CAMILA Y SUS HIJOS (1/2)

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Habíamos llegado al camping el viernes por la tarde todavía con luz natural lo que nos permitió montar los accesorios de la autocaravana. Escogimos un sitio lo más apartado posible para que Kin, el perro de Manolo, no molestara a otros campistas. Aunque es un amor de animal, muy tranquilo, nunca ladra y está muy bien adiestrado, siempre obediente a las órdenes de su amo.

Una semana antes me llamó Manolo y me dijo que se iba unos días en la autocaravana a la playa. Tarragona era el destino elegido y me preguntó si me apetecía acompañarle. El plan era tomar el sol, bañarnos, comer, beber y dormir, por ese orden. Le dije que me parecía perfecto y que me apuntaba con gastos a medias. También le dije que me faltaba algo en su plan de viaje.

Me dijo que no lo iba a echar en falta y yo lo sabía, conociéndole. Hace años que conozco a Manolo y aunque nunca hemos tenido nada serio, hemos follado muchas veces, unas los dos solos y otras en compañía de otras personas. Es, de todos los tíos que conozco, el que mejor folla. Creativo, sin remilgos, generoso sexualmente con la pareja, tiene un buen pene y es incansable. ¿Se puede pedir más?

Elegimos una parcela pegada al muro del límite del camping donde tendríamos intimidad. No había sitio para que otros campistas se pudieran colocar enfrente y donde podíamos atar a Kin con una cuerda larga cuando nos ausentáramos, cumpliendo las normas del camping para clientes con mascotas. Además, la parcela que quedaba a nuestra espalda estaba desocupada, lo que nos garantizaba silencio.

Una vez asentados bajamos las bicis de la autocaravana y nos fuimos a cenar. De vuelta a la parcela nos sentamos fuera a tomar una copa y como no había vecinos que nos pudieran observar, follamos al aire libre.

Por la mañana nos fuimos temprano a la playa y comimos en el chiringuito. De vuelta a la parcela vimos que la plaza justo de detrás había sido ocupada por una caravana. Nos miramos y sin decir nada nos encogimos de hombros a modo de resignación. Nos dimos una ducha rápida en el aseo particular de la parcela para quitarnos la sal y nos echamos la siesta.

Era media tarde cuando nos levantamos y al salir de la autocaravana me encontré con dos niños sentados al lado de Kin. Le acariciaban diciéndole cosas y el perro estaba encantado, lamiéndoles por todas partes mientras movía la cola y los niños se reían.

Al verme se levantaron del suelo e hicieron ademán de marcharse, les dije que podían seguir allí con Kin, que era el nombre del perro. Al oírme hablar apareció una mujer de unos treinta años y les dijo a los niños que volvieran a su parcela y dejaran de molestar. Mi respuesta fue que no se preocupara, eran niños, el perro estaba encantado y no había peligro.

El domingo por la tarde escuchamos al padre de los niños pedirles un beso porque se tenía que ir a trabajar a Barcelona. Nada más escuchar el coche arrancar aparecieron los niños pidiendo permiso para jugar con el perro que se levantaba cada vez que aparecían e iba a lamerles meneando el rabo.

Nos estábamos tomando una cerveza cuando apareció la madre a llamarles de nuevo la atención. Manolo le dijo que se sentara con nosotros mientras entraba a por otra cerveza y al salir se la ofreció. Aceptó y se sentó sin perder de vista a los niños jugando con el perro.

Esa noche, después de cenar, estábamos tomándonos una copa de cava cuando aparecieron los niños, de nuevo, en pijama y volvieron a pedir permiso para jugar con el perro. Detrás apareció la madre regañándoles porque que se tenían que ir a la cama. Manolo le dijo que les dejara un rato más y que se sentara a tomar una copa, estábamos todos de vacaciones.

Nos contó que pasaban todos los veranos en el camping. El mes de julio se quedaba ella con los niños y el marido volvía los fines de semana, hasta el mes de agosto que cogía vacaciones y las pasaban todos juntos. A ella se le hacía un poco largo el mes de julio, bregar sola con dos niños de cinco y siete años en un espacio tan abierto era agotador porque no paraban.

Al cabo de una hora, el pequeño se quedó dormido abrazado a Kin que ni se movía, como si el animal fuera consciente y no quisiera despertarle. Camila, la madre, dijo que se iban ya porque el pequeño se había dormido. El mayor reclamaba quedarse un rato más entre bostezos.

Manolo se levantó y cogió al niño en brazos, entró con él en la autocaravana y le acostó en nuestra cama. Al salir el otro niño dijo que él también quería dormir allí y le dijimos que podía acostarse con su hermano. Camila estaba un poco violenta y la tranquilicé diciendo que luego los llevábamos dormidos a su caravana. Kin se fue detrás de él y se tumbó a los pies de la cama como hacía con nosotros.

Hacía calor y ya íbamos por la segunda botella cuando dije que me iba a dar una ducha porque hacía mucho calor y quería refrescarme un poco. Estábamos en bañador y antes de irme a duchar me quité la parte de arriba del biquini. Al volver y antes de ponérmela de nuevo, Camila se fijó en los piercings de mis pechos, dijo que ella no se atrevería jamás a dejarse atravesar los pezones, aunque la verdad es que me quedaban muy sexis.

Manolo, riéndose, dijo que además de sexis eran muy útiles y nos echamos a reír los dos. Nos miró extrañada y él le aclaro que se refería al juego que daban cuando se practicaba sexo. Sonrió y dijo que había captado el mensaje.

Manolo le comentó entonces que no eran los únicos y que tenía otro en el pubis, atravesándome el clítoris. Ahora sí que abrió los ojos como si no diera crédito. Me retiré un poco la braga del biquini para mostrárselo y lo desplacé hacia arriba y hacia abajo, para que viera que no estaba fijo. Se acercó a mi pubis sin creerse lo que veía y yo la invité a tocarlo si quería.


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