Del horror de los vestuarios masculinos

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El culo de un hombre siempre es desagradable. Es una opinión. Mi opinión. Es una cuestión de enseñarlo lo menos posible. Si ha de ser enseñado, como en el vestuario de un gimnasio, señores, guarden recato y compostura. Y más desagradable resultan dichos culos cuando el propietario de ese culo es el vecino del cuarto o del tercero, al que sueles ver perfectamente acicalado por la calle o en el ascensor. De repente contemplas obligado un culo a un cm de tu cara, peludo y fofete, y cuando le pones cara al culo, la cara del vecino, todo empieza a ser una suerte de universo culero ridículo y paralelo. 

(Distopía culera. El universo de los culos. En lugar de cara, nos identificamos a través del culo. En nuestro DNI, en la foto aparece nuestro culo, y en vez de huella dactilar, estamos registrados mediante las indelebles marcas de nuestro culo. La gente habla a través de ventosidades, en un universo donde no existe el sentido del olfato. En vez de vomitar, se defeca. Nuestro culo sobre los hombros, y nuestras cabezas donde acaba la espalda. El tubo digestivo se inicia en el recto, ya está bien de ser el último siempre, y termina en la boca. No tengo aún claro por dónde se ingerirían alimentos, aunque como es una fantasía ficticia involutiva, todo es posible, y el ano cobraría un papel fundamental, siendo penetrado con regularidad y alcanzando por fin la igualdad anhelada)

No tengo nada en contra de los culos, pero si están detrás de nuestro cuerpo es por algo. Es decir, está alejado de nuestro alcance visual. El Creador fue listo, en esta ocasión. El otro día, y conmigo de protagonista, tuvo lugar un penoso incidente  culero. Fue muy lamentable, la verdad, pero poco ocurre dada la cercanía de los cuerpos y el equilibrio que hay que mantener para vestirse, desnudo. Mientras intentaba ponerme la pernera de un pantalón, se me cayó la toalla a mi derecha. A mi izquierda estaba colocado un gigantón de metro noventa y tantos, pureta, con pinta de luchador de películas mexicanas. Al inclinarme yo, mi tronco, hacia mi derecha, mi trasero apuntó en pompa hacia mi izquierda. Y topó con algo. No, por favor, que no sea el culo gordo del luchador mexicano...Pues sí. Algo parecido le debió suceder al gigante mientras de vestía o se desvestía, que se colocó en pompa con su culete gordo apuntando hacia mi culete encanijado. Devastador. Fue in instante, un milisegundo...¿Qué es eso en comparación con el tiempo universal? Pero fue suficiente, alterando profundamente unos minutos mi espíritu en calma. Por unos instantes, nuestros culos fueron uno, conectaron, se conocieron y saludaron. Conexión culera. A veces veo al gigantón por la calle, y ya no lo veo igual que antes del incidente mojinero. Hay algo entre nosotros. Me da miedo.

Es muy llamativo asimismo la gran cantidad de gente que se gusta enseñando el culo a través de las calles del vestuario. Es que van a peinarse en culo, coño. A secarse el pelo en culo, joder. Se afeitan y todo. En culo. Que digo yo que podrían ponerse en gallumbos. Pasean su culo entre nosotros, se rozan, se miran y contemplan en el espejo...Basta ya por favor, un poco de estética, que el culo desnudo de un hombre es algo feo feo. Uno intenta estar el menor tiempo posible con aquello colgando, por pudor, por sentido del ridículo, por...lo que quieras, que a veces casi me mato poniéndome los pantalones, y otros parecen ser nudistas o exhibicionistas. Aunque parezca ridículo, podríamos separar los vestuarios, más que por sexos, por inclinaciones nudistas. Todo llegará.

 

El uso de desodorantes es otro asunto estrella en los interiores de un vestuario masculino. A veces sale uno de allí mareado, colocado, debido a los efluvios de algunos usuarios que consideran deben rociarse con su spray mortífero durante diez minutos, pero non solum apuntando hacia sus axilas, sed etiam asegurando que alcanzan un radio de acción de otros diez metros a su alrededor. El problemas es que son varias, muchas, las personas que optan por (en culo, claro) intoxicarnos a todos con sus fragancias testosterónicas, y la miscelánea resultante es un ejemplo magnífico de lo que supone un hombre pretendiendo acicalarse. No hemos sido entrenados para ello, ni disponemos de recursos genéticos que desarrollar en ese campo. Si nos hicieran tras una estancia de veinte minutos en el vestuario un control antidóping, el 99% de los casos registrados darían positivo a una nueva sustancia, resultante de la mezcla de las sospechosas composiciones de esos desodorantes para hombres. Pongan un manual de instrucciones, joder, donde se avise de que con una aplicación, corta, de un segundo, es suficiente. Y lo mismo digo de las colonias. Qué bárbaros somos los hombres echándonos colonia. Hijoputa el pestazo que emanan algunos rostros al aplicarse en las zonas mandibulares la colonia como si fuera agua. Otro fiel reflejo paradigmático de que los hombres no sabemos utilizar con sentido común cosméticos y similares. Estoy convencido de que cualquier inspección sanitaria, si midiera habitualmente niveles tóxicos en cualquier vestuario masculino, arrojaría niveles preocupantes.

Vestuarios masculinos de los macrogimnasios actuales, microcosmos de la sociedad masculina, estertores de expectativas de inmortalidad o cuanto menos de esperanzas anti envejecimiento. Esos cuerpos relajados tras la liberación de enforfinas, esa euforia post entrenamiento, esa agradable y absurdamente larga ducha caliente, esos circuitos de recompensa internos...todo eso nubla la razón del hombre, y le modifica conductas y motivaciones. Les hace, a los hombres, querer mostrar su cuerpo, en especial el culo. Les hace, a los hombres, contar sin palabras a los demás, que sus fragancias (desodorantes y colonias) son las más apropiadas para marcar territorio de machos en celo, que es como se sienten justo al terminar la ducha. Les hace, a los hombres, creer que sus culos, más que sus churras, con perdón, son una parte bellísima de su anatomía, y ya quisiera el David de Miguel Angel tener un culete como el de ellos. A eso arribo. El pretender mostrar tu culo a otros hombres, es un signo inequívoco de aniquilación de la razón y juicio. Y ahí quiero arribar también. Tan recomendable no debe de ser el ejercicio físico cuando uno es capaz de desarrollar estas conductas dirigidas desde una razón menoscabada.


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