Noches en el balcón

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CAPÍTULO 1

 

Domi fumaba en el balcón mientras veía el mundo correr. Comenzaba a cuestionarse que tan buena idea había sido comprar un departamento frente al malecón pues, aunque tenía una vista preciosa al mar, el bullicio de la gente acababa con el encanto. Si su madre la escuchara le diría, como siempre, que debía ser más tolerante y aprender que no vivía sola en el mundo. Domi llevaba casi 30 años intentando ser tolerante y seguía soñando con ser la única persona habitando la tierra, junto con su gato. 

Rocket, el gato, se restregó entre sus piernas desnudas y maulló suavemente. Domi le dio una caricia en el lomo blanco y al parecer el animal quedó conforme, pues regresó de inmediato al interior del departamento. 

La castaña tiro la colilla del cigarro y luego dirigió la mirada a la negrura del mar. Las olas bravas sugerían que el mar se tragaría la costa en cualquier momento. Aquel pensamiento le agradó a Domi, quedar a la deriva en el océano sonaba mil veces mejor a continuar con la vida terrestre. Su mirada se desvió a la gente que caminaba por el malecón, por ahí pasaba todo tipo de personaje por imaginar; abundaban las parejas tomadas de la mano, andando sin preocupación o defecto aparente. Los años enseñaron a Domi a no quedarse con las primeras apariencias físicas de los desconocidos. Quién sabe, a lo mejor la chica del cabello rizado que caminaba con un hombre más alto que ella, no era el todo feliz; quizás la rubia con el novio regordete, era  maltratada; posiblemente la pareja de adolescentes escandalosos estaba a punto de romper. Quién sabe, pero hace mucho que Domi no sostenía la mano de nadie. Y no importaba cuánto se esforzara en negarlo ante todo quien la conocía, ella aceptaba con recelo por las noches que se sentía sola y que sí necesitaba calor humano. 

Un par de golpes en la puerta hicieron que la castaña saliera de su trance. Rocket, curioso, se acercó a la puerta antes de que su ama llegara. Domi se asomó por la mirilla y vio a una chica cargada de maletas. Sin cuestionarse mucho, abrió la puerta. 

  

-¡Prima qué gusto verte! -dijo la desconocida, abalanzándose sobre ella. 

  

-¿Qué demo...? -quiso zafarse de su agarre. 

  

-Ay ya sé, cuánto tiempo sin vernos -la chica la empujó al interior del departamento y cerró la puerta tras ellas. La castaña estaba a punto de gritar por ayuda, pero la desconocida le tapó la boca- Me están siguiendo, por favor finge que me conoces. 


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