Servidora

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Entré a servir en la casa del Sr. Casamillán recién divorciado éste y cuando ya superaba los cincuenta, para mí supuso un éxito extraordinario, fue alcanzar el objetivo máximo al que podía aspirar tratándose de un trabajo seguro, bien remunerado, completo en cuanto a labor a realizar y de una absoluta independencia. No tenía señora detrás imponiéndome normas, ni un control al hacer diario más allá de las obligaciones propias de una casa de alto nivel. 

Aprendí pronto las singularidades de don Jorge y cumplía a rajatabla cada una de sus órdenes, lo que le llevó a resultarle imprescindibles mis servicios. Cuando almorzaba al mediodía en casa (cosa que ocurría en ocasiones contadas) le preparaba los platos que me indicaba y acertaba en sus gustos, aumentando considerablemente así los puntos a mi favor. El tiempo ha transcurrido y ahora manifiesta una mayor dependencia a la vez que me requiere más atención personal. 

Ya llevo un año y puedo decir que mi señor es una persona educada, elegante en sus modos y respetuoso conmigo, pero a la vez autoritario. Sus órdenes son concretas, concisas y no admiten réplica alguna, es algo que no vivo mal porque me apetece atenderle y servirle. 

Hace unos meses que me llamó para completar su aseo personal, lo hizo con la amabilidad y cortesía qué le es tan propia, pero sin cortarse lo más mínimo. Una vez duchado y en albornoz me pidió que le cortase las uñas de los pies y lo hice con soltura y cuidado. Quedó complacido y me requirió para proseguir con las manos a las que presté igual atención y también conté con su complacencia. No salía de su asombro y solícito pasó a otros requerimientos mas íntimos, le depile la parte interna exterior de la nariz y las orejas con verdadero mimo, después las cejas, sus elogios me daban aliento y desenvoltura. Después, se observó en el espejo de aumento con extrema curiosidad y no dio crédito a los resultados, en muestra de agradecimiento simuló un aplauso contundente y su gesto de cabeza fue igual de elocuente. Estaba tan satisfecho que prosiguió con términos como excelente o extraordinario. Lo sentí exultante y me invadió una gran satisfacción. 

Cuando salí de su cuarto de baño caí en detalles a los que no había prestado antes atención (centrada sólo en mis ocupaciones), no me había tocado con sus manos ni rozado con su cuerpo a pesar de la proximidad mantenida. Al contrario de mí, que me había hecho dueña de sus espacios corporales directos y contiguos a mi labor de aseo. Él no tenía reparos en ser tocado y rozado por mí con total naturalidad pero en ningún momento traspasó la línea a la inversa. No sé si sentirme respetada o no merecedora por ello de su atención. 

Esta incursión en su aseo personal se ha convertido ya en rutina, los viernes tarde, paso cuando me llama a su zona de aseo y culmino con éxito su puesta a punto o de exigencias íntimas. Esta última vez, sin embargo, se han dado circunstancias especiales y de mayor calado, puesto que ha intervenido un factor nuevo y para mí de gran importancia. Como siempre digo, don Jorge actúa con naturalidad, no cuida o previene nada, en ocasiones se le abre el albornoz y me muestra con descuido su parte íntima a las que no presto atención. Esta vez me resultó imposible porque su estado no me permitía obviarla como en otras ocasiones, estaba viva y alterada y tuve que mirarla, era realmente hermosa y me llamó sobremanera la atención. Cuando don Jorge me pidió que la atendiera como sólo yo sabría hacerlo, no pude más que asentir con beneplácito.

Se sentó donde pudo y abrió la prenda dejándola frente a mí que ya en cuclillas comencé a hacerle todos los honores. Me entregué absolutamente disfrutando su miembro en estado de máxima plenitud, gemí a la vez que lo lamía sin importarme nada. Su aroma perfumado, su textura delicada me envolvió enloqueciéndome. Cuando explosionó dentro de mi boca acogí su calor y su fuerza con determinación y degusté su sabor mientras lo engullía con verdadero placer.

A partir de ese día espero con ansiedad que llegue la tarde del viernes, pero no ha vuelto a darse la circunstancia de aquel día, la normalidad anterior vuelve asestando un duro golpe a mi deseo que ansía tenerle de nuevo entre mis labios. Suspiro en cada ocasión, se me escapa el desaliento que fluye dé lo más íntimo de mi ser.

Ahora busco esa apertura insolente que me permita verla aunque sea en estado de somnolencia y realizo con mimo exquisito cada uno de mis servicios esperando la compensación suprema de sentirla mía una vez más.

Esta mañana, al aparecer en la cocina para desayunar le he visto andar de forma especial y distinta, me ha preocupado, al poco he advertido la enorme erección que lo provocaba. Se ha sentado donde siempre, a un lado, cerca del porche y con vista al jardín, mostrándose inalterable y manteniendo constante la elevación consiguiente mientras desayunaba. Me he sentido todo el tiempo alterada y deseosa, le hago rayos-x mentales imaginándola en directo. Espero el mínimo signo suyo para mostrarle todas mis habilidades, pero él sigue imperturbable. Termina y hace un breve gesto de levantarse y se me rompe algo interno, pero lo piensa mejor, me mira interesado y debe advertir mi buena predisposición porque, sin más, se baja el pantalón del pijama y aquello se muestra en todo su esplendor. No espero más, me dirijo diligente y solicita hacia don Jorge que como siempre emana un aroma delicioso. Tiene los pies estirados y me coloco de rodillas entre ellos, el mástil se me muestra con fuerza y tiene la cabezota enorme. La engullo con determinación y le hago cabriolas con la lengua. No puedo evitar relamerme y gemir a la vez, es tan delicioso que me humedezco y percibo mi sexo borracho perdido. No dejo nada sin lamer con fruición, le llevó hasta una meseta que no conocía y se prepara para darme el mejor desayuno. Lo auspicio dándole la bienvenida con todos los giros posibles y mis dedos se acoplan al compas. Percibo cómo se le contrae todo el cuerpo y de seguido vuelve a explosionar como aquella otra vez colmando mis deseos. Es como lava ardiendo, me quema mucho más abajo, empapo las bragas con mis flujos y suelto un quejido de sentir profundo mientras dejo que se deslice por mi garganta y baje a borbotones. A él le tiemblan las piernas y una sonrisa de felicidad le surge espontánea. Al marchar anda titubeante como de no llevarlas todas consigo. Hecho mi cabeza hacia atrás, la apoyo en su asiento y meto con decisión los dedos en mi “cuevita” y me masturbo cómo no lo había hecho desde hacia años, me sale un gemido largo lleno de complacencia. Después sueño, sin poder evitarlo, con poder sentir toda su virilidad dentro de mí. Puede que sea un sueño pero me satisface tanto pensarlo que ya lo estoy disfrutando. La cocina ha quedado en una quietud absoluta rota tan sólo por el piar alegre y lejano de algunos pequeños verderones.            


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