Claustrofobia

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Existen distintos niveles de claustrofobia, esa sensación que comunmente se asocia al pánico o agobio a quedarse encerrado en espacios pequeños. A lo largo de mi vida he  experimentado dicho sentimiento  en varias ocasiones, y nunca han encajado con la definición presupuesta. Mis 23 años han estado marcados en su mayoría por un patrón de conducta que arrastro como el mayor de los lastres: cuando algo me aterra, me supera o amenaza con destrozarme, huyo. Como quien huye de un tornado, un tsunami o una guerra. Pero un día tumbada en mi toalla de playa, tomando el sol tranquilamente tuve un ataque de ansiedad y la claustrofobia me golpeó por primera vez como un puñetazo en el estómago. De alguna manera que aún hoy desconozco mis pensamientos divagaron hasta el punto de llegar a un tema que no suele ser nada agradable: la muerte.
Y fue en ese momento en que me sentí atrapada, encerrada, me asfixiaba, rodeada de  cientos de personas disfrutando en mar abierto de un cálido día de verano, sentí que no tenía a dónde escapar. ¿Porque, a dónde puede ir alguien para escapar de la muerte? A ningún lugar, no hay escapatoria. Fue esa conclusión la que hizo que la inmensidad del universo se convirtiese para mi en una habitación sin ventanas, en una caja cerrada, una ratonera. Descubrí la falsa sensación de libertad, supongo.
Pero también existe una claustrofia más compleja, algo que vive dentro de cada ser humano, pero que no aflora en todo el mundo. Me llevo un tiempo comprender qué era ese nudo en la garganta que se formaba cada vez que me miraba al espejo, la sensación de estar atrapada en mi propio cuerpo. Desde que tengo uso de razón los comentarios sobre el gran parecido físico que comparto con mi padre han sido el pan de cada día. Con el paso de los años llegaron también las comparaciones de mi forma de ser, mi carácter con distintos miembros de la familia. Y ahí esta, el sentimiento de claustrofobia, cuando sientes que tu cara es una copia exacta de otra persona y que ni si quiera tu gestos, tus manías te pertenecen. ¿Entonces quién eres? ¿Qué es tuyo propio? Solo eres una copia, un sucedáneo, hasta el punto de que sabes que si tus futuros hijos se parecen a ti, a quien realmente se parecerán es a tu padre, porque teneis exactamente la misma cara. El hecho de estar atrapada en un cuerpo que no es mio, saber que es quien voy a ser de por vida, es asfixiante. La constante lucha por hacer notar que tienes identidad propia, que tu dominas tu cuerpo, tus emociones y decisiones es agotadora. Eso es claustrofobia, la sensación aplastante de que no eres libre dentro de tu propio cuerpo, nada de lo que haces dices o piensas es tuyo propio, siempre va a tener parecido con alguien, siempre habrás salido a otra persona. ¿Pero si mi cara es la de mi padre, mi carácter el de mi abuelo y mis manías las de mi tía, entonces qué es mío? ¿Quién es Tamara Allegue dentro de todas estas cosas prestadas? Sigo sin encontrar la respuesta. 


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