Profesor de ética

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Marta estaba sentada en su pupitre. La clase del señor Ridder era mucho más amena que las demás. El señor Ridder era un chico joven, unos veintitres años, pelo oscuro, ojos azules, alto y moreno. Marta anhelaba verle un día tras otro. Por eso, cuando le tocaba clase de ética, siempre aparecía la primera. Estaba enamorada del señor Ridder. 

Esa mañana, Marta se despertó húmeda. Había tenido un sueño que nunca antes se le había ocurrido. Había soñado con el señor Ridder, con que tenía sexo con el señor Ridder.

Ella era una chica joven, dieciséis años, y pensó que perder la virginidad no podía ocurrir con alguien con quien no tuviera un amor correspondido, sin embargo, esa mañana se le había pasado muy corta, pensando en si el señor Ridder estaría dispuesto a hacerle el amor. Ella misma decidió averiguarlo, tras mucho meditar, pensó que ese era el día de perder la virginidad, y la iba a perder con un hombre del que estaba enamorada.

La clase de ética fue la última del día. Al sonar el timbre que daba la salida, esperó a que todos sus compañeros hubieran salido y se acercó al escritorio del profesor. El uniforme era muy provocador, demasiado. Una falda cortísima, una camisa y una corbata. Ella decidió esperar al día siguiente, en la que también tenía ética a última hora.

Se despertó con garbo, no se puso bragas ni sujetador. Sus pezones se notaban a kilómetros y con poco que se agachase, se le veía todo. La mañana se le pasó rápida y de nuevo, esperó a que todos sus compañeros se hubiesen largado. Pero esta vez, quien le pidió que se acercara fue el señor Ridder.

-Marta -dijo- ¿Crees que esa es forma de venir al instituto?

-¿Cómo? -dijo ella haciéndose la inocente.

-Pues sin sujetador. No debes olvidar que esto es un centro de estudio.

Ella se subió a la mesa del profesor y se abrió de piernas, dejando ver su intimidad. 

-¿Tan malo es no ponerse ropa interior? -Ella miraba a la entrepierna del señor Ridder, quien, pese a estar avergonzado, crecía y crecía.

-Bájese de ahí y vuelva a su casa. -Dijo él, mirando hacia un lado.

Ella le cogió la mano y se la colocó en su sexo, ya húmedo. 

-Señorita Marta, esto es muy poco ético. -Pero no apartó la mano. -Deje que cierre las cortinas.

Marta sonrió con aire vencedor y se quitó la camisa, dejando ver sus grandes pechos. 

El señor Ridder se quitó su camiseta también, y se acercó a ella. 

-Túmbese, señorita. 

Ella obedeció y se tumbó. El señor Ridder tocó, manoseó y lamió sus pechos, duros y erguidos.

Se bajó el pantalón y los calzoncillos, dejando ver un miembro gigante y duro. 

Marta subió su diminuta falda y mientras se tocaba el clítoris, el señor Ridder la penetró una y otra vez. Ella soltaba gemidos de puro placer, de experimentar lo nunca experimentado.

Hasta que acabaron con una explosión orgásmica.

-No le contaré a nadie lo sucedido. -Dijo ella, mientras se vestía.


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