LISÍSTRATA

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                                                                                     <<LISÍSTRATA>>

<<LISÍSTRATA>>

 

Aún estaba zurumbático, mareado, por la paliza recibida en el examen final de Bioquímica, aprender de memoria todo ese asunto del Ciclo de Krebs, no me había servido de nada.

Para sacar de mi cabeza todas aquellas reacciones catabólicas de los azúcares, de los ácidos grasos y de los aminoácidos, me fui a la biblioteca de la universidad a seguirle la trilla a unos escritos fantásticos de la colección “Otros Mundos” (Recuerdos del Futuro, El Retorno de los Brujos), que me tenían enganchado hacía rato.

Estaba imbuido en su lectura, al levantar la mirada del texto, me encontré con LISÍSTRATA, en forma de un libro bastante trajinado, gordito, de pasta dura, forrado en tela gris. El color dorado de las letras ya estaba perdiendo intensidad, pero se distinguía claramente el nombre en su lomo. Dejé mi lectura para después y me adentré en las páginas de aquel libro.

La historia que hoy les traigo, pertenece a esa saga.

Las constantes guerras, mantenían a los hombres griegos, lejos del hogar, y todo el peso de la familia recaía sobre las mujeres, la educación de los niños, los cultivos, la ganadería, la forja, todo.

Lisístrata, una ateniense, ya aburrida de no ver casi a su marido, decidió reunir a un grupo de mujeres de toda Grecia y les habló en griego (la traducción al español de mi pueblo, es más o menos esta): “Amigas, esta guerra del Peloponeso, va para treinta años y creo que ustedes deben estar igual que yo, aburridas con  tanta peleadera, y nosotras aquí, aguantando a ‘la puerca por el rabo’; y cuando nuestros hombres vienen, nos dan una pasadita ahí, por encimita; y se quedan dormidos del cansancio, y eso así; no aguanta, no es justo.

—¿Qué propones?

—Que a partir de hoy no les demos más sexo.

—Pero.

—Pero nada, ¡que se jodan!, si no enfundan las espadas de bronce, no podrán desenfundar las de orinar.

Las mujeres se escandalizaron, hubo un pequeño zafarrancho, pero al final Lisístrata las convenció.

—Y una cosa más, les dijo para rematar, excítenlos, insinúense, déjenlos ver un poquito de todo, pero hasta ahí, y recuerden, mantengan la boca y las piernas cerradas, ah; y las manos quietas.

Las damas fueron ‘corriendo la bola’, hasta que todas, incluso las esposas de los soldados rivales y algunos hombres que tenían otras preferencias, ‘estaban en el queso’. Con gran vocación de servicio, solidaridad y espíritu de sacrificio, cumplieron lo prometido. Una epidemia de garrotillo (1) se expandió rápidamente por toda Grecia.

Se reunieron los sabios, los generales y los sumos sacerdotes de ambos bandos para tratar de convencerlas de que ‘aflojaran algo’, pero nada; ellas seguían con todo su arsenal hormonal en confinamiento voluntario, cerrado, y ellos; con la verija inflamada por falta de mantenimiento. Los servicios seguían cortados.

Para no alargarles el cuento, menos de dos meses después de haberse declarado la ‘huelga de piernas cerradas’, los ejércitos bajaron sus espadas de bronce y se acabó la guerra del Peloponeso.

Firmaron la paz, y los hombres regresaron al seno y a todo lo demás del hogar.

Ahora sí, podían levantar sus herramientas y comer de sal.

 

(1) Garrotillo: Dolor e "inflamación"de los testículos causada por exitación.

 

Fuente: Aristófanes, comediógrafo griego. (Atenas, 444 y 385 a.C.)


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