El primer objetivo (Eutrapelia)

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Ya se habían reunido en varias ocasiones los miembros de la hermandad y decidido por unanimidad, con los cinco votos de los miembros principales más, el voto conjunto de los cinco vocales, de qué manera, harían saber a la sociedad lo que estaban dispuestos a realizar. ¡Sí!, se trataba, por macabro que pareciese, de seleccionar cuidadosamente una persona que representara a un determinado colectivo de la sociedad y eliminarla. Con ensañamiento. Debía quedar patente que no era algo ocasional, sino que obedecía a un acto preconcebido. Y que tal crimen, podría repetirse en cualquier momento. Cuando el juez fuera a levantar el cadáver, no dejaría lugar a dudas. Todos los indicios, lo revelarían: La mano ejecutora de tan horrible crimen, se ha tomado demasiadas molestias, es la obra de un psicópata sanguinario.

Cada una de las piezas de la cacería; así habían decidido denominar a cada uno de sus objetivos, para evitar que se relacionase con ellos los asesinatos, una vez cobrada, llevaría la misma marca. De esta forma, cuando se filtre la noticia a la prensa sensacionalista, como siempre hace en estos casos, empezará a especular con la intención de extender la inquietud entre la población y así, incrementar sus tiradas.

Cada persona elegida, debía justificarse con argumentación suficiente, que convenciese al resto de la junta, el motivo por el cual había sido elegida y así mismo, justificar por qué debía morir.

Lo habían echado a suertes. Y el destino quiso que fuera él, Héctor Aliaga, el primero en actuar. Desde el momento en que supo de su elección, dedicaba un tiempo cada día, meditando y tomando notas de cuál podía ser la causa origen de la enfermedad que aquejaba a la sociedad y que serviría para decantarse por el colectivo sobre el que elegir el objetivo. ¿Quién podía ser la víctima propiciatoria? ¿Quién podría tener la fatalidad de servir de chivo expiatorio?

Se había convertido, últimamente, en prioritario para él preparar un razonamiento que justificara sobradamente su elección. Como el desarrollo de su argumentación iba a estar dentro del contexto de creencias, costumbres, ideas que el grupo comparte, no le será demasiado difícil convencerlos. Pasaba más horas, de lo que en él era habitual, encerrado en su despacho meditando cuidadosamente cuanto debía exponer ante la junta. Había encargado a Marina que no se le molestara más que para lo estrictamente necesario. Por eso, cada vez que se le interrumpía, montaba en cólera y se comportaba como un energúmeno.

Por fin llegó el día señalado para celebrar la reunión en la que debería exponer su elección y someterlo a la aprobación de la junta. Esa noche Héctor no había pegado ojo. Se levantó temprano y como si tuviera que presentarse ante el tribunal de oposiciones, no acertaba a realizar cuanto quería. Estaba con los nervios a flor de piel. Tan pronto guardaba sus notas en la cartera, como acto seguido, volvía a sacarlas de nuevo y repasaba parte de ellas. Salió de casa arreglándose la corbata por el camino, diciendo:

— ¡Marina! Hoy comeré en el club. No me esperes.

Primero pasó por su despacho para dejar resuelto el mayor número de asuntos. No quería que una vez abandonada la misma le molestaran con nada que pudiera resultar inaplazable. Salió del despacho rogando encarecidamente a su secretaria que no lepasara ningún mensaje hasta el día siguiente; estaría muy ocupado el resto del día. Se dirigió al club en uno de los vehículos que tenía en su garaje. Iba pensando por el camino de qué manera comenzaría su intervención. Por fin llegó el momento...

Comenzó su justificación diciendo:

—No estoy en contra de que personas de otras naciones, etnias, culturas, etc., vengan a trabajar a mi país: Decía mientras paseaba con una copa de coñac en la mano, que no paraba de agitar y, de vez en cuando, la levantaba y miraba a través de ella, deleitándose con los destellos dorados que emitía el líquido, al ser herido por la luz del ventanal. Hizo una pausa mientras daba una honda calada a su habano y, después de lanzar el humo con una fuerte exhalación, retomó su discurso. Estoy en contra de que aprovechando la debilidad y permisividad del gobierno de nuestro país, se introduzcan seres despreciables que no tienen ni más patria, ni más bandera, que hacer el mal por el mal. En este tipo de gentuza, la bajeza de sus instintos, les hace excesivamente prácticos y, no quieren más, que sacar de la sociedad que les acoge, una ayuda sin poner nada, son auténticos parásitos, chupadores de sangre, que se instalan como inquilinos molestos, ruidosos, sucios, desagradables, para aprovecharse de una sociedad necia, embelesada por las luces de neón, que la incitan a consumir compulsivamente. Ellos. Fuertes, por la necesidad atávica, se adaptan perfectamente al medio que ocupan; siempre listos para aprovechar cualquier descuido, se sirven de todo cuanto la sociedad falsaria, enferma y sin valores, que solo rinde culto al consumo, pone a su disposición.

Con este tipo de amparo, y utilizando todo tipo de sofismas, esta sociedad hipócrita, pretende que sirva como catarsis de su propio abandono. Utilizan esta misericordia para acallar sus conciencias que, como sucede en el caso de las grandes catástrofes, no es la virtud lo que mueve a la sociedad a ser generosa, sino que, se compungen como plañideras, esperando recibir el mismo trato, si en alguna ocasión, el destino les hiciera pasar por un trance similar. El motivo por lo tanto, es egoísta y, nada tiene que ver con la virtud...(continuará)

 

 


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