COLGADA DE LA PUERTA

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Cuando entré a trabajar en la agencia de publicidad nunca imaginé que mi vida sexual iba a cambiar tanto como lo hizo. Éramos siete empleados en total, cinco mujeres, dos hombres y el director y dueño de la empresa.

Casi siempre bajábamos comer juntos al restaurante de la esquina porque solo teníamos una hora para comer y además allí nos pagaba la empresa la comida. Casi siempre acabábamos hablando de trabajo e intercambiando opiniones sobre los proyectos en los que estábamos trabajando y nos dábamos ideas unos a otros. Ese era el motivo de que nos pagaran la comida.

Un día que el jefe comía con un cliente y no estaba con nosotros, una de las chicas nos comentó que estaba pensando divorciarse porque no aguantaba más a su marido y encima quería que se quedara embarazada, como si eso fuera a arreglar sus problemas y desavenencias.

La conversación derivó a comentarios sobre las relaciones personales de cada uno con su pareja, coincidiendo todos en que no era fácil la convivencia. Yo no conté nada porque seguía viviendo en casa de mis padres y no tenía novio, ni nunca lo había tenido a mis veintidós años. No era que no me gustaran los chicos, de hecho, me había acostado con varios y solo con dos había repetido, con uno llegué a salir casi un mes pero me dejó porque se aburria follando conmigo. Decía que era demasiado pasiva en la cama para sus gustos porque no me gustaba chupársela y es que siempre acababa corriéndose en mi boca y me desagradaba.

Preguntaron a Raúl si había tenido alguna relación después de su divorcio hacía ya cinco años. Respondió que era demasiado exigente y con ninguna mujer había conseguido conectar, desde entonces, que le llenara lo suficiente como tener una relación seria.

Raúl era un tipo poco sociable, tenía cincuenta y dos años, estatura media, moreno, con ojos verdes. Me intrigó su respuesta durante la comida y de alguna manera me sentí atraída hacia su persona a pesar de ser introvertido y treinta años mayor que yo. Me descubría a mí misma observándole sin darme cuanta, mientras trabajaba.

Un día comimos solos porque había una presentación de una campaña a un cliente y el jefe quiso hacer ostentación de poderío y se llevó a todos menos a Raúl y a mí, que nos quedamos de guardia. Empecé a preguntarle por su vida y él consciente de mi interés por su persona me dijo que era mejor que no me acercara demasiado él porque no quería hacerme daño. Me dejó de piedra y lejos de perder interés me intrigó más que antes.

En un alarde de valentía, que no tengo, le dije que no creía que me pudiera hacer daño, que no era ninguna mojigata y también tenía una vida fuera del trabajo. No era cierto, pero no lo pensaba reconocer delante de él. Me dijo que sus relaciones sexuales con las mujeres no eran las típicas de cualquier pareja, le gustaba el sexo duro y las mujeres con las que tenía relaciones tenían que aceptarlo previamente o prefería pasar de ellas.

Indagué a que se refería por sexo duro. Se respuesta me dejó helada, se refería a ciertas prácticas donde el dolor era parte integrante del placer. Apostilló que las que probaban ese tipo de prácticas desechaban el sexo convencional porque necesitaban el aliciente del dolor para obtener placer de verdad. Ahora sí que me quedé perpleja.

Durante el resto de la tarde no dejé de pensar en la conversación con Raúl, preguntándome a que se refería con incluir dolor al follar. A media tarde llegaron los compañeros eufóricos por el éxito de la presentación y a las siete nos invitó el jefe a unas copas en el pub para celebrarlo.

Con la segunda copa empecé a perder la vergüenza y creó que la compostura también. Me acerqué a Raúl y le dije que quería que me follara con dolor para probar como era lo que me había contado. Creo que las copas también le hicieron bajar la guardia y me dijo que al marcharnos de allí se ofrecería a llevarme a casa en su coche.

Nos marchamos juntos en su coche, pero no a mi casa, sino a la suya. Nada más llegar me dijo que me desnudara de cintura para arriba mientras él se desnudó completamente. Se acercó i mirándome a los ojos y sin preámbulo me pellizco los pezones haciéndome retroceder por el dolor. Me dijo que lo iba a repetir y no que se me ocurriera retirarme.

Esta vez me los apretó con saña y dos lagrimas salieron de mis ojos. Me miró satisfecho al verlas y sin apartar sus ojos de los míos me metió la mano por debajo de la falda y me tocó el pubis. Puso cara de satisfacción al comprobar que estaba mojada y retirando las bragas a un lado me acarició el clítoris y a continuación me metió dos dedos sin problema, para mi sorpresa.

Me dijo que le chupara los pezones y se los mordiera, él me avisaría cuando quería que parara. Recordando el daño que me había hecho le mordí con rabia, pero ni se inmutó. Empecé a mover los dientes para hacerle daño de veras y seguía sin moverse. Solo cuando estiré me dio un tirón de pelos que me hizo soltarle.

Me dijo que era una chica brava y muy caliente. Lo primero no sé si era verdad, en lo segundo había acertado porque notaba resbalar los fluidos por los muslos. Nunca imaginé que morderle a un hombre los pezones me pudiera excitar tanto.

Presionó mis hombros hacia abajo y me hizo descender hasta que tuve la polla frente a la cara y me ordenó abrir la boca para chupársela. No sentí reparo, al contrario, estaba deseando tenerla dentro y lamer aquella gota que afloraba en el capullo. Estaba deseando tragármela para ver hasta donde era capaz de metérmela y dos veces me dieron arcadas al tocarme la campañilla.

Me la sacó y fue a buscar un cinturón de judo y algo metálico que brillaba en su mano. Hizo un nudo en un extremo del cinturón, lo pasó por encima de una puerta y la cerró, quedando el cinturón colgando. Me ató las manos con el otro extremo del cinturón y lo tenso hasta que solo tocaba el suelo de puntillas. Me puso una pinza en un pezón que me hizo ver las estrellas y me quejé, me la retiró y me dio una palmada en el pecho que me dejo sin respiración. Volvió a colocar la pinza e hizo lo mismo en el otro pecho.

Colgando literalmente como estaba de la puerta y con los pezones prisioneros en las pinzas, se agachó un poco y me la metió hasta dentro del coño con una sola embestida y sentí que se me desgarraban las entrañas. Empezó a follarme y como por arte de magia todo el dolor se fue transformando en placer, un placer que nunca hubiera creído alcanzar. Contorsionándome sobre su polla me corrí entre gritos, sin darme tregua siguió embistiéndome hasta que me corrí de nuevo.

Me la sacó y aprovechando los fluidos que resbalaban por los muslos me lubricó por detrás, puso su polla presionándome el ano y de una sola estocada me la metió. Grité de dolor sin que le importara porque siguió follándome por detrás. Poco a poco el dolor volvió a ser placer y no dejó de insistir hasta que me provocó otros dos orgasmos ayudándose de las manos por delante, solo entonces me la sacó y me desató.

Estaba rota, las piernas no me sujetaban y tuvo que ayudarme a ponerme de rodillas sin dejarme sentar en el suelo agarrándome del pelo para dejar mi cara a la altura que quería y me dijo que le chupara. Estaba deseando sentir su semen en mi boca y devolverle parte del placer que me había proporcionado. Cuando lo hizo, al sentir el líquido caliente resbalando por la garganta me sentí feliz. Si no fuera porque el cuerpo no me respondía creo que me hubiera corrido de nuevo.

Un mes después me fui a vivir con él a su casa.


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