Un verdadero profesional

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Fermín era un ejemplo de rectitud. Su trabajo, desde hace diecisiete

años, consistía en servir a don Aurelio, conde de la Manzanera, como ayuda de cámara. Sus honorarios, más que sustanciosos, de doce meses eran ingresados en el banco con anticipación al año en curso.

Era un día entre muchos. Había vestido al conde y le había servido el desayuno, aunque imaginaba que no lo probaría. Lo llevó hasta el coche en la silla de ruedas donde lo acomodó para dar el paseo matutino habitual. Durante el periplo, Fermín iba poniendo a su jefe al tanto de las novedades en el panorama internacional y de los movimientos en Bolsa.

Era miércoles y tocaba subir a la pequeña colina desde donde se podía contemplar parte de las posesiones de don Aurelio. Lo bajó del coche y lo depósito en la silla. Mientras daban el recorrido, Fermín, siempre tan eficiente, colocó un sombrero de ala ancha en la cabeza del conde.

?Hace un sol de justicia, normal para el mes de agosto en el que nos encontramos.  ¿Verdad don Aurelio?

 

Regresaron a la mansión. Y mientras Fermín volvía a colocar a su jefe en el arcón frigorífico, se despedía de él con un respetuoso:

?Hasta mañana, don Aurelio. Todavía  me quedan cuatro meses de compromiso.


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