Mayoría de edad: azotes y masturbación.

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Cristina, el día de su 18 cumpleaños, entró en su habitación, dio la luz, cerró la puerta tras de sí y se sentó en el borde de la cama. Vestía pantalones vaqueros y camiseta de media manga negra, la melena pelirroja y ondulada caía por debajo de sus hombros. Usaba gafas, era de complexión delgada, pálida de cara y tetas pequeñas. Como contraste sus muslos eran generosos y su trasero firme y respingón. Con un suspiro y apoyando sus codos en los muslos se inclinó hacia delante sujetando la cabeza en sus manos y cerró los ojos.

El cuarto era sencillo, las cortinas azul cielo tapaban la ventana, una cama, una mesa de estudio con su silla y un par de posters colgando de las paredes. En el aire flotaba el olor a colonia de flores.

Cinco minutos después se oyeron pisadas que se aproximaban y el corazón de Cristina se aceleró. Levantó la cabeza y se quedó mirando la puerta como hipnotizada. Segundos después el picaporte de la puerta giró y su padrastro accedió a la habitación cerrando la puerta a su espalda. 

La chica se puso de pie con valentía, preparada para afrontar las consecuencias de sus actos. 

Con rostro serio, sin mediar palabra, el hombre se acercó a la joven y le dio una bofetada en la mejilla

- ¿En qué estabas pensando poniendo tu vida y la de los demás en riesgo? ¡Contesta!

La muchacha permaneció callada sin saber que decir. Era consciente de su imprudencia y comprendía que lo que había hecho no tenía excusa posible. Haber recibido una torta era humillante, pero lo que más efecto le había producido fue la reacción de su madre al llegar a casa, su mirada de profunda decepción. De hecho, hubiera preferido mil veces que le hubiese gritado, incluso que le hubiese calentado la cara ella misma... o como había hecho una vez, años atrás, le hubiese atizado con la zapatilla. Pero nada de eso había ocurrido. En su lugar, había mirado a su marido y le había dado carta blanca para administrar disciplina.

- ¡No respondes nada!

- Lo... lo siento. No volverá a ocurrir. - respondió la joven con humildad y visible nerviosismo.

- Acabas de cumplir 18, pero te comportas como una niña inconsciente y mal criada. Quizás hemos sido demasiado indulgentes contigo, pero quizás aun estemos a tiempo de lograr algo... vives en esta casa y mientras lo hagas hay unas reglas. Tu madre y yo hemos acordado que necesitas una buena azotaina.

- ¿Una... una azotaina? - respondió Cristina ruborizándose y con el estómago más lleno de mariposas que nunca en su vida.

- Sí, has oído bien. Te voy a dar ahora mismo unos azotes en el culo con el cinturón. - prosiguió el padrastro al tiempo que se quitaba el cinturón y lo doblaba por la mitad.

- Bájate los pantalones y las bragas. - ordenó mirando a la joven a los ojos.

Cristina tragó saliva, pensó brevemente en una posible salida, y no encontrando ninguna procedió a desabrocharse el pantalón y bajarse las bragas dejando su culete al aire.

El hombre se fijó en el trasero blanco de la muchacha y dejando el cinturón en la cama, le propinó seis azotes en las nalgas con la mano. La chica aguanto bien, sin esconder su retaguardia, apoyando su peso en la pierna derecha para no perder el equilibrio.

- Esto ha sido solo el precalentamiento, ahora comienza el castigo de verdad. - dijo mientras sacaba la almohada deshaciendo la cama y colocándola a medio camino. - Túmbate boca abajo apoyando el vientre sobre la almohada y no te muevas.

En esa posición, el culete sobresalía ofreciendo un blanco fácil para el cinturón. 

Pronto el cuero impactó con fuerza sobre los glúteos de Cristina. 

- Uno. - dijo el padrastro.

Durante los tres minutos siguientes se sucedieron los golpes de cinturón, a razón de un azote cada diez segundos aproximadamente. El culete se contraía antes de recibir la “caricia” del instrumento de castigo para relajarse a continuación tratando, sin éxito, de mitigar el escozor. 

Terminado el correctivo. El padrastro abandonó la habitación dejando sobre la cama a Cristina que trataba de disminuir el picor frotándose las nalgas. Este masaje, unido al alivio propiciado por el fin de la somanta y de que el marido de su madre ya no estuviese mirándola el culo, hizo que la joven se relajase.

Se dice que la tempestad precede a la calma, y es cierto que el cuerpo de Cristina, durante un minuto o así, fue fiel a esta norma. Sin embargo, bien sea por el masaje en una zona erógena, bien sea por el propio funcionamiento del cerebro humano o por el calor que se empezaba a extender detrás y delante por toda esa zona baja, el ritmo cardiaco comenzó a subir y nuestra protagonista comenzó a sentir placer. Aprovechando la coyuntura, deslizó su mano entre sus piernas y comenzó a jugar con el vello de su zona púbica. Poco después, inició la maniobra de frotado para a continuación, introducir un dedo en la vagina y explorar su punto G. Todas estas acciones surtieron efecto transformándose en gemidos y haciendo que la espalda de la chica se arquease. Podía haber parado ahí y dejar todo aquel juego en un instrumento de alivio momentáneo, pero Cristina quería más. 

El móvil sonó en medio de la faena. La muchacha se incorporó de mala gana y deslizó un dedo húmedo por la pantalla, vio el nombre de su "amigo" y sin aceptar ni rechazar la llamada arrojó el móvil en la cama y reanudó la masturbación. En su cabeza la idea de su compañero viéndola de esa guisa, poniéndose cachondo. Por un instante se le paso por la cabeza la idea de descolgar y decirle entre jadeos y gemidos "hola, estoy desnuda." y correrse mientras el oía todo. Luego cayó en la cuenta de que la puerta de su cuarto no tenía el cerrojo puesto... ¿qué ocurriría si el marido de su madre entraba? ¿la zurraría de nuevo? ¿la poseería? Después de todo no era su padre, era solo un tío y a buen seguro que todo aquello se la pondría dura. Con todas estas cosas en su mente el orgasmo no tardó en llegar inundándola de placer.


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