El pozo

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Usted no conoce a Petra. Ella manda. Calla. Son dos personas en su mundo las que pueden hablar con ella. Usar las palabras justas.

Una es la madre, que es actriz de cine. Trabaja mucho en Europa y hace apariciones esporádicas en Estados Unidos. La madre se llama Úrsula, pero el nombre artístico es Daría Súarez. Una vez Petra preguntó por qué Daría. La madre retiró la silla en la que estaba sentada y mirando a Petra a los ojos, respondió. “Por ti”. Por Petra. Daría fue una niña canaria que ella conoció y que murió ahogada al caer a un pozo en la isla de Lanzarote. “Creo recordar que su padre era de Oriente, pero no me digas de qué sitio en concreto”. ¿Y por qué por mí?, preguntó Petra. “Por lo del pozo, Petra, por lo del pozo”.

La otra persona con autorización para musitar alguna que otra palabra con Petra es María Pina. La cocinera. Su cocinera. Algunos, en rincones bien escogidos, metidos de lleno en la oscuridad del miedo, aseguran que entre las dos hay algo más que una relación bonita, de señora y sirvienta.

Petra monta el caballo que se compró en un país árabe y deja que otros caballos observen el paseo. Petra cabalga de noche. El día lo deja para aburrirse, trabajar, amar, vivir.

Ya sé que quieren saber más de Petra. ¿Y si Petra no quiere?

No, eso es imposible. Petra no puede controlar hasta tales extremos los hilos de la vida. De la suya. La de otros por supuesto que sí.

Tiene 30 años. Hace nada los cumplió. De ahí el caballo árabe.

No alcanza el metro sesenta, delgada, sin tetas, digo bien, sin tetas.

Ordenó que le quitaran las tetas. Es mujer. Pero sin tetas. Y ordenó también al cumplir los treinta que si una jodida enfermedad le nacía en el cuerpo proponiéndose acabar con ella, que la tiraran viva al interior de una piscina llena de pirañas después de que ella misma se cortarse las venas. Firmado está. Y se cumplirá si sucede como ella dice.

Petra es morena, con grandes ojos del color de las nueces. Una boca también grande, como la tiene su padre. El pelo corto.

Un italiano de Roma la ama y la folla y la escucha y come con ella y en la noche se asoma al balcón del dormitorio para verla cabalgar sobre el caballo árabe que todavía no tiene nombre.

Petra vive en su cortijo de Córdoba. Lleva más de cinco años sin salir de él. La última ciudad que visitó durante pocas horas fue Barcelona, incendiada y apestando a nada. Fue a ver al padre que la quería con locura y ella lo respetaba con locura. El padre se moría y ella no deseaba la muerte del padre. Cuando murió ordenó silencio.

Lo heredó todo. Empresas, golferías, cuadros y esculturas. Libros y armaduras de todas las épocas. Y heredó un hermano.

Jeremías vive con ella y es de los que carecen de permiso para hablar. Desayuna con ella a las ocho y cena con ella a las ocho.

No sabe hacer nada. Jeremías al no saber nada se entretiene recorriendo las tierras, dejándose tratar por este, por este otro, por ella, por esa, y se sabe el nombre de los que trabajan y viven en el mundo de Petra.

Un perro viejo y flaco lo sigue a todas partes.

Petra con un caballo árabe.

Jeremías con un perro que pasa hambre porque quiere pero nunca muere.

(Si la historia prosiguiera, estoy convencido que el hermano se quitaría la vida en el pozo donde perdió la vida la niña Daría. Por cierto, hay una foto de esta niña canaria en la habitación de Úrsula).


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