DOLOR Y PLACER (1/2)

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Nada más ver a Maflin en la barra del bar, supe que los tatuajes del cuello eran obra de Cali. Nadie ha sido capaz de dar vida a un dragón como lo hizo él y dudo que alguien lo vuelva a hacer, porque hace ya dos años que falleció por sobredosis, al menos eso dijeron en la autopsia.

Me acerqué a ella directamente y señalándole el cuello le dije que llevaba tatuada una obra de arte irrepetible del gran Cali. Me miró con cara de asombro y se retiró con desconfianza. Le dije que no era fácil ver un dragón tan real en el cuello y que al tragar daba la sensación de estar moviéndose.

Ya más relajada me preguntó porque sabía que era obra de Cali y le conté que habíamos tenido un estudio en Londres durante unos años. Luego, por razones ajenas a los dos, yo me tuve que venir a España y Cali siguió en Londres. Solo volvió a Madrid para hacer alguna exhibición en la feria anual de Ifema.

Poco a poco nos enfrascamos en una apasionante conversación sobre nuestras experiencias vividas con Cali. Ella le había conocido bastante y habían compartido roles durante varios meses en Londres, incluso había vivido con Cali en la misma casa donde habíamos vivido juntos. Fue en ese periodo cuando se entró el vicio de tatuarse y en gran parte se lo debía a él.

Cuando le dije que yo también era tatuador y habíamos aprendido juntos, se me quedó mirando con cara de asombro y me preguntó si me llamaban Juko. Ese soy yo – le dije con una sonrisa y cierto regocijo, porque no decirlo.

Yo tengo tatuado un diseño tuyo en un pecho – me dijo con cierta satisfacción. Se trata de la cara de un hada que me está chupando el pezón. Al momento supe a qué diseño se refería, uno que hice yo y que nunca nos atrevimos a hacer por las dificultades que presentaban las sombras y tatuar el pezón como si fuera la lengua. Al parecer Cali se había decidido a afrontarlo con alguna variación.

Le dije que tenía que enseñármelo y se hueco la camiseta de tirantes sin sujetador para mostrármelo. Imposible apreciarlo a través del pequeño hueco y cogiéndome de la mano me arrastró hasta el servicio de mujeres. Nada más entrar echó el cerrojo y se quitó la camiseta.

Al verla los pechos entendí porque Cali se había decidido a hacerlo. La forma era la idónea y en vez de hacer la lengua en el pezón lo había interpretado como que lo chupaba. No era lo mismo, pero había quedado digno de él.

Pedí permiso para tocarle el pecho y estirar la piel para estudiar las puntadas de la aguja y cuando estiré un poco el pezón, se le puso duro. La mire a la cara y se encogió de hombros diciendo que era involuntario. Recodaba perfectamente los gustos y vicios de Cali y se lo dije mientras se lo presionaba un poco.

Su reacción fue inmediata. Me pidió que se lo apretara con más fuerza y supe porque Cali había mantenido una relación con ella. Era masoquista, al menos en cuanto a los pechos se refiere y eran su debilidad. Recordé cuantas veces habíamos tenido sexo con mujeres a las que les gustaba el dolor y eran fácil identificarlas, las agujas nunca mienten.

Le pregunté si tenía más tatoos de Cali y me dijo que no pensaba despelotarse en el servicio, pero que nos podíamos ir a su casa, vivía al lado, y allí podía mostrárselos. Salimos, pague lo que debíamos al camarero y salimos a la calle. Entramos en un portal dos manzanas más debajo de la misma calle y subimos a su casa.

Se quito la ropa, incluidas las bragas y se mostró como si fuera una modelo luciendo un traje en un desfile. Tenía el cuerpo prácticamente cubierto de tinta y fui buscando diseños de Cali, la mitad eran suyos y alguno que no supe identificar también.

Se sentó en un sillón y se abrió de piernas en señándome el pubis. Se separó los labios vaginales y por dentro tenía tatuada la marca de Cali, como si la hubiera marcado como una propiedad suya. Tuvo que quererla mucho para haber hecho algo así y era evidente que ella también para haberse dejado marcar en semejante sitio, uno de los más dolorosos.

Cuando me agaché para mirarlo de cerca fue evidente que estaba excitada por la humedad que manaba de su interior. Le retiré uno de los labios con los dados y me sorprendió hasta donde había llegado con las agujas, la única forma de hacerlo tuvo que ser estirando exageradamente del labio e inclinando la máquina todo lo posible para entrar tan dentro de la vagina. Era un artista único el cabrón.


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