La partida

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Se trataba de un hombre respetado y querido en la pequeña localidad bávara donde ejercía de médico. Corrían malos tiempos para los judíos en una Alemania en la que el partido nazi empezaba a destacar en el terreno político. Al principio no le dio importancia, hasta que comenzaron a correr las noticias de que los establecimientos regentados por hebreos estaban siendo asaltados y sus dueños apaleados. Al menos noventa murieron en una maldita noche. Poco tiempo más tarde, los judíos eran obligados a portar una estrella amarilla de seis puntas cosida a la ropa.

Aquella noche, su mujer y él lo decidieron. Sus vidas y la de su hijo Aarón eran lo más importante. Era ineludible salir del país antes de que fuera demasiado tarde.

Al amanecer ya tenían todo listo. Dejaron muchas cosas en la casa, se llevaron lo imprescindible.

En Francia vivía una prima de Esther a la que les unía un gran afecto. No tardó David en ser empleado como médico en su nuevo emplazamiento. La familia al completo puso todo su empeño en dominar la lengua de  Molière cuanto antes. El pequeño fue el que más rápidamente se adaptó a su nueva circunstancia. Aprendió el idioma y se hizo con amigos sin dificultad.

La guerra se iba extendiendo por Europa. La línea Maginot no pudo contener a las tropas de Hitler por el norte y el gobierno títere de Vichy colaboró para que el sur también cayera.

De nuevo se ponían mal las cosas para la familia del médico. Se plantearon  emigrar otra vez.

Pierre, un fotógrafo de la localidad, estaba muy agradecido al médico por haber curado a su hijo de una infección que ningún otro galeno había podido atajar. Fue por eso por lo que Pierre  proporcionó documentación falsa para David y su familia. Cambió los nombres y el apellido que ahora sería Moreau. Las falsificaciones imitaban a las auténticas a la perfección.

Sería la segunda ocasión en la que debían emigrar si querían conservar la vida. Francia ya no era un lugar seguro.

De igual manera que hicieron en Alemania, dejaban Francia casi con lo puesto. Se encaminaron en tren a España.

En el trayecto hacia el sur, aunque en numerosas veces se les requirió  la documentación, no hubo problemas.

Pasaron por  un túnel que horadaba el Pirineo en un gélido diciembre de 1942. El sitio era precioso, enclavado entre montañas cubiertas con una abundante capa de nieve.

La presencia de soldados alemanes en la estación internacional les sobrecogía, pero todo parecía ir bien.

Mientras esperaban la llegada del tren que los llevaría más al sur, supieron que la espera se prolongaría, porque un convoy cargado con wolframio tenía preferencia sobre cualquier otro.

Comieron un bocado. Aarón, vigilado de cerca por su madre, jugaba con la nieve y David sacó de uno de sus bolsillos un tratado sobre algo que, después de la familia y la medicina, le apasionaba: el ajedrez.

Con curiosidad, un oficial alemán le preguntó en francés si jugaría con él. No era conveniente negarse y no lo hizo.

Los jugadores se  trasladaron a un despacho donde un tablero, con las piezas colocadas, parecía esperarles.

La partida se inició y ambos fueron conscientes de que el oponente distaba mucho de ser un principiante.

Transcurridas un par de horas, David acorralaba a su rival. A falta de unos pocos movimientos para el final, el oficial, impaciente, espetó en alemán:

— Du spielst, Jude! ¡Tu mueves, judío!

El médico se quedó petrificado.

—¿Qué había podido delatarle?  ¿Su, todavía, marcado acento alemán? ¿Alguno de los documentos falsificados?—se preguntaba.

Acabaron la partida con victoria para David al que infinidad de gotas de sudor le perlaban la frente.

Saliendo del despacho, un oficial de la Gestapo detuvo al médico. Le dijo que lo llevaría de regreso a Alemania.

El militar se interpuso y gritó:

—Este judío es cosa mía. ¡Se ha atrevido a ganarme en mi despacho!

Agarró con fuerza a David e hizo venir a la esposa y al pequeño. Señaló a dos soldados armados que acompañaron a los cuatro hasta un bosque próximo. Esther lloraba en silencio mientras abrazaba a Aarón.

Al cabo de unos minutos, un primer disparo hizo emprender el vuelo a unas aves que estaban posadas cerca. Siguieron dos disparos más.

El oficial y los soldados volvieron a la estación. En el bosque quedaron tres tumbas…vacías.

Esa misma noche, tres sombras se deslizaron hasta el tren que los conduciría a la libertad.

Hoy tengo una cita importante. Voy a reunirme con el nieto de aquél oficial alemán que «dio muerte» a mis abuelos y a mi padre.

Jugaremos al ajedrez.


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