Quadríptico de Gatos

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Gato Gualdo

En un día más como los anteriores, la misma esquina el mismo bus que me acercará al trabajo, Casi las mismas personas que por el horario nos encontramos en el paradero sin saludarnos. Aunque algunas veces el devenir de las ideas nunca son las mismas, allí sentado entre los pasajeros.

Al bajar, caminar y tomar el mismo atajo por esa calleja poco transitada, apestosa  por el vapor  de los orines de la noche  anterior y de  los cuantos ebrios que la usan de urinario antes del amanecer, pero aun así no le resta la magia que tiene como atajo y como calleja

Una vez más lo veo allí sentado, con esa mirada  que te dice que lo sabe todo, que lo mira todo, que por más que lo intentes no te podrías esconder del radar de su presencia.

 Te mira y al instante y su mirada, está en todo lo demás, Gato Gualdo  le puse de nombre, porque su verdadero nombre ¿Quien ´podría saberlo?, es un gato y dudo que tenga dueño u obedezca a alguien

Algunas veces me eh atrevido a compartir con él, algo de mi pan destinado para un refrigerio, lo suelo colocar en el piso, no sé si lo come o no, porque no tengo tiempo para detenerme a verlo comer, pero al regresar del trabajo  cuando tomo la misma ruta  hacia  atrás, no lo encuentro y mucho menos  los pedazos de panes que le comparto.

Después de varios años, ya era tiempo de cambiar de trabajo y de ciudad.

 Sin pensarlo dejé la rutina del bus, cambiándola por una de, bicicleta y menos formalidad, pero el mismo estrés, los atajos  ya no son los mismos, aunque las personas en la calle se van haciendo cada día  más familiares hasta que se tornan las mismas.

En esta nueva ciudad, llena de  calles amplias y pasajes, ya no existen las callejas, los atajos ya no son los mismos, pero una mañana en un agujero clavado en una pared de adobe colindante a un terreno baldío, un antiguo  campo de cultivo que quedó atrapado en la vorágine de la extensión urbana, Lo vi allí, con la misma mirada de que todo lo sabe, esos mismos bigotes de autoridad en su rostro, gato Gualdo.

 

Hanagata

Al otro día del asunto esas resacas que no son de alcohol barato y música triste, si no de las que te dejan el abandono, la casa vacía, las ausencias de seres y rutinas.

Volver a la calle con temor a la realidad, con esa brillante luz solar en los ojos,

La misma calle pero no es igual prisa, tropezarse con una caja de cartón llena de gatos bebes aun no destetados en abandono igual o poco distinto al tuyo,

Expuestos a una adopción anónima, que les salve del peligro de la calle misma.

Escoger al más desvalido esquelético y legañoso con mano temblorosa como quien refugia tu reflejo del espejo.

Llevarle a casa y ofrecerle de comida lo mismo que a ti, sin la mesa y sin la  silla que se llevó el abandono un día antes de tu resaca. Y hembra la cría,  y cerrados sus ojos, pintada de mil colores ,es lo más chusco que han visto mis ojos, pero quien se atreve a definir chusco en un mundo de tanta falsificación y fraude?.

Los días pasan y los ojos abren, los tarros vacíos de leche se apilan en la esquina de la cocina y el fruto de tu adopción crece y llena el vacío, con maullidos y trepazones  sobre la manga de tu pantalón y podrías llamarle hija o bebé, pero Hanagata es su nombre, que en japonés significa en forma de flor.

 

 

El Maligno

Se sospechaba que mi pequeña Hanagata era la responsable de las ollas violentadas y la comida hurtada en la cocina de la casa de mis padres, las  pistas daban luces de una cierta habilidad felina. Opté por encerrarla cada vez que no estaba en casa, en una antigua jaula para aves que tenía guardada, la dejaba con suficiente agua y comida.

Al regresar la dejaba salir dentro de mi casa, en la segunda planta sobre la casa de mis padres, en esos tiempos regresé una temporada a vivir con ellos.

Un día regresando algo temprano, subí sin ruido las escaleras, me di con la sorpresa que había sido invadido por una manada de gatos grandes, entre ellos sobresalió uno de color amarillo sin rayas, que trataba de atacar a mi pequeña Hanagata dentro de la jaula, acurrucada con terror.

Lance un grito para asustarlos, logré que huyeran, aunque luego me enteré que este regresaba una y otra vez, a hacer destrozos y llevarse las cosas de la cocina de mis padres,

Con mis propios ojos pude  observar una tarde que el gato amarillo sin rayas se paraba en la ventana del tragaluz y hacia ingresar a la manada a la cocina, y quedaba allí vigilando mientras estos hacían destrozos y medio.

Luego de pensarlo, se decidió ponerle fin a las fechorías de esos gatos salvajes empezando por el amarillo sin rayas. Coloqué una porción de pescado cargada de una pequeña dosis de veneno para roedores lo suficiente para neutralizarlos.

Luego de encerrar a mi pequeña Hanagata fui a trabajar y al regreso encontré  las cosas desordenadas en el piso y junto a ellas el gato amarillo sin rayas desfalleciendo, pero aun con fuerzas para amenazarme y tratar de morderme y acercándome sus garras, en señal de ataque, haciendo recordar  alguna escena trillada de una película de zombis.

Es triste verse irse así a un gato, aunque este sea uno maligno, salvaje y tal vez rabioso, pero al final de todo, murió y  tocó sepultarlo bajo las raíces de un árbol en un parque cercano a casa, por donde era  habitual pasar,  y aunque maligno lo respeto más que antes y sin quererlo es un gato más, adoptado en mi memoria.

 

 

MR. JONES

¿Cómo podría olvidarse? Era verano del 94 cumpleaños de papa, se hacía de noche y el apareció sobre la vieja pared de adobe que rodeaba el patio, parado allí con cara de buenos amigos, con ronroneo y suave maullido como de cachorro.

Rojo amarillo naranja, se lanzó de lo alto sin permiso, sin temor  directo a ser acariciado y se instaló solamente en casa,

Le pusimos de nombre Mr. Jones como la buena canción de la banda Counthing Crows. Demostró ser un buen cazador de ratones de aves.

Alguna vez envenenado, estuvo días bajo la vieja vitrina de la sala agonizando y fuimos testigo de su resurrección entre babas y vómitos.

Fue víctima de atropello, algún vehículo le paso sobre la cola, luego esta se secó y termino cayéndosele del cuerpo, algunas otras veces regresaba herido de sus felinas batallas contra otros gatos o tal vez uno que otro perro

La última vez lo vi subir por esa vieja pared de adobe del patio, penosamente para no volver.


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