La Parca

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Mirar a los ojos aterrorizados y entre quejidos y gimoteos cerrar los ojos y apretar el gatillo, accionar el complejo mecanismo que desencadena la mayor y más sencilla de las tragedias que aquejan al hombre, la muerte. Un vocablo enorme y monolítico que trae consigo el silencio y la pesadumbre de la parca, que inunda el ambiente donde se produce, impregna la habitación donde Caronte va a buscar a su presa, que huele, no a descomposición sino a pérdida, a dolor, a sufrimiento. Mirar a los ojos aterrorizados y entre quejidos y gimoteos apretar el gatillo, accionar el complejo mecanismo para conseguir un patético estertor, desde el mayor de los héroes al más huidizo de los cobardes, desde Rey a plebeyo, del más importante pensador al más puro y estúpido de los necios, todos abandonan entre gemidos de dolor, súplicas y ruegos, llorando y meándose encima del único miedo común a la raza humana; la muerte, la lúgubre figura encapuchada que va discretamente segando almas con su guadaña, sin miramientos ni remordimientos morales ni de ninguna clase. Y sonríe cada vez que se lleva alguien, sonríe por la huella de dolor que deja tras de sí, sonríe por la sangre derramada, por las lágrimas, se ríe a carcajadas al pensar en los niños que quedaron huérfanos, no para de reír viendo como una niña pequeña saca a su padre de entre los escombros, y queda paralizada ante un cráneo desfigurado, repulsivo, del que antes era su padre, pero ya no es más su padre, ya no es nadie y nadie, como todos, será olvidado

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