Aeropuerto: Control, castigo y humillación. Ficción.

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Nota: Este relato es de ficción. Podría verse en el una crítica a una sociedad "futura" donde la dignidad del individuo no tiene valor y la protección del colectivo dicta las normas. También  puede considerarse un relato más.

 

Tras horas de viaje el avión aterrizó. 

- Hemos llegado. - dijo mi compañera de viaje.

- Sí, ya estamos aquí. Veremos que tal se nos dan los negocios- respondí a Marta.

     Poco después caminamos por los pasillos acristalados del aeropuerto. Fuera el cielo estaba cubierto de nubes negras y llovía.

      Solo unos minutos después recogimos el equipaje. La puerta de salida estaba muy cerca y mi único pensamiento era coger un taxi y llegar al hotel.

- Stop. - dijo un hombre vestido de uniforme en un inglés poco claro.

Nos detuvimos y entregamos los pasaportes. 

- ¿Hablan español? - continuó en nuestro idioma.

- Sí. - respondimos.

- Acompáñenme -

- ¿Por? - pregunté amistosamente.

No me respondió.

       Le seguimos hacia una puerta de metal que abrió con una tarjeta y luego continuamos caminando hasta detenernos frente a otra puerta. 

- Pasen y siéntense. - dijo abriéndola.

        Una mesa gris, algunas sillas de metal del mismo color, un armario  y un neón amarillento que iluminaba unas paredes azules que, a mi juicio, necesitaban con urgencia una capa de pintura.

- ¿Y bien? ¿Por qué estamos aquí? - dijo mi compañera con algo de enojo.

      El hombre, a juzgar por la cara que puso, no se tomó muy bien el interrogatorio. De alguna manera, en aquel momento, desee que mi compañera no hubiese empleado ese tono.

- Disculpe... - dije con educación. 

- Ahora vienen mis compañeros y hablamos. - me interrumpió.

- Oiga, ¿por qué estamos aquí? Yo quiero irme al hotel. - intervino de nuevo Marta.

Esta vez el hombre reaccionó.

- Cállese. - dijo con calma pero sin poder disimular algo muy parecido al odio en su voz.

       En ese momento entraron una mujer y un hombre, ambos uniformados, e intercambiaron unas palabras en el idioma del país.

- Usted tiene que aprender modales. - intervino el que nos había conducido a la habitación mirando con intensidad a mi compañera.

Marta sostuvo la mirada desafiante hasta que oyó la orden.

- ¡Desnúdese! - 

Las palabras daban a la situación un tono de irrealidad.

- Perdone. - respondió la chica visiblemente nerviosa pero intentando sonar educada.

El hombre que acababa de entrar la agarró por un brazo levantándola de la silla.

- Hay dos formas... o se desnuda o la desnudamos. -

Marta dudó unos instantes.

- ¡Venga! - gritó el que hablaba español dando un puñetazo en la mesa.

     Con el temor dibujado en su rostro, mi compañera empezó a quitarse la ropa. Confieso que a pesar de la situación y de la rabia contenida ante este atropello, había algo hipnótico en toda aquella escena.

      En cueros, intentando tapar sin éxito su desnudez con ambas manos, Marta observó como la mujer de uniforme sacaba del armario una vara.

- Por favor... - suplicó.

- Será mejor que obedezcas. Recuéstate sobre la mesa. - dijo el hombre tuteándola.

     La pasajera obedeció y el otro hombre sujeto sus manos mientras la mujer "policía", con una mueca dificil de definir, se colocaba a su espalda. El primer golpe no tardó en llegar marcando con una línea roja las expuestas nalgas.

- ¿Cuántos? - pregunté intentando de algún modo disminuir el dolor añadido de la incertidumbre.

- Diez. - respondió el hombre mientras sonaba el segundo "latigazo"

     Terminado el correctivo y con lágrimas en los ojos, mi compañera fue en busca de su ropa interior.

- Espero que a partir de ahora nos trate con respeto.

    Marta le miró con un punto de orgullo, pero sus palabras fueron dóciles. Este no era ni el momento ni el lugar para luchar por causas perdidas.

- Sí. Gracias.

       A continuación revisaron el equipaje concienzudamente y miraron y re-miraron los pasaportes haciendo todo tipo de preguntas.

- Bien, parece que todo está en orden.

- Entonces, ¿podemos continuar el viaje?

La mujer que había llevado a cabo el castigo se acercó y comentó algo con sus compañeros. 

- Mi compañera sugiere que pasen un test médico. Será un momento.

- ¿Un test?

- Sí. Bájese los pantalones y túmbese boca abajo sobre la mesa.

Con ganas de terminar ya, tragué saliva e hice lo que se me ordenó.

La mujer sacó del armario unos bastoncillos coronados por algodón y tiró  de mi ropa interior descubriendo mi trasero. Luego introdujo uno de los bastones y lo giró un par de veces. 

- Puede levantarse.

Algo acalorado tras la humillación me puse en pie.

- Su turno - dijo dirigiéndose a mi compañera.

Media hora después nos dijo que todo estaba en orden. 

- Bienvenidos. Espero que disfruten de su estancia.

Marta y yo no comentamos nada de la experiencia hasta volver a nuestro país.


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