El primer orgasmo de Olga (parte 2/4)

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La sala se empezó a llenar y mi amiga me dijo de ir a la barra del bar a tomar algo para “calentar motores”. Fuimos hacia el bar y ella, como era de esperar, se sentó al lado del cliente que habíamos visto al entrar y que aún estaba solitario en su taburete. Yo me senté al lado de ella y pedimos una copa de champán cada una. No nos había todavía servido las copas el barman que, como también era de esperar, ya estaba coqueteando mi amiga con el que tenía al lado. Llegaron las copas y brindamos por mis cuarenta años.

Tengo que decirte que la copa de champán era bastante grande y que esa fue sin duda la culpable o la promotora, según se mire, de todo lo que vino después – o por lo menos eso quiero pensar yo para que me dé menos corte contarte lo que siguió.

Aquí quiero hacer una pausa en mi relato para recordarte otra vez más que te empeñaste en que yo tuviera esa aventura durante tus tres días de viaje – por lo menos una vez en mi vida, decías. Aunque también es verdad que la idea, para el regalo de mi cumpleaños, medio en serio, medio en broma, te la di yo... El caso es que, acuérdate, que quedamos en que no tendría limites en mi experiencia más de los que yo pusiera; que no tendrías celos, que sería una aventura erótica para los dos, que yo te la contaría con detalles y sin esconderte nada y que tú, en lugar de celos, estarías contento de que yo hubiese vivido esa experiencia… Pues bueno, sigo…

Como te contaba, mi amiga seguía coqueteando con el que tenía al lado. Al principio no sé qué le contaba porque le hablaba bajito al oído y se reía. En un momento dado él se apartó un poco pues acababa de recibir una llamada en su móvil – se me olvidó decirte que podíamos guardar nuestros móviles y otras cosas en los bolsillos de la bata – y ella aprovechó para decirme al oído: “le he dicho que me gustaría mucho que me cogiese por detrás mientras bebo champán”. Esto me lo decía con una risita y levantando las cejas como algo natural… Después de un par de minutos, el hombre, de unos cincuenta años, vino hacia ella, los dos intercambiaron miradas y sonrisas y vi como el, se ponía detrás de ella. Mi amiga se levantó del taburete, apoyó los codos al mostrador, cogió la copa y se la llevó despacito a los labios. Durante ese tiempo vi como el abría su bata y arrimándose a ella le quitaba la suya y le acariciaba los pechos por detrás. Todo esto al lado mío... Yo trataba de no mirar, no ser indiscreta, pero era imposible no verlo todo de reojo. Vi como mi amiga se ponía de puntillas, alzando su trasero lo más que podía y vi como el hombre, dirigiendo su miembro con una mano y separándole las nalgas con la otra la penetraba. Bueno, no lo veía del todo, pero por los gestos me lo imaginaba. Era una situación muy extraña, me bebí el resto de la copa de un trago y pedí otra. Justo al lado, rozándome a veces, mi amiga se hacía penetrar por un desconocido que le sacaba gemidos de placer…

El jovencito del bar me trajo otra copa de champán, más llena aún. Creo que se daba cuenta de mi estado mitad excitación, mitad timidez y me quiso ayudar. Los otros dos seguían con sus movimientos carnales y sus sonidos de gozo. De vez en cuando, sin darme cuenta, volvía la cabeza hacia ellos y le encontraba siempre a él mirándome a los ojos como invitándome a un trio. Yo, aunque empezaba a estar bastante excitada con sus juegos y sus cuerpos desnudos, dejaba de mirarle como diciéndole “no cuentes conmigo”. Más por timidez, creo yo, que por no tener ganas pues empezaba a sentirme bien mojada y caliente. Lo malo para mi calentura, que trataba dominar, era que cuando les dejaba de mirar y miraba a otra parte, veía como el ambiente en el club se estaba calentado y había ya bastantes parejas y tríos metiéndose mano – y no solo mano - por casi todas partes... De aquí en adelante te tengo que pedir perdón si uso un lenguaje un poco verde, pero es el lenguaje que me inspira aquella situación…

Recuerdo que Las mejillas me quemaban por el espectáculo, que bebí otro trago largo de champán fresquito y que fue entonces cuando sentí que un joven, moreno, de unos treinta años, se había sentado en el taburete, aún desocupado, que había a mi izquierda. Me saludó, le devolví el saludo y enseguida me preguntó si era nueva allí. Le contesté que si con la cabeza y, con la mano un poco temblorosa, bebí otro trago de champán terminando la copa. Entonces me dijo sonriente que el antifaz blanco me quedaba muy bien y que si me podía invitar a otra copa… Sin darme cuenta, le dije que sí, pidió dos copas más y se presentó… Dijo llamarse Giovanni, del apellido no me acuerdo, que era de Roma y que trabajaba en Ginebra, en un banco, desde hacía unos años... Cuando nos trajeron las copas hizo un brindis un poco guasón a mi “bonita máscara veneciana” y bebimos un trago. Solo en ese momento, más tranquila ya y más despreocupada le observé mejor. Con el pelo negro, bien cortado y ondulado, era simpático y bastante guapo. Además, tenía unos dientes muy blancos que brillaban con la luz del bar cuando sonreía. Bajo su bata se adivinaba un cuerpo de deportista… Un poco bajo los efectos del alcohol y otro poco por el calentón que me causaban los golpes de cadera que seguía recibiendo mi amiga por detrás y al lado mío, me di cuenta de que mis ojos buscaban a ver la entrepierna de mi nuevo vecino. Me ruboricé como una adolescente por mi gesto incontrolado… Además, por una tontería, pues no pude ver nada ya que el estaba sentado y con las piernas cruzadas.

No sé si se dio cuenta de lo que mis ojos buscaban o de mi calentura, el caso es que se levantó, con gestos muy lentos, como para dejarme el tiempo de poderlo pensar y decir “no” si no me gustaba algo de lo que él hacía. Se puso detrás de mí y sus manos calientes empezaron a acariciar mis hombros por encima del tejido. Como vio que yo aceptaba sus caricias, sus manos se volvieron más atrevidas y con delicadeza, aún sobre la seda, acariciaron mis pechos recreándose en mis pezones y bajaron hasta mi entrepierna. Ahí, sus dedos se hicieron un camino bajo la tela, entre mis muslos, y llegaron hasta mi sexo. Sus dedos me lo acariciaron suavemente al mismo tiempo que con la otra mano me acariciaba los pechos…

Para serte sincera, mi amor, es verdad que en ese momento no pensaba en ti ni en nada, mi mente estaba únicamente ocupada en gozar de todo lo que me estaba haciendo sentir aquel desconocido… Fue entonces cuando, por detrás, sentí algo duro y, evidentemente, comprendí enseguida lo que era. Mi curiosidad por verle al fin el miembro era ya tan fuerte que no pude evitarlo, me levanté del taburete y me di la vuelta hacia él. En un principio no me atreví a mirarlo descaradamente, pero si que lo busqué con una mano cuando él se acercó a mi acariciándome… Aquí no quiero hacer comparaciones, tú sabes que tu polla me encanta y la amo, pero debo de seguir relatando todo en detalle cómo me lo pediste y como acordamos…


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