de que mamá se encontrase siempre mal, así que siempre intentaba ayudar en todo lo que podía.

Desgraciadamente, la necesidad, la adolescencia y las malas compañías del barrio en el que vivíamos me convirtieron en lo que soy a día de hoy, un vulgar ladrón. Todo empezó cuando mi amigo Mariano me ofreció un robo en una casa. Sus palabras fueron;

-Tranquilo Samu, será un robo fácil, además, los dueños están de vacaciones por lo que no tendrás problema alguno.

Y así fue; la única dificultad que tuve aquella noche era al intentar sacar la televisión de plasma por la ventana. Los robos fueron en aumento, hasta tal punto de casi hacer una casa por día. Todo en casa iba a las mil maravillas, mamá se encontraba gracias a las nuevas medicinas que los doctores habían hecho para ella, mis hermanos tenían ropa nueva y limpia y mi padre cada vez aparecía menos por casa gracias al dinero que yo le mandaba a escondidas. Ahora era yo el hombre de la casa, pero eso también llevaba ciertos riesgos; un día podrían pillarme y llevarme a la cárcel por lo que tenía que dar el último golpe y retirarme por lo grande.

Cuando hablé con Mariano me dijo que si lo que quería era cerrar el negocio debía apuntar alto y atracar un banco, sin embargo, yo le respondí que eso llevaba demasiado estudio y años de preparación, y lo que yo quería era terminar lo antes posible. Fue en ese momento cuando rebuscando entre los archivos de las joyas de la ciudad, recordé que había un cuadro de Picasso en una casa de los barrios pijos.

Siempre que iba a robar a esas calles siempre salía con una sonrisa, se creen que por tener todo el dinero del mundo pueden comprarlo todo y al revés, es cuando más desprotegidos están. Todos aquellos imbéciles tenían la misma alarma de seguridad con la misma contraseña. Creo que es más fácil robarle el caramelo a un niño cabreado.

Revisé a fondo la casa en la que se encontraba el cuadro y para mi sorpresa estaba en manos de una anciana que vivía con su amado sobrino. La boca se me hacía agua por momentos; en plan se iba dibujando por segundos en mi mente, el único inconveniente iba a ser cómo sacaría el cuadro sin ser visto, no era el primer cuadro que robaba y todos daban problemas, daba igual lo grandes o pequeños que fuesen.

Me monté en el coche y puse rumbo hacia el objetivo. No tardé más de veinte minutos en llegar, eran las doce pasadas y todo parecía tranquilo. Estacioné el coche entre unos matorrales que quedaban próximos a la casa, dejándolo oculto entre ellos.

Las luces de la casa permanecían apagadas, así que estando seguro de que no había moros en la costa, corrí hacia una de las ventanas y usando el cortador de punta de diamante, hice un círculo sobre el vidrio e introduciendo mi mano por él, conseguí girar el picaporte y entrar. La parte más fácil ya estaba hecha, ahora tocaba encontrar la habitación en la que se encontraba el cuadro. Tirando de tópicos de película, supuse que la obra de arte se encontraría en una de las habitaciones de la segunda planta con toda la seguridad habida y por haber.

Una vez que desconecté la alarma, dejé un par de ventanas abiertas por si acaso surgiera cualquier imprevisto. Comencé a subir los escalones de uno a uno hasta encontrarme en la segunda planta de la casa, el pasillo de aquella casa era enorme, por no decir la gran cantidad de puertas que había en cada uno de los lados que lo formaban. Un haz de luz que ocupaba un rincón en la inmensidad de aquella oscuridad que reinaba en la noche llamó mi atención, fui avanzando poco a poco hasta apoyarme en el marco de la puerta de la misma y asomar tímida mente la cabeza. En aquella habitación se podía ver a una indefensa y dormida anciana en su silla de ruedas, frente a un televisor que desde hace rato parecía haber dejado de dar algo interesante para aquella mujer.

