Las vecinas. Segundo Relato. Fiesta en casa de Paloma.

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      La vecina del sexto, la que vive justo encima de mi piso, se llama Paloma. Hasta el día que se presentó en mi casa no habíamos mantenido una conversación de más de tres o cuatro palabras seguidas, saludos de cortesía al cruzarnos en el portal o como mucho algún comentario sobre el tiempo. En cierto modo era paradójico, ya que Paloma pasaba de los cuarenta años, era reservada y, por lo que había oido decir, leía mucho y sabía de todo. Además, y aquí reside la paradoja, me parecía atractiva. A lo mejor teníamos demasiado en común, o al menos eso creía yo, y precisamente por eso no había despertado en nosotros la curiosidad, tan necesaria en esto de la atracción sexual.

   Pero centrémonos en el relato. 

    Lo primero de todo decir que la inesperada visita despertó esa curiosidad de la que hablaba antes. Paloma llevaba un vestido azul de una pieza sin mangas que se pegaba a su cuerpo dando forma a cada curva. Me fijé, por este orden, en su firme trasero, realzado por un par de zapatos de tacón alto, sus senos y su sonrisa forzada. 

- Pasa por favor. - la invité.

- ¿Café, te? -

- Nada. -

- ¿Nada?

- Bueno sí. Un vaso de agua.

Volví con un par de vasos y una botella de agua mineral.

      Mientras echaba agua en el vaso, tras haber rellenado el de mi invitada, observé como esta última bebía de un trago la mitad de su contenido. Luego se pasó la mano por el brazo acariciándolo distraída y finalmente me miró.

- Mujer de pocas palabras. - comenté sonriendo de manera amigable.

    Ella me devolvió la sonrisa y se quedó observándome indecisa, como sopesando si hablar o no. Finalmente, justo antes de que el silencio se hiciese demasiado incómodo, habló. 

- Perdona que te moleste. Mis amigas y yo vamos a celebrar una fiesta el sábado en casa y he pensado, tras consultarlo con ellas, que lo mejor sería invitarte.

Mi rostro, cual espejo del alma, debió mostrar mi extrañeza de manera obvia.

- Sí, te entiendo... - continuó Paloma. - quiero decir, verás... la fiesta es un poco especial y bueno, la verdad es que a lo mejor hacemos ruido y... ya se sabe.

- Música alta... ya veo, si no puedes con tu enemigo únete a él.

- Bueno sí, pero no es música, me refiero...

- Habla claro. - repliqué con un tono algo brusco.

- Sí, perdona. - dijo la aludida ruborizándose - Quiero decir, el encuentro del sábado es una... una orgía.

- ¿Perdón? - dije intentando mantener la compostura. - Me estás ofreciendo participar en una orgía.

- Sí. Creo que es la mejor solución para evitar molestar al vecino de abajo y bueno... tener a un hombre ahí da mucho más juego. - respondió con franqueza.

 Podía haber debatido el tema, mostrar cierta reserva... no sé, lo que se suele hacer en un caso así. Sin embargo, me sorprendí a mí mismo respondiendo...

- ¿A qué hora es? - 

************************

A la hora acordada llamé al timbre. 

- ¡Bienvenido! - me recibió la anfitriona con la más sincera de sus sonrisas hasta la fecha.

Paloma estaba muy guapa y muy atractiva. Falda por encima de las rodillas, camiseta blanca con marcado escote y calcetines rojos que no llegaban a tapar los tobillos. Sobre la mesa del salón patatas fritas, aceitunas, jamón y dos botellas de vino.

- Ponte cómodo. 

Me quité los zapatos y la chaqueta del traje.

- Vienes muy elegante. - añadió la mujer repasando sin disimular mi cuerpo en una mirada de arriba a abajo.

- El servició es esta puerta. Al lado mi habitación y la cocina por allí. 

      Nada más terminar de hablar sonó el timbre anunciando la llegada de las invitadas que faltaban. Marta, una chica de pelo corto que rondaría los treinta y Vanessa, de la misma quinta que mi vecina, algo más bajita y con un trasero respingón que no pasaba desapercibido. 

   Intercambiamos los besos de presentación y sin más fuimos a picar algo.

- Así que tú eres el vecino de Paloma ¿verdad? - dijo Marta bebiendo de un trago el vino que le quedaba en el vaso.

- ¿Ya estás ligando? - intervino mi vecina entre patata y patata.

- Este es para mí. - respondió Vanessa dándome un azote.

- ¡Vanesa! - dijo Paloma regañándola por el indecente atrevimiento.

- Paloma... pero le has dicho de que va esto no... no me digas que un inocente azote. - intervino Marta bebiendo un sorbo de vino y eructando.

- Eres un poco guarra. - intervino Vanesa.

- Pues eso no es nada a veces nos tira...

- ¡Marta! que hoy tenemos un caballero en la fiesta, compórtate. - dijo Paloma algo azorada.

- Un caballero rendido a la belleza de sus damas. - añadí.

Luego, impulsivamente, besé en la boca a mi vecina, despertando las chanzas de sus amigas.

- Declaro inaugurado el sexo. - voceó Marta quitándose la camiseta.

     Vanesa se bajó los pantalones y las bragas y Paloma, dándome un empujón, me sentó sobre el sofá.

Marta se quitó el sujetador y se sentó a horcajadas sobre mí.

- Chúpame las tetas. - me ordenó.

Su cuerpo olía muy bien y no me costó nada empezar a lamer los pezones.

      Con el rabillo del ojo puede ver como mi vecina, que se había desnudado de cintura para abajo, recibía las atenciones de Vanesa, que con su rostro hundido en el culo de su amiga, le lamía el ano.

- Todas y el varón a la habitación. -

      Sobre la cama de Paloma, rodeado de libros, siguió el desenfreno. Para entonces, todas nuestras ropas yacían aquí y allá tiradas en completo desorden. Nuestros cuerpos desnudos se mezclaban sin ningún atisbo de decoro. Una mezcla de olores, sabores, gemidos y jadeos que conseguían por si solos incrementar el deseo sexual.

     En un momento dado, cuando mi pene estaba duro, Marta me colocó un condón y me susurró al oído.

- Paloma está colada por ti... métesela.

     Me incorporé, cogí por el brazo a mi vecina y la besé embriagado con el sabor de su boca. 

- Te quiero dentro, ven. - me respondió la receptora de mis atenciones.

     Tirando de mí me llevó al cuarto de baño, cerró la puerta tras de sí y apoyando las manos en la pared puso el culo en pompa.

Se la metí.

Le besé el cuello e introduje mi lengua en su oreja.

Empujé envistiéndola de nuevo.

Su rostro encendido por el placer.

- Más, más. - me pidió.

Aceleré haciendo chocar mis huevos contra sus nalgas a buen ritmo hasta descargar.

      La fiesta duró un poco más. Paloma y yo en el sillón, abrazados. Mientras, Marta y Vanesa, en la habitación, probaban algunos juguetes sexuales.


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