Relaciones en el aseo de casa

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   Abrí los ojos y me costó unos segundos darme cuenta de que estaba acostado en mi cama, que era sábado y que la luz del sol se colaba por la ventana. 

   A mi lado, dándome la espalda, dormía Laura. La noche anterior, tras besarnos en el sillón, habíamos acabado en la cama de mi habitación. La lámpara apagada, la luna llena como única fuente de luz. Fue un juego mágico de sombras, sonidos y tacto. Recuerdo que ella deslizó su cálida mano bajo mis calzoncillos y que yo respondí explorando lo que se ocultaba debajo de sus bragas. Su cara sin definir del todo, sus ojos brillando cuando eran alcanzados por algo de claridad. Mis labios buscando su húmeda boca en un intercambio de saliva que se volvía más y más adictivo con cada ósculo.

     "Qué cuello más bonito" pensé ahora que la mañana me dejaba ver su lindo cuerpo en ropa interior. Acerqué mi nariz y aspiré el aroma de su nuca. Luego posé la vista en su trasero, donde la tela de las bragas era atrapada de manera sensual por una deliciosa rajita cuyo nacimiento, allí donde la espalda pierde su casto nombre, quedaba al descubierto. Imaginé sus nalgas desnudas recordando lo suaves y tiernas que las había encontrado hace solo unas horas.

    Quizás hice ruido sin querer, o quizás simplemente llegó el momento de recibir al nuevo día, el caso es que la muchacha se dio la vuelta quedando su rostro a escasos centímetros del mio y despertó con una sonrisa.

- Hola. - dijo.

- Buenos días princesa. - respondí.

   A continuación se estiró y apoyó la palma de su mano en mi pecho.

Luego se levantó de la cama.

- Voy a orinar, ahora vuelvo.

La seguí con la mirada distraído mientras me rascaba una nalga. 

Al oír la cadena del baño me levanté y fui a su encuentro.

- ¿Puedo? - pregunté viendo la puerta entreabierta.

- Sí pasa. ¿Quieres mear? - me preguntó.

- Sí. -

- Adelante. - indicó sin intención de retirarse.

- No seas vergonzoso. - añadió.

- Sí, pero... -

- No te preocupes, las chicas también nos tiramos pedos.

Me ruboricé y ella, viendo mi reacción, se rió.

- ¿Quieres verme el culo?... pues bien, aquí lo tienes - Dije algo enojado bajándome de un tirón los calzoncillos y dejando mi trasero y todos y cada uno de sus pelos al aire.

Laura me miró sin disimulo mientras se cepillaba los dientes.

    Apunté y comencé a orinar. Durante el proceso se me escapó algo de aire. En otras circunstancias habría hecho todo lo posible por evitarlo o disimularlo, pero entre mi ridículo enfado y mi herido orgullo ya no me quedaba mucha dignidad. Además, dicen que las relaciones son cuestión de confianza y si a ella no le importaban mis ventosidades a mi tampoco.

     Al terminar tiré de la cadena. Cuando fui a subirme los calzoncillos noté la mano de Laura sujetándome el brazo.

- Espera, no te subas los gayumbos.

     A lo mejor fue el tono sensual de su voz o su presencia, no lo sé, el caso es que obedecí y me lavé los dientes en cueros.

      Nada más enjuagarme, la chica me besó en los labios y luego, poniéndose de cuclillas me pidió que me girase y hundió su nariz entre mis nalgas. 

- ¿Qué haces? - pregunté sorprendido.

- Olerte el culo. - dijo como si eso fuese lo más normal del mundo.

   Su comentario estaba muy lejos de lo que para mí era mi modelo de chica fina y elegante. Pero reconozco que había algo excitante en todo ese juego de sorpresas. Allí estaba Laura, la de verdad. Tan diferente a como me la había imaginado en sueños. Y sí, esa diferencia, ese verso libre y algo salvaje, solo contribuía a aumentar mi excitación y mis ganas de conocer más de ella.

Cuando se reincorporó, cuando mi cerebro todavía estaba procesando la húmeda caricia de sus labios en mi agujero, se quitó el sujetador y apretó sus senos contra mi cuerpo.

- Quiero sentirte cerca. - dijo con ternura abrazándome.

Al separase, mis ojos se posaron en sus pezones.

- Voy a lamerlos. - dije en voz alta.

Laura se mordió el labio inferior anticipando el momento.

      Minutos después, nos encontrábamos de pie, abrazados, totalmente desnudos y muy quietos. Temerosos de que cualquier movimiento pudiese romper la magia del momento. Por mi mente pasaban mil anhelos, quería devorar su boca de nuevo, chuparle los pechos otra vez, explorar cada rendija de su cuerpo. Aquella mañana no importaba el número de veces que metiese la lengua en sus oídos o besuquease su cuello... cada nueva atención sexual provocaba la excitación en mi compañera que, vehementemente, me pedía una y otra vez que el juego continuase.

Abrí los ojos y me costó un momento darme cuenta de que...


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