Sin ánimo de molestarla, seguí buscando entre el resto de habitaciones hasta encontrar la habitación del sobrino que vivía con ella. Aquel cuarto olía a colonia que echaba para atrás, así que sin ser muy inteligente deduje que el chico habría salido a tomar algo pero aun así no debía confiarme y terminar con mi trabajo lo antes posible.

Después de un par de puertas, la fortuna se convirtió en mi amiga y me hizo encontrar la amada obra de arte. Hice usos de mis conocimientos en el mundo del robo y no encontré ningún tipo de alarma de seguridad, fosa en el suelo escondida bajo la alfombra u objetos punzantes que fuesen a salir de las paredes y clavarse en mi cuerpo una vez que descolgase aquella obra de la pared. La noche estaba demasiado tranquila para mi gusto, otros ladrones estarían encantados de dicha paz, pero yo era un ladrón diferente, prefería escuchar toda clase de ruidos mientras hacía mi trabajo, eso me indicaba que todo marchaba como debía. La tranquilidad era lo que me avisaba de que algo estaba mal, y como si de un adivino me tratase, encaré el cuadro con la intención de descolgarlo y hacerlo mío, fue entonces cuando en ese momento noté como algo impactaba sobre mi cabeza haciendo caer inconsciente sobre el suelo de aquella habitación.

El tiempo fue pasando sin ser yo consciente de él. Mis manos y piernas parecían atadas a una silla. No conseguía ver nada a mi alrededor debido a una venda que cubría mis ojos, sin embargo, mi boca era la única parte de mi cuerpo que permanecía libre.

-¿!Hola!? ¿Hay alguien ahí? Pregunté con miedo.

No recibí respuesta alguna, pero eso no impidió que siguiera preguntando.

¡Ayuda! me atreví a gritar, pensando más tarde que era yo el que había entrado a robar en aquella casa.

Un ligero susurro me decía que guardase silencio. Por unos momentos me tranquilizó el hecho de saber que no estaba solo, pero la idea de no saber quién era me puso más nervioso de lo que ya estaba. Zarandeé mi cuerpo al mismo tiempo que gritaba y pedía que me soltasen. Debí de haber hecho caso a mi sexto sentido y marcharme de la casa en cuanto lo pensé. Seguro que el sobrino de la anciana llegó a casa, se percató de mi presencia y me golpeó sin que me diese cuenta, menudo error de novato.

Caí al suelo, pero fue en ese momento cuando unos brazos me agarraron y me ayudaron a recobrar la postura al mismo tiempo que se repetía la orden de que guardase silencio.

El crujir de la madera de aquella habitación me avisaba de dónde se encontraba aquella persona. Unas veces se encontraba más cerca, otras más lejos; hasta que hubo un momento en el que pude notar como se detuvo frente a mi persona. Ambos permanecimos en silencio hasta él o ella tomo la iniciativa y rodeando mi cuerpo con sus piernas se sentó sobre mí.

Mi corazón se aceleró, hasta tal punto de ser mis latidos el único sonido que se podía percibir en aquella sala. Intenté abrir la boca para así aumentar la cantidad de aire en mis pulmones y que mi respiración no fuese tan acelerada, pero unos labios frustraron mi iniciativa en forma de beso. Intenté apartarme, pero aquel ser tenía toda clase de poder sobre mí. Manos, piernas, todo con lo que podía defenderme se encontraba preso por una cuerda, así que, agarrando mi cabeza con una de sus manos y el cuello con la restante, hizo que nuestras bocas se fundieran la una con la otra.

Sus labios chocaban con los míos al mismo tiempo que su lengua entraba en mi boca intentando seducir a la mía para que bailasen juntas. Hubo un momento en el que noté como algo se desprendía de su lengua hasta llegar a parar con la mía, parecía una especie de trozo de comida o eso pensé hasta que se empezó a derretir en mi boca e intenté expulsarlo, se trataba de una pastilla. Mis intentos por expulsarla fueron en vano, la mano que todavía seguía sobre mi cuello comenzó a ejercerme presión sobre mi nuez hasta que por instinto mi cuerpo tragó aquella sustancia.

-Ahora podemos empezar se escuchó seguido de una tímida sonrisa.

(Continuará...)


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